domingo, 3 de marzo de 2024

Cosas del túnel

No se entiende. Mientras la inflación se come las rentas, y la sequía y el cambio climático ponen en evidencia la falta crónica de inversiones, las grandes empresas se lucran con cada nueva crisis. Es el sector del agua, donde los fondos de inversión han garantizado una rentabilidad del 10% los últimos cinco años, la energía, donde las tres grandes eléctricas españolas apuntaron el año pasado un beneficio de 7.500 millones de euros, y de manera destacada el sector financiero. Santander, BBVA, Caixabank, Sabadell y Bankinter ganaron, en 2023, más de 26.000 millones. Se dice pronto, pero son 4.000 millones más de lo que el presupuesto estatal dedicó el año pasado a industria, energía, infraestructuras y ecosistemas resilientes, o más de la mitad del presupuesto del sector público de la Generalitat de Catalunya, que atiende a una población de 8 millones de personas.

Es de locos. Hace un año el mundo de las finanzas se contagiaba de nuevo del pánico por la caída del Silicon Valley Bank y la situación calamitosa del antaño insigne Credit Suïsse, conjurando en el horizonte un nuevo rescate como el que nos costó, en 2011, la friolera de 70.000 millones. Pero hoy, un año después, los beneficios hacen saltar de nuevo todas las costuras. La situación ha llegado al punto de que, así fuentes vinculadas al BCE, el banco central se esté planteando la posibilidad de enviar psicólogos/as a los Consejos de Administración para evitar que estos se hagan los 'locos', y engañen a sus inspectores. Muy mal debe estar la cosa cuando la máxima autoridad financiera europea considera necesario desenmascarar conductas impostadas por parte de consejeros y consejeras que no estarían sino para cubrir el expediente y, de paso, llenarse los bolsillos de dinero.

Que el nivel alcanzado tiene algo enfermizo, lo delatan los propios instrumentos e indicadores con los que se ha dotado el Sistema financiero. Así el indicador de la CNN Fear & Greed Index (Índice de la codicia y del miedo) se situó recientemente en los 75 puntos, lo que traslada que el mercado de valores en los EEUU ha alcanzado la situación de 'avaricia extrema'. Que la avaricia comporte locura, no es tan evidente. Tampoco lo es que en un contexto como este, no fuera más apropiado enviar a los consejos de administración inspectores/as fiscales en vez de psicólogos/as. Lo que en ningún caso se puede descartar, es que no sean tan sólo los consejeros y consejeras, las que experimenten la locura, sino que sea el propio sistema el que padezca de una disfuncionalidad profunda que pueda acabar por ahogarlo en sus propias contradicciones, arrastrándonos de paso con él.

Por buscar una imagen, la que más se adecúa es, tal vez, la de un capitalismo que padece lo que se conoce como 'efecto túnel'. Éste se define como el estrechamiento paulatino del campo de visión que sufre un conductor al aumentar la velocidad. Comporta la pérdida del campo de visión de todo lo que ocurre alrededor, como si nos sumiéramos en el interior de un túnel oscuro. Parece plausible que sea precisamente ese efecto, el que, presa de una velocidad financiera de vértigo, no tan sólo afecte a los principales responsables de la economía, sino también al propio sistema... Y es de temer que detrás de ese túnel no nos esperarán nuestros seres queridos para abrazarnos y acogernos en el plácido seno de la eternidad, sino que la debacle y el viaje comportarán un sufrimiento extremo como el que ya padecen demasiadas personas en las guerras, miseria y dependencia que genera un sistema económico y financiero embrutecido y desbocado.

Si duda la prueba más palpable de la creciente 'locura' del sistema sea la condición mental o moral de quienes nos lideran. Ya sea en el ámbito de la política, con personajes como Trump, Milei o Johnson, o en el de la economía, con grandísimos 'expertos' en distraernos con sus excentricidades mientras diseñan el futuro de un mundo que tal vez no merezca la pena de ser vivido, lo que prima no es la imagen del equilibrio o la sabiduría, sino la bravuconería más infantil y una visceralidad que resulta patética. Tal vez la guerra, la desertización o la autodestrucción final sean la solución a la locura. Pero siempre nos quedará la duda de porqué no se sucidaron ellos, y hasta qué punto fuimos cuerdos, cuando nos dejamos arrastrar por ellos. Cosas del túnel.

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