jueves, 9 de noviembre de 2023

Bailando sin lobos

El león será el rey de la selva, pero en nuestra imaginación quien reina es el lobo. Desde la fábula pasando por el cuento, la heráldica, la literatura o el cine, son el pelaje gris, las orejas tiesas, la mirada adusta, penetrante, y el aullido, los que despiertan en nosotros un miedo atávico. El lobo nos habla del poder de la naturaleza que permanece indómita, de nuestra vulnerabilidad como especie, algo que, en pleno siglo XXI, parece de otro tiempo, pero que ha devuelto a la actualidad la reciente tragedia vivida por la familia Von der Leyen. El ataque mortal perpetrado por el sujeto GW950m, así el número de su placa identificativa, sobre la pacífica burra Dolly en una finca de la Baja Sajonia, apenó e irritó profundamente a la Presidenta de la Comisión Europea, hasta el punto de apoyar la votación, en el Parlamento Europeo, de una suspensión de las medidas de protección del lobo en Europa. Von der Leyen tiene muy claras sus filias y fobias, y no tan sólo en el ámbito internacional, con rusos y palestinos condenados al lado oscuro de la humanidad, sino también en el plano del siempre precario equilibrio natural.

Aún así, conviene recordar que hay un animal que tiene incluso peor prensa en el mundo natural que el león. Y no hablamos del lobo, sino del ser humano. Una reciente investigación realizada en el Parque Nacional Gran Kruger, en Sudáfrica, demostró que los animales echaban a correr con mayor determinación y velocidad cuando escuchaban voces de personas, que al oír el rugido de un león. El informe lo resumía de manera escueta en esta frase digna de nuestro epitafio como especie: “en todas partes la vida salvaje teme a los humanos, a todos los humanos, mucho más que a cualquier otro depredador del planeta”. Y es que la tasa de depredación humana es hasta 10 veces mayor que la de los grandes carnívoros, prueba de un apetito y de una ferocidad que supera a la del lobo. De hecho la expresión popularizada por Thomas Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre, adolece de falta de justicia y exactitud. El hombre es un hombre para el hombre, y, como se aprecia en el caso de Ursula von der Leyen, es también, y a pesar del lobo, un hombre para el lobo.

La gran diferencia radica en que los lobos difícilmente se perjudican o exterminan entre ellos, porque la manada es la mejor garantía para su propia supervivencia. Una manada no perseguirá o eliminará a otra manada, sino que, si acaso, repudiará a un individuo. Tiene muy poco que ver el lobo con el hombre y, probablemente, la identificación viene por la confusión entre la naturaleza ‘social’ del lobo, su coordinación como colectivo que persigue un único fin, el de su supervivencia, con el mito del lobo solitario. Este, ya sea lobo estepario o licántropo, tiene bien poco de lobo. Si somos objetivos, la luna llena tan sólo le resarce de la maldad por unas horas, porque son el sol y la vigilia las que lo condenan de nuevo a existir como feroz ser humano. El lobo de Wall Street es así humano, demasiado humano. Como lo es también el Wehrwolf, ese nazi camuflado, que es el mejor predecesor del terrorista, que permanece al acecho, en estado de latencia, esperando el momento oportuno para sembrar pánico y violencia. El lobo que se presenta como versión extrema de la naturaleza, no es así más que un simple reflejo mitificado de nuestra propia naturaleza humana.

El mito de la licantropía aparece con la ‘Metamorfosis’ de Ovidio y proviene del nombre de Licaón, rey de Arcadia, al que Zeus convierte en lobo por ponerlo a prueba sirviéndole carne humana. Deberíamos preguntarnos qué lobo le habría servido carne de lobo a un dios lobo. No ha lugar a la duda. Ninguno. Tenemos la patente de la atrocidad en la naturaleza. Nuestra ferocidad no hace distinciones, ni con nuestro habitat, ni con nuestra especie, ni con nuestra comunidad, ni tan siquiera con nuestra progenie. Un periodista estadounidense destinado a una Europa en llamas dejó dicho que “una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos”. Con todo el respeto es hora de corregirlo… “una nación de lobos engendra un gobierno de humanos” y estos, al poco tiempo, no querrán sino renegar de su propia naturaleza, y tener peluches como animales de compañía. Una auténtica maldición para nuestra especie. Porque no hay cosa mas triste que bailar sin lobos.

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