jueves, 7 de septiembre de 2023

K y K

En su periodo de máximo esplendor, justo a unos pocos años de adentrarse por el umbral de su decadencia última, el imperio austrohúngaro se presentaba con la risible abreviación de ‘k. u. k.’. No es difícil imaginarse los derroteros por los que arrastró la prolífica imaginación popular estas siglas que representaban la naturaleza ‘real’ (königlich) e ‘imperial’ (kaiserlich) de la dinastía de los Habsburgo. Tal vez inspirada por esta referencia, también la Presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde quiso poner una k al principio y otra al final de su reciente discurso en Jackson Hole. La primera se correspondía con una cita del filósofo danés Sôren Kierkegaard y la segunda con otra del célebre economista británico J. M. Keynes. Del primero, a pesar de ser el precursor de la filosofía existencialista y situar la angustia y el sentido de pérdida en el centro de su pensamiento, quiso tomar una cita aparentemente positiva: “la vida tan sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero tiene que ser vivida hacia delante”. Del segundo, a pesar de estar en las antípodas ideológicas de la visión económica que es seña de identidad del BCE, Lagarde, tomó prestada una frase que, pronunciada por ella, adquiere aires de sacrilegio: “La dificultad no reside en desarrollar ideas nuevas, sino en escapar de las viejas”.

Esta desafortunada selección demuestra que la máxima responsable de la política monetaria de la zona euro conoce de manera muy limitada a Kierkegaard, lo cual es comprensible, pero también a Keynes, lo que cuesta algo más de entender. Sea por desconocimiento o por el fervor humanístico de algún o alguna responsable de comunicación, el desencaje de las citas es mayúsculo. En el caso de la primera, por renunciar claramente a la inmediatez de un enfoque científico, veraz, realista y contrastado en la definición de la política monetaria cuando se trata de ver el efecto de esta, para ajustar o corregir los errores. Después de los disparates cometidos por el BCE, en la Gran Recesión, bajo los auspicios de Trichet, lo de plantear el derecho a la ortodoxia y a mantener el rumbo, denota una tremenda falta de humildad, de sentido común y de vergüenza. La segunda cita es también un despropósito mayúsculo. Aparentar que se está más allá de las ideas viejas, cuando la fijación por el 2% de inflación y por el aparato neoclásico que inspira el análisis del BCE es lo más parecido a una ratonera oxidada, es propio de un delirio financiero que, misteriosamente, siempre acaba enriqueciendo a los mismos. Y mientras Lagarde se las da de humanista y sigue subiendo los tipos de interés, la inflación en Europa se mantiene alta y la economía da señales de empantanarse.

El problema de querer mirar tan sólo hacia delante sin analizar la realidad es que se pueden obviar algunos detalles importantes. Uno de ellos es el beneficio que genera la inflación en unos pocos actores. Así un reciente informe del Banco de España sobre márgenes muestra hasta qué punto han aprovechado la inflación algunos sectores para hacer caja. Así, en el negocio de la energía y el gas, el incremento entre 2021 y 2022 de los precios fue del 89%, mientras los costes aumentaron en un 57%, o en el caso del refino fueron del 67 y el 50% respectivamente. No cuesta demasiado imaginar el efecto de contagio que tienen estos incrementos sobre los precios de otros productos y servicios. La decisión por tanto de limitar el precio del gas, la así llamada ‘excepción ibérica’, de introducir impuestos a los beneficios extraordinarios bajando impuestos al consumo de productos básicos, y de reforzar el escudo social, supusieron un acierto por parte del gobierno. Este se trasladó, si bien con efectos limitados, a la situación de los hogares, y permitió poner coto a la inflación que, en España, es de las más bajas de Europa. Pero nada de ello importa a los que en teoría viven hacia delante y desechan las ’ideas viejas’. Menos aún cuando no tienen la obligación de justificar los resultados de sus políticas ante nadie, en la misma línea que, hace cien años, la dinastía del k y k.

El paralelismo no es gratuito. Si ha habido un poder que ha sustituido al de la nobleza y aristocracia es el de las grandes corporaciones, de la economía financiera, y de su máximo valedor, los bancos centrales. Aunque a Lagarde no le da la imaginación para ideas nuevas, si que le gusta al parecer lo de inventarse palabras o conceptos. Su última creación con tal de resumir la retroalimentación entre beneficios y salarios que alimentaría la espiral de la inflación es la expresión ‘Tit-for-tat’. En inglés esta se utiliza para definir las acciones que alguien emprende con tal de castigar a otra persona por haber hecho algo desagradable, en la línea del ‘donde las dan las toman’. El problema de esta metáfora infantil, es que pone al mismo nivel el derecho al beneficio, que el derecho al salario. Es esta la idea vieja e injusta que inspira al BCE y a Lagarde y omite dos cuestiones fundamentales. La primera que, mientras un 90% de la población vive de rentas salariales o prestaciones, la que vive de dividendos y beneficios es tan minoritaria como lo fue en su momento la aristocracia. Pero además el problema hoy no radica en el beneficio, sino la naturaleza acumulativa del capital y la falta de inversión empresarial precisamente en un momento en el que enfrentamos una transición en la estructura de nuestro modelo productivo.

Subir los intereses en este contexto con la excusa de la inflación, premiando a los grandes bancos que se prestaron dinero a intereses casi negativos, y ahora lo colocan con grandes beneficios, no obedece sino a una estrategia de naturaleza corporativa y con una clara perspectiva de mantener y ampliar los privilegios de clase, como en su momento hizo el imperio de k y k, eso sí, poco antes de pisar el umbral de su decadencia última.

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