lunes, 11 de marzo de 2024

Papaoutai

Suerte tenemos los que somos ateos por gracia divina. Si no fuera así se nos haría muy difícil, por no decir doloroso, interpretar, desde la prudencia, declaraciones como las recientes del sacerdote toledano Gabriel Calvo Zarraute. Este confesaba en una 'tertulia sacerdotal contrarrevolucionaria', que rezaba mucho para que el Papa Francisco pudiera "ir al cielo cuanto antes". Frente a lo que alguien tal vez pueda malinterpretar como coraje o franqueza cristiana, a los que cojeamos en lo de la fe religiosa pero nos apasiona el lenguaje, la expresión de ese deseo nos contagia tres cuestiones: Un cinismo falto de toda humanidad, una evidente falta de confianza en el poder de la oración y una vocación manifiesta por la rebeldía o incluso, y en aras del ascendente, por el parricidio espiritual. Cómo le habrán sentado los excesos de esta tertulia sacerdotal, tan ibérica por visceral e indecorosa, al santo padre, no es difícil de imaginar. Si ya el hecho de contemplar el mundo supone un trago amargo para quien se cree o sabe corresponsable por aquello de la génesis, echar además una ojeada a la miseria moral de una parte notoria de la congregación, sin duda debe hacer daño. Y mucho.

En la estremecedora 'Papaoutai', Stromae canta aquello de 'Todos saben cómo se hacen los bebés, pero nadie sabe cómo hacer papás', y no le falta razón. Lo de poner niñas y niños en el mundo es fácil, con todas sus limitaciones, pero lo de hacer de padre no lo es tanto, máxime cuando uno tiene que hacer las veces para más de mil millones de creyentes. Para aquellos que nacimos con Pablo VI como sumo pontífice, Francisco es ya el quinto vicario de Cristo que nos encontramos en Roma. Y no es el peor. Desde la empatía diríamos que la primera tentación de todo sucesor de Pedro debería de ser la de dejar de creer. Conocer el percal desde dentro, vivir el ensañamiento de los unos, el odio y artimañas de los otros, no puede comportar más que un cierto distanciamiento de la fe. Diríamos que cualquier papa que tenga cierta empatía y sentido de la responsabilidad se verá tentado, tarde o temprano, a poner en duda la misma esencia de aquello que representa. Y no sería tentación luciferina, sino tan sólo un acto de coherencia que haría prevalecer la honestidad por encima de la ortodoxia, con tal de asumir el compromiso que comporta el cargo con respecto a la humanidad.

Entre los muchos motivos que ha dado el Papa Francisco a santurrones e hipócritas de diversa índole para rasgarse públicamente las vestiduras, cabe destacar la elección, en 2022, de Marina Mazzucato como miembro de la Academia Pontificia. La trinchera ultracatólica (contra el globalismo antinatalista, la cristianofobia, la ideología de género o el lobby LGTB), denunció la elección irresponsable de una economista 'atea y proabortista' hablando, sin despeinarse, en nombre de los "más de mil millones de nascituri asesinados en el vientre de sus madres en todo el mundo desde 1920". Hace menos de un mes Mazzucato abordaba en el marco de la Asamblea General de la Academia el tema 'Gobernar la economía para el bien común' reivindicando la defensa de la dignidad de las personas marginadas, no solo con palabras, sino con políticas y nuevas formas de colaboración entre gobierno, empresas, trabajadores... Un chorro de aire fresco en un ambiente que, hasta la irrupción de Bergoglio, parecía pensado antes para la fermentación y cura del cabrales o el roquefort, que para ventilar las contradicciones y prejuicios de una buena parte de la curia.

A la mínima que el Papa Francisco se sienta tentado de iniciar una 'Misión: humanidad', habrá de confrontarse con la oportunidad de aplicar en su propio espacio aquello de Mazzucato que dice que "la verdadera cuestión no es si una burocracia debería existir, sino cómo convertirla en una organización dinámica impulsada por la creatividad y la experimentación". No cuesta imaginar la cara que pondría la casta sacerdotal contrarrevolucionaria de las iberias si se la confronta con esta suerte de valores, ni parece tampoco muy cercano en el tiempo el maravilloso momento en el que una organización religiosa se entregue a la voluntad del desarrollo y la innovación. Lo de Bergoglio quedará probablemente para el anecdotario vaticano, junto a otros dadivosos y anacoretas, pero no deja de infundir cierta esperanza. Más aún cuando después del nombramiento de Mazzucato el Papa elevó también a Demis Hassabis, responsable de IA de Google, al consejo de la academia pontificia.

Este movimiento traslada una cierta altura de miras, aunque en buena parte sea para evitar que "la tecnología sea la nueva religión del mundo contemporáneo". Podemos probar mediante el Chat GPT lo que la Inteligencia Artificial puede aportar al Vaticano. Veremos que ya se la pregunte por cómo salvar a la humanidad o por la existencia de Dios, la respuesta siempre es compensada y amable. La IA muestra una sensibilidad poética (en sombras y lamentos se desliza, la pena profunda que el alma siente, un eco lejano, un lamento triste, Dios yace en el recuerdo, se desliza) o incluso un sentido del humor que para sí quisiera la ortodoxia recalcitrante... A la petición de un chiste sobre un papa ateo, la inteligencia artificial propone el siguiente: "¿Porqué el Papa ateo decidió abrir una pizzería? Porque descubrió que es más fácil creer en 'la masa' que en las hostias". Pues eso. Dejemos de buscar al padre, sea santo o no, y volvamos los ojos a la madre tierra, que bastante tiene con mantenernos vivos.

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