domingo, 14 de julio de 2024

Berrinche

El sofoco de Vox por el reparto entre comunidades autónomas de 347 inmigrantes ha traído cola. La falta de solidaridad territorial de la extrema derecha ha provocado la ruptura con el PP a nivel autonómico, y ha dejado sin cargo ni paga a unos cuantos vicepresidentes y consejeros. El arrebato de Abascal & Cia ha hecho visible una cuestión que no es menor. De los responsables cesados o dimitidos, una buena parte, así en Castilla y León, Extremadura, Aragón o Valencia, eran responsables de agricultura. La querencia de Vox por el sector primario, que tal vez es reflejo de una visión algo neolítica de la economía y la política, comporta una fuerte contradicción en el relato, que es también característico de la extrema derecha en el ámbito europeo. Lo rural, al menos en su visión folklórica, ha supuesto desde siempre para los patrioteros, un sinónimo de autenticidad, de refugio de valores. Aquí y en Polonia. Aún así, la exaltación de la tierra, como cuna de la identidad, no ha dejado de chocar, en lo relativo a la estructura de la propiedad y al trabajo, con un modelo de explotación agraria y laboral, que ha provocado la progresiva despoblación del medio rural.

Este vaciado demográfico ha sido remediado con la contratación, informal, irregular, precaria, de personas migrantes. Así el sector más reivindicado por el patriotismo ultramontano, el de la caza, los toros y la pureza de sangre, se ha convertido en el más dependiente precisamente de aquello que la extrema derecha repudia. Así, mientras el ministro de agricultura italiano, cuñado de Giorgia Meloni, reivindica como 'hermano italiano' la salvaguarda de la identidad, por el otro ha de ordenar un sector agrario que, en 2021, contaba con 230.000 trabajadores y trabajadoras por regularizar y que, este año, contratará en origen a 90.000 más. Una dinámica a la que tampoco es ajeno nuestro país. A falta de contabilizar la informalidad, una de cada tres personas afiliadas al sistema especial agrario es migrante, proporción similar a la de otro sistema especial, el de las empleadas del hogar. En los dos ámbitos se repite una misma lógica. La extrema precariedad de las condiciones y lo que tiene de 'invisible' el domicilio o la explotación agraria, reserva estos ámbitos a personas de perfil migrante que acaban viviendo y trabajando en condiciones cercanas a la esclavitud.

El affaire 'Malinche' que ha tenido como protagonista a Nacho Cano ha convertido esta cuestión en espectáculo real y mediático. La 'contratación' en origen de 20 artistas mexicanos sin permiso de trabajo ni contrato repite el esquema descrito. No hay excusa, porque no se beca a nadie sin que exista un marco o plan formativo, ni se le invita como turista a participar como profesional a precio de saldo en un espectáculo. Pero más que la explotación laboral, lo que destaca del asunto ha sido la reacción del cantante. Valgan como subterfugio emocional el victimismo y la autoexculpación, pero no la referencia a las cunetas, la criminalidad policial o la corrupción, y mucho menos la distinción que hace Cano de sus 'becarios': "Esto no son inmigrantes que nos cuestan dinero, que están por la calle, que no les queda más remedio que robar... Yo traigo a inmigrantes para darles una oportunidad"... Aquí tenemos servida la quintaesencia de una ideología sembrada por el prejuicio y la falsa caridad. Un argumento que hace suyo Vox, y en una misma semana defiende al elenco y al cantante, mientras exige en el congreso la repatriación inmediata de toda inmigración irregular.

Es esta la clásica mezcla de racismo y aporofobia. Si el extranjero es un jeque, lleva reloj exclusivo, juega al fútbol, o se paga una visa de oro, es una persona 'singular'. En cambio si es pobre y tan sólo viene a trabajar, se le estigmatiza y denuesta. Todo el montaje de Malinche es un ejemplo de un relato identitario y patriotero, rancio y con reminiscencias imperiales, que pretende legitimar clasismo y superioridad moral. El presentar como 'nacimiento del mestizaje' la relación de dominio y posesión de un soldado con respecto a una esclava es poco más que institucionalizar la violación y el abuso. Hablar, como se hace en la web del espectáculo, de Malinche como 'mediadora entre dos culturas al borde del conflicto', es obviar que en Mesoamerica no había una sola cultura, o que la irrupción de Cortés y sus 700 hombres en el continente, supuso que, en poco más de 80 años, se redujera la población de 10 a 2 millones, ya fuera por violencia o enfermedad.

El relato de Malinche no es ajeno al ideario de la arrogancia y la falsa superioridad que legitima la explotación laboral de personas de perfil migrante, ya sea en el medio rural o en nuestras ciudades. Es la expresión intelectual y artística de la mediocridad de una extrema derecha a la que le queda poco más que el berrinche ante una realidad que la supera y que no es capaz de confrontar. Porque idealiza el campo pero desprecia a quien lo trabaja. Porque exalta la familia pero menoscaba a quien se ocupa de ella. Porque se abandera en el arte o en el deporte de un patriotismo exultante, pero desdeña a quien baila o a quien juega, ya se llame Fátima, Liam, Alina o Lamine Yamal.

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