jueves, 10 de agosto de 2023

Democracia suspendida

Los datos de la Encuesta de Población Activa vuelven a poner a cada uno en su sitio. La última vez que España vio unos números como los actuales fue hace quince años, pero en aquel momento era fruto de una burbuja especulativa que poco tenía que ver con la solidez del crecimiento actual. Con 21 millones de personas trabajando, una inflación muy inferior a la media europea y un crecimiento previsto por el FMI que duplica la media de nuestra zona monetaria, los datos económicos ponen en evidencia las mentiras vertidas durante la campaña electoral por parte de quienes siguen pensando que ostentan algún tipo de derecho natural o heredado para ejercer el gobierno del país. Pero las mentiras tienen las patas muy cortas. Y ni han aumentado con el gobierno de progreso los allanamientos, ni se ha destruido trabajo autónomo, ni se paga más luz que en Europa. Lo que sí es cierto es que, con el PP, las pensiones perdieron poder adquisitivo o que, con la reforma laboral, no tan sólo ha aumentado el número de personas empleadas, sino también la calidad del empleo, con una tasa de temporalidad 7 puntos inferior a la de los anteriores gobiernos del país.

A Antonio Machado se le atribuye la frase de que el arma más destructiva que utiliza el fascismo es la mentira, y es cierto que la derecha le tiene querencia a la mentira, porque, al fin y al cabo, de lo que se trata, es de que las personas voten en contra de sus propios intereses, y para eso sirve de bien poco ir con la verdad por delante. Mentira por tanto, que no inexactitud, ofrecer datos falseados sin reconocer el error, a pesar de la evidencia. Mentira el alud de encuestas que pretendían condicionar el voto, y mentira la de algunos y algunas supuestas profesionales de la comunicación, que hicieron estrepitosa dejación de funciones al presidir la confusión y la algarabía en demasiadas entrevistas y mesas de debate. Y luego está lo del infundio cuando no directamente la difamación, eso es, lo del que te vote Txapote, del Perro Sanxe y del okupa que se habría instalado en la Moncloa sin legitimidad alguna. En definitiva, el cuadro clínico de una campaña hiperventilada y tremendamente mentirosa, que nos debería inducir a cometer cualquier imprudencia política menos la del borrón y cuenta nueva, con tal de intentar repetirla. Y es aquí donde la cuestión se torna algo más compleja.

La situación no es la misma que a principios del 2020 en algunos aspectos sustanciales. Para empezar es diferente el resultado, con una mayoría mucho más precaria, en la que cada uno de los actores de una posible mayoría de progreso habría de actuar sin fisuras, y, aún así, se habría de contar con la complicidad de quien puede sentirse tentado por el ‘cuanto peor, mejor’. Tampoco es parecida la situación en Europa, con el horizonte inmediato del levantamiento de la suspensión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y la vuelta, por tanto, al dictado de políticas impopulares desde Frankfurt y Bruselas. Es muy diferente la épica de la lucha contra los elementos, ya sea la pandemia o la inflación, que haber de vender la política de la fuerza mayor en el marco desabrido de la gobernanza europea. Y en este ámbito el presupuesto restrictivo recientemente aprobado por el ministro de finanzas alemán, y su aviso: “es una señal para nuestros socios y amigos en Europa” no infunde seguridad alguna. Como se está viendo en la intención de voto en Alemania, suelen ser las políticas de austeridad y de disciplina fiscal las que abren la puerta al voto a la extrema derecha.

Cuando además se relativiza el cordón sanitario, como hizo recientemente el líder de la derecha alemana Friedrich Merz, pintan bastos. Hay algo en el aire, algo que huele a pólvora y a ceniza, que nos dice que está empezando a ceder la resistencia a una alianza entre derecha y neofascismo en Europa. Las elecciones en España habían de ser un paso de gigante para poder decantar la balanza y superar el rechazo de algunos líderes europeos a lo que algunos daban ya por hecho. Pero la pelota quedó suspendida por encima de la red, y está por caer de uno u otro lado. El juego se inició con las elecciones al Congreso en Madrid y finalizará, previsiblemente, con las elecciones al Parlamento Europeo, en junio del 2024. Será determinante lo que consiga activarse en el marco de la Presidencia del Consejo Europeo que ostentará, este segundo semestre, el presidente en funciones Pedro Sánchez. 6 meses que serán decisivos para el futuro de Europa e incidirán también con toda probabilidad en los finos equilibrios que se intentan mantener en la geopolítica global.

Tener conciencia sobre la gravedad y trascendencia del momento debería ser la mejor vacuna contra la irracionalidad y la tentación de precipitar los acontecimientos con tal de sacar, de las aguas revueltas, ganancia de pescadores. Lo que queda en suspenso durante estos seis meses es la calidad y el futuro de nuestra propia democracia. Aquí y en Europa.

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