domingo, 30 de junio de 2024

Por una matemática de la izquierda

Desde que, hace unas semanas, unos pocos afortunados tuvimos el placer de adentrarnos en el análisis matemático del Capital de Marx, guiados por un inspirado Eduardo Nuñez, la tentación de resolver la aparente debacle de la izquierda por vía algebraica se ha hecho notoria. Es sin duda el reclamo de la desesperación, pero la ingente tarea que se nos presenta a los que quisiéramos tener una opción progresista, real y transformadora, en el paisaje político, lo justifica. Y es que la vía semiótica se ha agotado por si misma, y a pesar de darle, una y otra vez, la vuelta a conceptos como unión, confluencia, movimiento o plataforma, no hay manera de que alguna de estas vías y propuestas ponga límites a la sempiterna pulsión de lo individual y efímero. Por eso, cuando no hay alternativa seria a la estabilidad y fuerza que reside en lo organizativo, no queda sino volver a hincar los codos en la mesa, coger lápiz y papel, y tirar de números. Pisa nos recuerda que en esta materia no andamos sobrados, tampoco en la izquierda, y por tanto es cuestión, tras el suspenso y debacle de junio, de ponernos a 'recuperar' con la vista puesta en septiembre.

Siguiendo el ejemplo del gran Alexandre Deulofeu que, hace ya 75 años, compendió su matemática de la historia, nuestra matemática de la izquierda habrá de empezar por definir unidades y variables. Estas no pueden ser otras que axiomas y valores como la centralidad del trabajo, el feminismo, la preponderancia de lo público, el internacionalismo, la fiscalidad progresiva o la protección del ecosistema. Difícilmente una de estas variables por si sola da para fundar un partido. La ideología suele presentarse como una combinación fundamentada de unas cuantas de estas propuestas que llamaremos factores primos de la izquierda. A partir de aquí nos atrevemos a situar la primera ley en la organización de la izquierda: Si dos propuestas son fórmulas análogas que coinciden en cada uno de sus componentes, no existe un problema de coherencia en la propuesta, sino de liderazgo. El encajar este en la naturaleza orgánica que da vida a cualquier partido, con tal de ir más allá de las biografías de los unos y de las otras, requiere de generosidad, conciencia y de altura de miras.

Una vez que se acepta que no hay más de un partido por cada fórmula posible, viene el momento de analizar las posibles alianzas y proyectos compartidos. En esta materia conviene destacar dos principios. En primer lugar está el del máximo común divisor. Como se recordará es este el mayor número entre los divisores comunes, o, traducido a nuestra matemática de la izquierda, es la máxima combinación de factores primos que se repiten en cada una de las propuestas. Así nos podemos encontrar con que en un universo 'zurdo', todos los partidos coincidan en la centralidad del trabajo y el feminismo, pero que uno además sitúe como seña de identidad la fiscalidad progresiva, otro la conservación del ecosistema y otro la revolución global como estrategia transformadora. Ante esto la segunda ley de la matemática de la izquierda nos dice que, ante una misma urgencia o diagnóstico (por ejemplo la amenaza del fascismo), cualquier alianza en la izquierda tiene que identificar no lo que separa, sino aquello que comparte, eso es, los factores primos comunes, que tienen un efecto balsámico y dan fundamento a la construcción sólida de una alternativa política.

En segundo lugar está el principio del mínimo común múltiplo. Este se calcula en matemáticas eligiendo los factores comunes y no comunes elevados al mayor exponente y multiplicándolos. En la matemática de la izquierda conviene hacer lo propio en lo relativo al programa. Pongamos un ejemplo. El máximo común divisor de 36 y 48 (2x2x3x3 y 2x2x2x2x3) es 2x2x3=12. El mínimo común múltiplo de estos números es 2x2x2x2x3x3=144 (36x4=48x3). Si en el máximo común divisor de la izquierda, cuenta lo que se tiene en común, y ese es el fundamento de cualquier alianza, en la propuesta, hay que acoger cada uno de los factores primos que distingue a cada uno de los partidos. Y es aquí donde la cosa se complica. Tomemos por ejemplo un partido que sitúa la centralidad de la fiscalidad (2) pero aún más la del trabajo (3x3), y otro que es laborista y ecologista (7), pero en el que no pondera la fsicalidad. El equivalente numérico sería 2x3x3=18 y 3x7=21. Pues bien, la base de la alianza sería en este caso el trabajo (3), pero la propuesta común habría de integrar fiscalidad y ecología, cediendo, por su preponderancia, al trabajo el eje central (2x7x3x3 =126).

Tener claro el máximo común divisor y articular un programa conjunto que respete cada una de las señas de identidad de cada partido puede resultar clave. El riesgo evidente es que alguno de los factores no comunes (en el ejemplo anterior fiscalidad (2) y ecología (7)) no sea reconocido como asumible por otra de las sensibilidades o partidos. En ese caso ha de evaluarse si es prioritaria o no esa cuestión y hasta qué punto pone en riesgo la alianza, lo que lamentablemente nos devuelve al momento 'semiótico' mencionado al principio. En cualquier caso, y he aquí la tercera ley, no hay matemática posible en la izquierda sin generosidad. Por eso conviene asumir una cierta renuncia a la hora de establecer cualquier alianza y mostrar la suficiente tolerancia a la hora de elaborar la propuesta o programa común. Estas serían posiblemente las clave de una matemática de la izquierda que quiera ir más allá de la pura suma de siglas y nombres.

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