domingo, 25 de febrero de 2024

Sociedad paliativa

En su análisis del funcionamiento del capitalismo Marx definía el papel ejercido por la religión, como aquella institución que aportaba a la economía la gestión del sufrimiento y buena parte del control de la clase trabajadora. Ciento ochenta años después de escribir que 'la religión es el opio del pueblo', podemos afirmar que la industria farmacéutica ha hecho superflua la intervención de la iglesia. Hoy ya no hacen falta confesionarios y epifanías, sino que el capital ejerce directamente la administración de opiáceos y demás sustancias paliativas. El informe 'EDADES' del Ministerio de Sanidad sitúa el alcance de este negocio. El año 2022, una de cada diez personas había consumido hipnosedantes en el último mes, una de cada cinco, si hablamos de mujeres de entre 55 y 64 años. Cuando sumamos a la paleta de los ansiolíticos, sedantes o relajantes, los analgésicos opiáceos (fentanilo, naloxona, oxicodona....) el drama se acentúa de manera notoria.

En el ámbito estrictamente laboral, otra encuesta (OEDA 2019-2020) sobre consumo de sustancias psicoactivas, nos muestra que el 7,3% de la población activa recurre cada mes al consumo de hipnosedantes. Son cerca de un 12% de las personas desempleadas, un 13,4% de las que trabajan a tiempo parcial, y un 14,6% de las mujeres que sufren penosidad en el trabajo. Entre las razones aducidas que explican este consumo destacan dos: el sentirse mal pagados/as (10,5%) y el experimentar inseguridad en el futuro laboral (10%). Es de temer así que también a nosotros, líderes mundiales en el consumo de benzodiacepinas, le vale lo que James Davies escribe sobre el Reino Unido en una reciente publicación. Somos "un país sedado por intervenciones psicosanitarias que (...) nos enseñan sutilmente a aceptar y soportar unas condiciones sociales y relacionales que nos perjudican y nos impiden progresar, en vez de rebelarnos y cuestionarlas".

El malestar laboral no es fruto de una epidemia de salud mental, ni tampoco la respuesta a un incremento del umbral de exigencia o permisividad por parte de las trabajadoras/es. Responde antes que nada a la pujanza de un sector y de una determinada ideología. Explotar económicamente el malestar eso es, gestionar el sufrimiento, permite disponer de asalariados/as dóciles, y comporta, de paso, un inmenso negocio farmacéutico. Es lo que en lenguaje neoliberal se llama un 'win-win'. Alcanzar este objetivo comporta unos pasos que Davies resume con acierto. En primer lugar se trata de hacer pensar a las personas que no es el sistema, sino que son ellas las que no funcionan. Después se trata de redefinir el bienestar, no como 'felicidad', sino como 'encaje' en un prototipo idealizado de persona competitiva, ambiciosa, individualista. En tercer lugar, aquellas y aquellos que expresan su insatisfacción o reivindican un cambio son estigmatizado/as y, a ser posible, medicalizados/as. Y así el sufrimiento se convierte en un magnífico nicho de mercado.

Se ha demostrado científicamente que un tratamiento psicológico sin fármacos tiene mayor potencial de sanación. Pero aún así la sanidad pública gasta siete veces más en recetas que en terapia psicológica. La sociedad anónima, unipersonal y limitada que propugna el sistema, se convierte así en sociedad del malestar. Sociedad paliativa del dolor que genera, y al mismo tiempo sociedad usufructuaria de ese sufrimiento. Pero la inmensa crisis de adicción, angustia, incertidumbre y ansiedad que se promueve es además un preciso mecanismo de control social. El modelo idealizado de trabajador es una persona adocenada, que no sabe para qué sirve su trabajo, pero que ha interiorizado que se trata de obedecer y de callar.

Cuando la patronal lanza el grito al cielo por el incremento en las bajas por incapacidad temporal, no repara en las listas de espera, ni en el instinto lucrativo de las mutuas, inversamente proporcional a su eficacia, y mucho menos en la deshumanización del trabajo. La solución, que pasa por una organización más participativa de los procesos productivos, por mayor democracia en las empresas, por más prevención y formación permanente, queda muy lejos del ideario neoliberal. Frente a esa reserva no queda sino fiscalizar el inmenso negocio farmacéutico, fomentar la psicología humanista y organizar desde el movimiento sindical un concepto de trabajo que promueva y garantice solidaridad y bienestar.

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