sábado, 20 de mayo de 2023

Más allá de la Comisión Europea

Decía David Attenborough que “quien crea que el crecimiento pueda ser infinito en un mundo finito, o bien es mala persona o es economista”. Sin duda, lo del crecimiento continuo e imparable es la epifanía de una buena parte de los defensores de la ortodoxia neoclásica, pero, como ha quedado suficientemente demostrado, no tan sólo es inviable desde el punto de vista económico, sino en cualquier otro sentido. Cuando en algún momento del siglo pasado se empezó a substituir la noción de progreso, este sí, potencialmente lineal e infinito, por la de crecimiento, la voluntad era la de dotar al mercado de una dimensión orgánica que justificara los desequilibrios. El tiempo ha demostrado que lo del crecimiento permanente es una faloria inducida por lo que no son sino malos economistas. El crecimiento, por su propia naturaleza, y muy a pesar de las veleidades por la ‘eterna juventud’ de las que hace gala el capitalismo neoliberal, comporta por necesidad, la realidad inaplazable de la maduración y de la muerte. La pregunta de fondo es así si el tránsito se lo reservamos a la población mundial o tan sólo al sistema económico extractivo que se ha impuesto desde las élites a lo largo de los últimos tres siglos a la mayoría social y al planeta.

Hace ya más de cincuenta años, el vicepresidente de la Comisión Europea Sicco Mansholt cuestionaba la doctrina del crecimiento en una carta en la que apelaba a “pensar en términos de utilidad nacional bruta en lugar de producto nacional bruto”. El mismo año el Club de Roma encargaba al MIT un informe sobre los límites del crecimiento que situaba en 100 años la caducidad de un modelo de crecimiento exponencial de la población y de la ‘riqueza’ en términos de producto interior bruto. Ahora que, pasadas cinco décadas, estamos a medio camino, el pronóstico parece estarse cumpliendo sin que se consiga un cambio que permita revertir la tremenda inercia acumulada en el sistema. Como se ha vuelto a poner en evidencia hace poco, esta inercia es doble. Mientras Naciones Unidas advierte que las temperaturas mundiales alcanzarán ‘niveles sin precedentes’ en los próximos cinco años por efecto de los gases de efecto invernadero, la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen reclama una pausa regulatoria en el impulso y ejecución de la agenda verde europea. Por tanto inercia climàtica de nefastas consecuencias por un lado, e inercia política con gobiernos faltos de visión por el otro.

Escribe Mariana Mazzucato en ‘Misión economía’ que “a un gobierno que carezca de imaginación le resultará más difícil crear valor público”. Los gobiernos actuales, tan susceptibles y volubles al dictado y la presión de las grandes empresas y actores financieros, tienen una carencia endémica de visión, y el resultado no tan sólo es un fuerte déficit en creatividad, sino la destrucción directa de valor público, ecológico y social. El crecimiento actual supone una anomalía en nuestra naturaleza, una singularidad monstruosa, una deriva en toda regla que condena la posibilidad de un progreso sostenible y justo. Su dictado está inscrito en el propio ADN de la Comisión Europea que ahora, una vez más, vuelve a darle la espalda a los compromisos asumidos. La piedra angular de la gobernanza europea es el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, ahora suspendido, pero que muy pronto volverá a cuestionar unas políticas fiscales con las que Europa parecía haber pasado página. Si desde la economía política se advertió que la política monetaria del Banco Central Europeo entraba en abierta contradicción con la política fiscal del plan de recuperación y transformación y resiliencia, ahora se confirma cual de los dos marca la agenda europea.

La Presidenta de la Comisión Europea advierte en su reciente comunicado que “Deberíamos prestar atención a la capacidad de absorción de estos cambios (la agenda verda) por parte de la economía europea” y muestra con ello dos cosas. En primer lugar que no ha entendido nada y que le pesa más la presión de los grupos de presión agrarios, energéticos y financieros que la certeza de dónde se concentra realmente la saturación. No es la economía la que no puede absorber la agenda verde, sino que es nuestro entorno natural, el planeta del que vivimos, el que no puede absorber más el impacto de una economía que no persigue sino el afán de lucro y de poder de unos pocos. En segundo lugar von der Leyen muestra debilidad ante la campaña de presión que capitanea la derecha extrema de Manfred Weber en el Partido Popular Europeo, y que no le hace ascos a una colaboración estrecha con una extrema derecha que, en términos ambientales, pero también sociales e históricos, se inspira en un profundo negacionismo.

Es irónico o incluso frívolo que von der Leyen haya escogido su anuncio justamente al llegar a su fin la conferencia europea ‘Beyond growth’ en la que han participado los principales grupos políticos del Parlamento Europeo. En su plenario final Yolanda Díaz recordaba que no habrá una auténtica transformación del proyecto Europeo si no hay un cambio en su política monetaria y en su arquitectura institucional. Estas dos son las principales palancas de transformación de una construcción europea que hoy es presa de una inmensa inercia. A un año de las elecciones europeas son las cuestiones que deberían centrar la agenda política en el marco de un debate abierto con propuestas y compromisos muy concretos por parte de los grupos políticos. ¿Se puede construir Europa sin desarrollar las funciones y capacidades del Parlamento Europeo? ¿Es posible hacer frente al reto de la doble transición climática y tecnológica con un Banco Central Europeo que defiende una política monetaria que es incapaz de empoderar la iniciativa pública? Pues eso. No esperemos a que responda la Comisión Europea por nosotros.

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