miércoles, 17 de mayo de 2023

Hora Punta

En términos demográficos vivimos en hora punta. Desde 1974 la población mundial ha doblado su número, y, al mismo tiempo, la esperanza media de vida ha aumentado en un 25% (de 58 a 73 años). Esta extraordinaria constelación comporta que hoy se dé un fenómeno que probablemente será único en la historia, y es que en este momento habitan más personas el planeta que las que han vivido y muerto a lo largo de toda la historia de la humanidad. Si tomamos como paradigma el caso de la China vemos que el crecimiento demográfico, en este caso con una población que se dobla en número entre 1953 y 1990, va acompañado de otros dos factores, el primero, el aumento imparable de la riqueza medida en términos de PIB, y el segundo, no la innovación, pero sí un fuerte desarrollo tecnológico. Estos tres factores, población, producción/consumo y tecnología, van ligados y, tal y como se estableció hace algo más de cincuenta años, el producto de los tres define el impacto que tienen sociedad y economía en un bien cada vez más escaso, el medio ambiente.

El problema no radica en el desarrollismo chino, sino en el modelo productivo que es propio del capitalismo, ya sea de estado o de mercado. De crecimiento y sostenibilidad se habla estos días en Bruselas en el marco de la conferencia ‘Beyond growth’ (Más allá del crecimiento) con la voluntad de articular un consenso que permita eludir en el corto plazo un colapso más que anunciado. Las limitaciones no sólo del modelo sino también de los indicadores de crecimiento, y especialmente del PIB, figuran en la agenda desde que, hace ya 14 años, redactaran un contundente informe los economistas Stiglitz, Sen y Fitoussi. Poco ha pasado en estos años en relación a las políticas que precisa un cambio estructural capaz de revertir lo que tiene de inexorable la actual degradación ecológica. Las jornadas que acoge el Parlamento Europeo vienen así cargadas de una cierta rabia contenida, con mensajes afilados que trasladan la urgencia y la voluntad de superar inercia e impotencia y conseguir que esta conferencia sea algo más que un lavado de cara institucional.

Cuando se trata de conjurar un cambio estructural en el modelo de producción, las palabras que cobran mayor protagonismo son decrecimiento, postcrecimiento y crecimiento verde. Ante un auditorio concurrido y joven los mensajes son claros y tajantes: “Un crecimiento sostenible que esté desconectado de la naturaleza es un cuento de hadas”. No se trata por de conjurar un ‘crecimiento verde’ que, en términos de sostenibilidad, es lo más parecido a un oxímoron, sino en producir menos e introducir una dieta macroeconómica en toda regla. Esta opción se enfrenta sin embargo a dos paradojas y a un reto substancial. En primer lugar está el hecho de que la reducción del impacto en el medio ambiente requiere de una inversión en el cambio de modelo energético y de consumo que precisa de recursos financieros que, a su vez, tendrán su reflejo en la contabilidad nacional y con ella en el PIB. Por tanto, más allá de la opción de parar máquinas como sucedió en la pandemia con las consecuencias que hoy vivimos, el cambio de modelo productivo y tecnológico por si sólo puede no ser suficiente para desconectar crecimiento e impacto en la naturaleza.

La segunda paradoja es que, en términos socioeconómicos, la redistribución de la riqueza resulta más fácil de gestionar en periodos de crecimiento. Si bien es cierto que el crecimiento de los últimos años se ha dado de manera simultánea a un aumento de la desigualdad, ésta aún ha aumentado más en los momentos de crisis, ya fuera la gran recesión o con la Covid-19. Desconectar el sistema del bienestar del crecimiento es por tanto una tarea compleja y que comporta el riesgo de que, ante una precariedad creciente, se extienda la resistencia al cambio del actual modelo productivo. Y este es precisamente el reto. Una cosa es enardecer y entusiasmar a un auditorio convencido de verdades como puños, la otra trasladarlo a todos los niveles de renta y a todos los países induciendo un cambio sociocultural o incluso civilizatorio a escala mundial.

De las muchas metáforas e imágenes que se han compartido estos días, una que quedará en memoria es el cuadro de Goya ‘Saturno devorando a su hijo’. El pasado (Cronos) se come el presente no tan sólo por la acumulación de propiedad y capital en unas pocas manos, si no por haber instalado en las conciencias la fatalidad y el descreimiento. Articular hoy una revolución cultural y social como la que exige el cambio del modelo de producción no es fácil y sólo puede ser posible desde el agravio o desde la ilusión. Ni a una ni a la otra les sirve el concepto de ‘decrecimiento’ que tiene connotaciones que pueden satisfacer la exigencia intelectual de algunos, pero no generar confianza en la inmensa mayoría de la población.

Ver desde la ilusión el cambio pasa hoy por medidas de justicia fiscal que faciliten la redistribución, por una mejora de las condiciones de trabajo (semana de 32 horas a igual salario), y por un cambio de los hábitos de consumo que no sea percibido como un límite o un control, sino como el ejercicio de un derecho en el marco de algo tan claro y poco perecedero como lo sigue siendo el concepto ‘progreso social’.

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