miércoles, 21 de abril de 2021

El paraguas

El paraguas juega un papel cambiante a lo largo de la vida. En la infancia lo más habitual es que prefiramos protegernos bajo una capucha, y eso, si no queda otra. De lo que se trata es de llevar puestas las botas de agua y de atravesar los charcos, cuanto más grandes, mejor, hasta sentirnos como una isla en el océano. En la juventud incluso la capucha sobra. Lo que atrae es el romanticismo del cabello mojado, sentir cómo las gotas resbalan por la nariz, y sacudir la cabeza cuando llegamos a un lugar cubierto. A media edad, cuando ya hemos asumido que el paraguas es algo útil, a menudo, cuando empieza a llover, ya ni nos acordamos de en qué autobús, paragüero de café o casa, nos lo hemos dejado. En la vejez el paraguas echa atrás y preferimos guarecernos de la lluvia amparados tras una ventana, observando cómo los unos cruzan llenos de alegría los charcos, los otros corren en desbandada o buscan un taxi, como estatuas húmedas plantadas en la acera, y unos pocos, pasean orgullosos sus flamantes paraguas.

Con las pensiones pasa algo parecido. Cuando nos acordamos, a menudo ya es demasiado tarde. Ayuda la política, y especialmente la de aquellos y aquellas que no sirven al bien común, sino a los intereses de quienes ven en todo un negocio o una oportunidad. Así el discurso catastrofista de la demografía es un aliado indispensable de quien quisiera que todos llenáramos la hucha, probablemente para poder meterle mano, y ven como una incómoda molestia, a los que defendemos un sistema de reparto en el que los que trabajan pagan la pensión a los que se han ganado el merecido descanso. El relato de la imposibilidad comienza, como todo, con las propias palabras. Ja el concepto ‘baby boom’ nos remite la imagen de una explosión demográfica, algo incontrolable y peligroso. También la ‘hucha de las pensiones’ nos transmite la sensación de que las pensiones están desconectadas de la economía del trabajo y así, a nadie le ha de extrañar si algunos caen en la tentación, incluso desde la izquierda, en preguntar qué se ha hecho con sus cotizaciones, en vez de asumir que la suficiencia de las prestaciones recae, en primer lugar, en la calidad del empleo de los que trabajan.

El ministro Escrivá, aun habiendo asumido su responsabilidad en un gobierno de progreso, parece haber entrado también en este bucle. A pesar del consenso histórico en el seno de la Comisión Parlamentaria del Pacto de Toledo, con el apoyo de 6 partidos que representan la inmensa mayoría del arco parlamentario, parece que le puede la urgencia. Nos insinúa que, desde Europa, no ven con buenos ojos que se eche atrás la reforma unilateral de pensiones del Partido Popular, como tampoco quisieran ver derogada la reforma laboral, Y eso que la suspensión actual del Pacto por la Estabilidad y el Crecimiento impide toda condicionalidad normativa. Pero parece que cuesta asumirlo y aún más defenderlo donde toca. A base de anuncios y aspavientos que tienen menos que ver con la negociación en la mesa del diálogo social que con las ganas de condicionarla, un día nos levantamos con un cheque para incentivar la prórroga de la vida laboral, otro con un cambio en el cálculo de 25 a 35 años y, un tercero, con la amenaza de tirar recto. Cualquier cosa menos asumir que las dos reformas que se están negociando, la laboral en el Ministerio de Trabajo y la de Pensiones en el suyo, son complementarios y se habrían de articular de manera conjunta.

Parece ser que la última treta es la de plantear una negociación en dos etapas, en la que el factor de sostenibilidad del PP, que rompe la que es la clave de bóveda del sistema, eso es, la solidaridad entre generaciones, se aplazaría a un segundo momento. Nunca conviene confiar en quien pide confianza sino tan sólo en quién se la ha ganado, y a Escrivá se le ha de trasladar que el sistema de pensiones es perfectamente viable si se respetan tres factores. El primero de ellos es la calidad del empleo, la segunda la productividad, eso es, los medios que se han de garantizar para generar riqueza y distribuirla, y, finalmente, está la eficiencia del sistema, que para algunos parece ser la única variable de ajuste. En relación al mercado de trabajo la mejor garantía para el sistema de pensiones sería alcanzar la media de paro que se tiene en Europa. Si de mediana la nuestra está más de 7 puntos por encima, parece oportuno recordar que el 7% de 96 mil millones, que son los ingresos por régimen general, hace más de 6 mil millones, que se pierden cuando les negamos a las personas su derecho al trabajo. Si continuamos con la brecha de género, ser equitativos y superarla supondría un 23% más de ingresos, de un 45% de las afiliadas, eso es, cerca de 9 mil millones adicionales. Y están los jóvenes. Siempre olvidados. En 12 años hemos perdido dos millones y medio de afiliados de menos de 25 años que, si los tuviéramos, sumarían cerca de diez mil millones más. De hecho si fuera posible, ayudaríamos a que aquellos y aquellas que representan el futuro del sistema, recuperaran de paso la confianza en el paraguas de las pensiones.

En lo relativo a la productividad, la precariedad del mercado de trabajo, el déficit crónico de inversión pública y privada (educación I+D+i) y la laxitud del sistema fiscal, nos impiden equilibrar por esta vía la evolución demográfica. Finalmente, por lo que concierne a la eficiencia, la separación de fuentes, destopar las bases máximas o mejorar la contributividad de los autónomos, liberaría otros 20 mil millones. Para hacerlo se habría de entender que la única parte positiva de la pandemia de la COVID-19 es que tendremos dinero para afrontar un cambio del modelo productivo. Pero este tan sólo funcionará si superamos los déficits estructurales del mercado de trabajo, y para eso se habría de derogar la reforma laboral. Posiblemente Escrivá dirá que estas son las cuentas de la vieja, pero en realidad son las cuentas que nos convienen a todas y todos nosotros. Un paraguas es algo muy beneficioso, pero no cae como la lluvia del cielo, sino que se ha de producir y para eso alguien tiene que trabajar. Tal vez a alguien le parecerá una cuestión de otra época, pero si lo quiere entender, tan sólo ha de hacer acto de contricción y pasar un par de horas bajo la lluvia pensárselo mejor.

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