domingo, 16 de junio de 2024

Catalunya migrante

Entre los primeros recuerdos que tengo de la política, destaca una visita de Pilar Rahola, hace ya más de treinta años, a Teià, cuando aún militaba en ERC. A lo largo de este tiempo se ha convertido en un referente, un personaje público, una polemista de éxito y una trashumante política que ha ido trasladando su foco ideológico de la izquierda a la derecha. Lo que interesa de esta filóloga, editora y periodista tal vez sea menos lo que es, que desconocemos al quedar escondido tras la pátina de una evidente puesta en escena, que lo que representa para muchos de nosotros. En cierta medida el personaje es la proyección de un anhelo, de una frustración, de la angustia y el miedo que viven muchos 'nativos' catalanes, ante la amenaza de una globalitzación que se supone sacude los cimientos de su cultura y los confronta con una incertidumbre que los alarma. Si en un lugar del Mediterráneo, por el que han pasado todo tipo de culturas, tiene sentido o no hablar de 'nativos', no es un tema menor. Es tal vez el ángulo desde el que conviene analizar si es o no consistente el planteamiento que ha hecho y hace de la inmigración esta comunicadora.

La población catalana, dos millones de personas en 1900, se ha multiplicado por cuatro en estos 124 años, hasta alcanzar los actuales ocho millones. Este crecimiento es similar al que se dio de 1717 (402.531) a 1857 (402.531) y tiene que ver con el desarrollo y el crecimiento económico, con la industrialización primero, y en el marco de una contundente terciarización después. Cuando Rahola habla en un artículo reciente de la utilización de la inmigración por parte del españolismo como arma para destruir, mediante la gestión exclusiva de la competencia reguladora, la identidad catalana, traslada la sensación de desconocer la lógica que ha impulsado la demografía en Catalunya, y que no ha sido otra que el enriquecimiento de una burguesía que ella representa. No parece inverosímil que lo que esté haciendo con su ofensiva desacomplejada contra "la izquierda tronada y woke" no es otra cosa que extrapolar al territorio catalán otra realidad que conoce muy bien, como es la utilización estratégica de la migración por parte de Israel, hasta el punto de dejar en minoría a la población musulmana, cristiana y drusa, que, en 75 años, ha pasado de representar del 80 al 20%.

La realidad en Israel y en Catalunya es sin embargo muy diferente. Fue la industrialización la que comportó que se atrajera mano de obra para alimentar fábricas y cuentas corrientes de los y las potentadas. Con el cambio de modelo productivo y la olimpiada como 'celebración' del adiós a los humos y el ruido de las manufacturas, se facilitaba el doble movimiento de deslocalización de la industria por un lado, y turistificación intensiva del territorio por el otro. Pero tampoco así se alcanzaba una solución al tema de la 'identidad'. Más bien al contrario. Se doblaba el reto para aquello a lo que Pilar Rahola llama 'lengua y costumbres' catalanas, que ahora había de confrontar la diversidad propia de los trabajadores y trabajadoras migrantes, pero también la de la 'materia prima' del turismo que, en nuestro caso, no es otra que, en datos de 2023, cerca de 26 millones de excursionistas y turistas internacionales. Lo que sí ha cambiado, y tal vez sea esto lo que le amargue la fiesta a alguien, es que también el capital se ha vuelto líquido y ha superado las fronteras. Hoy el problema tal vez radica para algunos en que el parque temático catalán es rentable para una parte menguante de burgueses 'nativos', y lo es cada vez más para los fondos y capitales internacionales.

Que hoy las calles, paisajes y costumbres, la historia y geografía catalanas en su conjunto, hayan sido monetizadas, no responde a una iniciativa de los trabajadores, sino que es responsabilidad exclusiva del capital catalán, que, a la larga, ha tenido que ceder su sitio al capital internacional. Tener fondos buitre norteamericanos invirtiendo en franquicias canadienses que contratan personal paquistaní para atender turistas chinos, supone un reto a la hora de garantizar la conservación de lo que se entiende por 'identidad catalana'. Es un hecho. Pero tirar pelotas fuera y echar la culpa a la capacidad 'reguladora' del estado, estigmatizando la fuerza de trabajo migrante mientras se defiende la ampliación del aeropuerto o el proyecto del Hard Rock es un auténtico despropósito. Que después se asocie la inmigración con el crimen, mientras se obvia el fraude fiscal, la corrupción en el ámbito del alquiler turístico o la explotación laboral por parte de empresarios/as internacionales, no va mucho más allá de la clásica mezcla de aporofobia y xenofobia.

No cabe duda de que Pilar Rahola es un producto nacional que difícilmente será sustituido por una alternativa multinacional, y ya nos parece bien. Aún así, en tanto que proyección de una buena parte de la ciudadanía catalana conviene situar que, si nos tomamos en serio nuestra cultura y nuestra lengua, las principales amenazas radican hoy en el afán de lucro de unos pocos, y en un modelo productivo que ha sobredimensionado el turismo en relación a otros sectores como la manufactura, la energía, la agricultura o la tecnología y la innovación. Estamos a tiempo de frenar la tendencia, pero será muy difícil si continuamos poniendo el prejuicio, la provocación y el arrebato por delante del juicio, de la cordura y del sentido común. Defender nuestra lengua pasa por invertir en tecnología, en educación, por llevar el catalán a los centros de trabajo y por trasladar una imagen de suficiencia y solidez cultural e intelectual que encaja muy poco con este tipo de aspavientos.

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