martes, 26 de septiembre de 2023

Calidad laboral y calidad democrática

A raíz del estreno de ‘El sol del futuro’, Nani Moretti lanzó en una entrevista reciente un mensaje que no por simple parece menos oportuno: “La izquierda tendrá que acordarse del motivo por el que nació” o desaparecerá. El contexto lo marca una omisión alarmante: la de los últimos de la fila, “de las periferias donde (estos) viven y del trabajo que desempeñan”. Han sido tal vez demasiadas las prioridades que han situado a una izquierda aturdida por momentos, al margen de su esencia. De lo que la explica y la legitima: Defender a aquellos y aquellas que sufren atenazados por la precariedad y la incertidumbre existencial. Organizar a aquellos y aquellas cuya condición queda al margen de toda modernidad, porque viven y permanecen a la sombra de la historia. El distanciamiento gratuito de la centralidad de dos conceptos clave como lo son el trabajo y la propiedad, la confusión entre el derecho al subsidio y el derecho a un trabajo digno, en igualdad de condiciones, sin abuso ni explotación, ha acabado por devaluar la izquierda política y, de paso, la calidad de la democracia.

En su última publicación, el filósofo alemán Axel Honneth sintetiza el vínculo entre calidad laboral y calidad democrática con una cita de Howard Cole: “Una servidumbre industrial se refleja necesariamente en una servidumbre política” La izquierda, cegada por el reclamo de la gestión, por la clusterización de nuevos colectivos y sensibilidades, por el distanciamiento crítico del mundo del trabajo, ha olvidado que es la calidad de éste, como condición económica y social de las personas, la que es fundamento de la calidad democrática y de la cohesión del proyecto colectivo. Lo resume con acierto Honneth al recordar que “la oportunidad y la capacidad de participar en las prácticas deliberativas de la creación pública de opinión y voluntad, depende, para los miembros de la sociedad, de manera decisiva de cómo están vinculados por la división del trabajo en el proceso de reproducción social.” Si la división del trabajo impide al trabajador/a disponer del tiempo y de la distancia crítica necesarias, le impide, al mismo tiempo, erigirse en ciudadano soberano.

Son cinco las condiciones que, según Honneth, permiten al trabajador/a ejercer de manera directa y efectiva el derecho democrático. La participación democrática activa requiere, en primer lugar, de una situación económica independiente. Esto implica una relación contractual estable, un salario digno, prestaciones de calidad y un poder de negociación suficiente. Pero aún teniendo un trabajo de calidad, no puede haber emancipación política si no se dispone del tiempo para elaborar y debatir ideas y propuestas. En tercer lugar está la consideración que tenga de sí misma y de sus propias opiniones la persona. Sin autoestima es improbable que nadie pueda erigirse en sujeto político. Pero junto a la independencia económica, el tiempo vital necesario, y el respeto por uno/a mismo/a, hay un cuarto factor crucial que tiene que ver con la cultura y el hábito de la participación en los procesos de creación colectiva de opinión y decisión, ya sea en el ámbito laboral, o en el de vecindad o cooperativo, que favorece la capacidad de aportar valor en el proceso democrático.

La última condición que distingue Honneth al relacionar calidad del trabajo y calidad democrática tiene que ver con el carácter monótono, repetitivo, intelectualmente poco ambicioso que puede caracterizar la actividad laboral que desempeña la persona. Si esta encambio apela al individuo, le permite desarrollar sus capacidades, pone en valor su destreza, su experiencia y su criterio, lo que hace es sumar al proyecto colectivo una conciencia emancipada que no hará sino dar solidez y recorrido al proceso democrático. El trabajo de calidad es así requisito y condición necesaria para una ciudadanía emancipada y soberana que promueva el progreso democrático y social. Y al revés, la precariedad, la injusticia, la incertidumbre permanente, comportan una ciudadanía adocenada, aplastada por el sentido del agravio y de la injusticia, de la marginación y de la incertidumbre permanente, que favorece que sea manipulada y instrumentalizada por opciones políticas reaccionarias, como las que representa hoy en día la extrema derecha y la derecha extrema, como se ha visto en el caso reciente de Grecia.

Velar por la calidad del trabajo, por la capacidad de participar en la definición de las condiciones en las que este se desarrolla, por el cultivo y mejora de las habilidades, competencias y capacidades que favorecen la ‘humanización’ del entorno laboral, no es así tan sólo clave para la mejora de la productividad económica y de la cohesión social, sino también de la calidad democrática. Si la expresión carismática de la ciudadanía emancipada en el siglo XIX era la del paseante burgués, que se apoderaba de la ciudad mediante el bastón y la mirada, en ‘Caro Diario’, Nani Moretti daba un salto, convirtiendo al ciudadano emancipado de la postmodernidad, en alguien que, a lomos de una hermosa máquina, recorre las calles de su ciudad. La imagen, sencilla, evocadora, es la de la ciudadanía que deja de ser un privilegio decimonónico para pasar a ser la condición natural de la persona trabajadora convertida en sujeto emancipado y soberano.

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