sábado, 3 de febrero de 2024

Lágrimas de piedra

No hubo premio para la activista rusa LGTB Masha Ghessen en Bremen. No al menos en su formato habitual. Si la entrega del galardón al pensamiento político que honra la memoria de la filósofa Hanna Arendt se escenifica por norma en el ayuntamiento de la ciudad hanesática, en esta ocasión se relegó a un pequeño local en el barrio de la puerta de piedra (Steintor). La 'falta' cometida por Ghessen y que mereció el distanciamiento de la fundación Heinrich Böll, patrocinadora del premio, no fue otra que la comparación, en un artículo publicado en el New Yorker, de Gaza con uno de los ghettos del nacionalsocialismo. A pesar de promover el premio Hanna Arendt la libertad de conciencia, a pesar de ser la denuncia del silencio como complicidad ("callar es un argumento difícil de rebatir") hilo conductor del pensamiento del escritor y nobel alemán que da nombre a la fundación de los verdes, no hubo margen de tolerancia para una intelectual que ha hecho profesión de fe de un pensamiento crítico que choca frontalmente con la ortodoxia y la supuesta corrección política de la intelligentsia en la república federal.

En una entrevista en 'Der Spiegel' Masha Ghessen recordaba que "bajo las condiciones actuales del debate en Alemania, Hanna Arendt jamás sería premiada con el Premio Hanna-Arendt", máxime cuando, ya en 1948, se posicionaba junto a Einstein y otros intelectuales judíos contra la actitud del 'Partido de la libertad' israelí, que situaba como "cercano a la organización, métodos, filosofía política y social de los nazis". La vocación por silenciar cualquier crítica al estado de Israel, se convierte en complicidad, cuando las decisiones del gobierno de Netanyahu atentan contra derechos humanos fundamentales. Convertir el 'holocausto' en una patente de corso que legitima cualquier atrocidad en el terreno militar y político, no redime tampoco al estado alemán, sino que lo señala. En palabras de la activista rusa "Quien haga como si el holocausto no pudiera compararse con nada, y por tanto tampoco pudiera volver a repetirse, no estará haciendo nada para impedir la catástrofe". 'La 'culpa' histórica no exhime de la responsabilidad. Tampoco a Alemania.

La situación paradójica que se ha dado con la estigmatización del pensamiento crítico de Masha Ghessen en el marco de un premio a la 'libertad de conciencia' sitúa como mínimo tres cuestiones que no hacen distinción entre las víctimas civiles que ha producido un conflicto recrudecido por el brutal ataque perpetrado por Hamas el 7 de octubre. En primer lugar está la hipótesis de que el estado de Israel está asumiendo posturas nacionalistas excluyentes y de corte totalitario. La paradoja radica en que una comunidad religiosa; perseguida, estigmatizada, aniquilada a lo largo de toda su historia, renuncia a la diáspora y a ser minoría para constituirse en estado, pero al hacerlo la víctima histórica se convierte en verdugo y acaba asumiendo un papel opresor, expoliando, hacinando y discriminando a aquellos y aquellas que pasan a ser minoría en su propio territorio.

También da que pensar el papel de Alemania cuando se arroga el derecho de juzgar en exclusiva su propia responsabilidad histórica. Baruch Spinoza, filósofo judío, eso sí, excomulgado, situó la realidad como una concatenación ineludible de sucesos, donde nada es arbitrario y manda de manera absoluta la causalidad. El asesinato programado por parte del régimen nacionalistasocialista no se redime en cuestiones como el 'subterfugio' de una 'culpa colectiva', sino que habría de ir un paso más allá. Alemania tenía que haber restituido propiedades y acoger a los descendientes de los y las extercminadas, pero prefirió asumir la solución planteada en el marco del sionismo como algo 'ineludible', sin preocuparse lo más mínimo del efecto que pudiera tener esta migración sobre los equilbrios en Palestina. La vergüenza y culpa por la Shoa no ponen fin ni legitiman el daño que sigue provocando el régimen totalitario que gobernó Alemania de 1933 a 1945.

La extrema derecha alemana al manifestarse en contra de la campaña del BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) contra Israel, los ataques de Trump a los demócratas por el conflicto en Medio Oriente, o la fascinación de Milei por el judaísmo, muestran cómo algo está cambiando en relación al antisemitismo en la extrema derecha. A pesar de ser lo 'semítico' un concepto más amplio, hasta hoy el antisemitismo de concentraba exclusivamente en los judíos. Ahora parece hacerse notar un efecto de substitución donde el odio visceral contra todo lo hebraico es substituido por una islamofobia que después del 11S vende mucho mejor. La extrema derecha se siente atraída además por la actitud desafiante, autoritaria, intolerante que muestra el gobierno de Netanyahu y empieza a ver un referente en Israel. Por otro lado el antisemitismo como arma arrojadiza da resultados inesperados a la hora de desahecerse de líderes de cariz feminista (Liz Magil, rectora de Pensilvania) o personas racializadas (Claudine Gay en Harvard).

Estas son tres paradojas de este conflicto, y que permanecen ajenas al debate. A pesar de que la destrucción de Gaza tiene el potencial de desatar una guerra mucho mayor en Oriente Próximo, se impone una doble vara de medir en función de si las víctimas son de una u otra comunidad. La preocupación principal es la de guardar la 'prosperidad' al margen del conflicto, o ese es al menos el lamentable nombre que le han puesto al intento de proteger la ruta comercial que amenazan los rebeldes hutíes en la Puerta de las Lágrimas. El 30% del tráfico de contenedores mundial que pasa por el estrecho Bab-el-Mandeb justifica ese eufemismo, y muchos más... Estamos en el territorio de las puertas falsas, porque no conducen a nada. Las puertas de los corazones inertes. Las puertas de las lágrimas de piedra.

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