martes, 22 de agosto de 2023

El optimismo es organización

“… que el hombre tiene en sí mismo la fuente de sus fuerzas morales, que todo depende de él, de su energía, de su voluntad, de la coherencia férrea de los fines que se propone y de los medios que aplica para ponerlos en práctica – y ya no desesperar nunca y no caer más en esos estados de ánimo vulgares y banales que llaman pesimismo y optimismo. Mi estado de ánimo sintetiza estos dos sentimientos y los supera: soy pesimista con la inteligencia, pero optimista por la voluntad. Pienso, en cada circunstancia, en la hipótesis peor, para poner en movimiento todas las reservas de voluntad y llegar al grado de derribar los obstáculos. Nunca me hice ilusiones y no he tenido nunca desilusiones. Estoy especialmente armado de una paciencia ilimitada, no pasiva, inerte, sino animada de perseverancia.” Antonio Gramsci (Carta a su hermano Carlo)

A raíz de una conversación con el amigo Penado

Es sabido que Antonio Gramsci destacó dos momentos característicos del proceso revolucionario, compartidos con Romain Rolland: ‘el pesimismo del intelecto’ y el ‘optimismo del ideal’. Por separado, a Gramsci le valían de poco o nada. Era la necesaria dialéctica entre los dos la que podía permitir cambiar la sociedad: La instrucción y la inteligencia como punto de partida desde la que desatar, mediante el entusiasmo y la agitación, la fuerza que había de transformar la sociedad. Sin optimismo, el pesimismo no era más que derrotismo. Sin pesimismo, el optimismo era poco más que voluntarismo e ingenuidad. Pero sin organización, eso es, sin fuerza, pesimismo y optimismo, por mucho que interactuasen, no pasaban de ser estados de ánimo, ‘vulgares y banales’, en palabras del gran filósofo italiano. Esta visión sigue siendo válida y debe dar potencia, profundidad y calidad al análisis sociopolítico que se realiza desde la izquierda, cuando esta pretende transformar, por la vía del progreso y de la justicia, nuestra economía y nuestra sociedad. Lo es especialmente hoy, cuando el momento político es de una complejidad sin precedentes.

Visto desde el pesimismo de la razón, difícilmente nos podemos contentar con el resultado del 23J. Habría que asumir que: ‘No se han ganado las elecciones, pero se ha ganado tiempo’. La aritmética parlamentaria nos dice que la mayoría de investidura no es una mayoría de progreso. La dispersión ideológica, con fuertes contrastes en cuestiones como la fiscalidad, la relación público/privada, o el modelo territorial, y la voluntad instrumental de algunos de los socios, no facilita la posibilidad de un pacto de estado que dé continuidad a la intensa agenda legislativa del gobierno anterior. La imposibilidad de fraguar un acuerdo estable entre las fuerzas de progreso y la tentación del ‘cuanto peor, mejor’ por parte de la derecha catalana, imponiendo condiciones imposibles para mantener la mayoría en el congreso, podrían inducir si no un adelanto electoral (dependerá de la demoscopia), sí una gran coalición. Esta se justificaría en la responsabilidad institucional permitiendo entre otros la renovación del poder judicial o sacando incluso a Vox de los gobiernos autonómicos. Sin embargo, afortunadamente, a Feijoo le faltan luces y fuerza para liderar una propuesta de este tipo.

Por otra parte, el contexto europeo tampoco es positivo. Ni en términos institucionales ni políticos. Al margen de la guerra y de la inflación, la política monetaria restrictiva del BCE anticipa un giro, también en la política fiscal, que ya es evidente en los presupuestos alemanes y que definirá el retorno al semestre y la gobernanza europeos el año que viene. Si hay un pesimismo que mata a la izquierda es el de asumir el dictado de la austeridad que prioriza los grandes balances financieros a costa de la economía real de los salarios, de las prestaciones y de la calidad de servicios públicos esenciales como la educación o la sanidad. En el plano político, hoy Europa no se debate entre la derecha o la izquierda, sino, cada vez más, entre las grandes coaliciones o ese neofascismo que se ha normalizado ya en unos cuantos países europeos. Aquí la presidencia del Consejo Europeo por parte de Pedro Sánchez, especialmente en el horizonte de las elecciones europeas, y un contexto de bloqueo parlamentario, podrían llevar a Sánchez a lanzar una señal política a nivel de Estado y de Europa, en un contexto que pone en solfa el modelo social y la singularidad geopolítica europea.

Si pasamos al optimismo de la voluntad, y con él a la acción política, no hay duda de que, frente a la opción regresiva de PP y Vox, existe una mayoría de progreso en las Cortes. Toca por tanto trabajar, haciendo justicia al mandato de las urnas, máxime cuando la alternativa, eso es, la repetición electoral, es una espada de Damocles que pende sobre el liderazgo de cada uno de los partidos de una posible mayoría de investidura. La oportunidad reside así en construir un marco institucional de responsabilidad compartida en base a grandes acuerdos que permitan preservar la democracia y los derechos de ciudadanía (igualdad, memoria, estado del bienestar…), desactivando al mismo tiempo, paso a paso, el poder mediático e institucional que ha hinchado la opción de Feijoo y Abascal. La gestión de los fondos europeos, los buenos resultados macroeconómicos, fruto de las políticas de progreso, pero también la mayoría silenciosa que se asoma a las encuestas y que se reivindica como feminista o es consciente de la inminente crisis ecológica que ya experimentamos, pueden suponer un salto cualitativo en las encuestas, que acabe facilitando, a medio plazo, un adelanto electoral.

Pero ni el pesimismo que traslada la cruda realidad que enfrentamos en el plano político, ni tampoco la oportunidad que abre el resultado del 23J son suficientes si no se trabaja intensamente en el plano de la organización en la izquierda. Aquí el problema no radica ni en las 17 autonomías, ni tampoco en los 11 partidos representados en el congreso, sino en la amalgama de sensibilidades que enriquecen, desde la perspectiva de la diversidad, el proyecto liderado por Yolanda Díaz. Si los tiempos son los de un giro a una gran coalición, Sumar necesita músculo organizativo a corto plazo. Si resulta operativa una mayoría de progreso, la presión sobre la responsabilidad de gobierno en el marco de la política económica europea y de la política institucional a nivel de estado, exigen reforzar la cohesión interna de la plataforma actual, dando un paso adelante en su naturaleza política. En cualquiera de los dos casos la alternativa no está entre pesimismo y optimismo, sino entre una apuesta organizativa compartida por corrientes y sensibilidades, o una entropía que acabe haciéndole el juego a los grandes intereses corporativos y financieros.

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