domingo, 11 de abril de 2021

Serendipia

Serendipia es aquel hallazgo valioso que se produce de manera accidental o causal. Se trata pues de la constelación de una persona que busca una cosa y acaba encontrando otra y, más importante aún, que previsiblemente se da por satisfecha con ella, renunciando al objetivo que perseguía originalmente. Serendipia es así el origen de las mejores recetas, de grandes descubrimientos científicos como la penicilina, y clave en la que habría que interpretar los grandes errores que han acabado escribiendo nuestra historia, como el descubrimiento de las Indias americanas. Más allá de la cocina, de la farmacia o de la geografía no podemos descartar que este concepto sea también el principio no inspirador, pero si motriz de muchas decisiones política. Cuántas veces no habrá sucedido que una decisión equivocada y la necesidad de legitimarla, hayan invitado a adaptarse a un escenario imprevisto, que se acaba normalizando. Así a veces el camino más corto de A a B no es necesariamente la línea recta, sino una C fortuita, que acaba sustituyendo sentido y meta iniciales.

Este maravilloso concepto que muestra que el auténtico poder de la naturaleza humana no reside en la deducción, sino en la capacidad de adaptación, viene de lejos. Fue recogida en una novela gótica por el autor británico Horace Walpole, que se inspiró para ello en un antiguo cuento persa, protagonizado por un camello cojo y tuerto que se pierde camino de Kandahar, en el actual Afganistán. Tiene por tanto un regusto oriental, exótico, que huele a canela y cúrcuma, e invita a retumbarnos en el sofá y dejarnos llevar por la ensoñación. Al fin y al cabo, Serendipia es un homenaje a la fuerza creadora de la casualidad y contagia un cierto hálito de esperanza. Tal vez ante una situación política o diplomática adversa la solución no sea romper la negociación o dar la espalda, sino aprovechar la contingencia para darle una utilidad o un sentido inesperado. Podría ser el caso por ejemplo del último altercado experimentado por la diplomacia europea en su reciente visita a Turquía, en lo que, de entrada, parece un nuevo episodio de la serie ‘El Elefante Azul en la cacharrería global’.

Recordémoslo. El presidente turco Erdogan recibe a las dos máximas autoridades de la Unión Europea habiendo preparado una inclemente triquiñuela protocolaria para satisfacer su ego machirulo y de paso hacer un poco de presión sobre las instituciones con sede en Bruselas. Así prepara dos sillones para él y el presidente del Consejo Europeo y deja plantada a la presidenta de la Comisión que no encuentra asiento, y se ha de acabar refugiando en un sofá. El así llamado ‘sofagate’ pone en evidencia la torpeza o grosería de Recep Tayyip Erdogan, pero sobre todo la de Charles Michel, que queda retratado por la falta de recursos a la hora de responder al desplante con un mínimo de elegancia. Sentar al margen de una conversación de estado a la responsable del ejecutivo europeo denota desprecio y arrogancia por parte del presidente turco. Su juego de las sillas trasladó la diplomacia al patio del colegio, y muy probablemente, remitió por un momento a Ursula von der Leyen, a su más tierna infancia.

¡Qué no pasaría por su cabeza, sentada en el diván del oprobio! Es precisamente en estos momentos cuando deberíamos azuzar el oído para escuchar el paso irregular del camello que cruza la sala y deja tras de sí un aroma a cardamomo y a azahar. Llevada a tal extremo la presidenta de la Comisión debería haber conjurado el poder de Serendipia. También Europa se encuentra siempre al final de la canción, y cuando esta se detiene, son tres las instituciones que pujan por tomar asiento en dos sillas. La definición irreal del poder legislativo y ejecutivo, con Consejo, Comisión y Parlamento es lo que precisamente anima confusiones tan groseras como la urdida por Erdogan. Para políticos como el presidente turco con un único poder, el suyo, ya hay suficiente, pero en clave científica y también política es muy difícil que quepan tres culos en tan sólo dos asientos.

Cavilando en el diván, tal vez Ursula von der Leyen entendiera cómo nos sentimos la mayor parte de los europeos, cuando las decisiones que toma nuestro Parlamento, allá en Bruselas o en Estrasburgo, es política tan sólo de cara a la galería, porque las reformas y políticas que nos imponen tienen bien poca legitimidad democrática. Si por un momento la Presidenta de la Comisión compartió con nosotros el sofá de la infamia, bienvenido sea. Tal vez Erdogan se llevara una risa en el proscenio y tal vez Charly tenga los días contados, pero el verdadero sentido del mal trago que hicieron pasar a nuestra presidenta alemana, tan sólo tendrá sentido si le ha servido para vislumbrar las luces de Serendipia. Con un Parlamento con las debidas competencias, una cámara territorial y un ejecutivo, Europa podría gestionar sus competencias con mucha mayor determinación. Y si no se entiende, siempre queda el diván, y si no la silla plegable.

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