sábado, 27 de marzo de 2021

La proporción aurea 2: Hoja de ruta

Desconozco la razón, pero las investiduras al Parlamento de Catalunya me transportan, cada vez más, a mi adolescencia. Me recuerdan las fiestas de verano, cuando querías sacar a bailar a alguien y te quedabas sólo, o al colegio, cuando por medio de una constelación inverosímil, el más zafio os acababa representando a todos. Aunque la metáfora parlamentaria de moda sea Vietnam, la imagen que me viene a la cabeza es bastante menos épica. Tiene que ver menos con Indochina que con la tundra ártica, y una legión de lemmings lanzándose al océano en búsqueda de un continente perdido o de un inexistente puente cristalino al infinito. De aquel momento de transición evoco la desapacible incertidumbre, la intensidad de todo, y guardo en la memoria algunas personas que me influyeron con fuerza. Uno de ellos es Alex Blanch, amigo de mi hermano, bajista y cantante, melómano entusiasta y mente de una curiosidad insaciable que, en aquellos tiempos, se apasionaba, entre otras cosas, por la perspectiva renacentista. Recuerdo como si fuera ayer estar en su casa en el Masnou, escuchando, ante una mesa de estudio su análisis del cuadro ‘La flagelación’, de Piero della Franchesca.

El pintor toscano incorporaba, mediado el quattrocento italiano, la perspectiva lineal en sus cuadros de colores brillantes y figuras inexpresivas, resumidas someramente en sus rasgos esenciales. El punto que ocupa Jesucristo en la parte izquierda de ‘La flagelación’ se sitúa en el eje invisible que dibuja el número áureo (1,618), referencia que también integran la Santa Cena de Leonardo y cuadros de otros pintores como Miguel Ángel o Botticelli, que inventan y construyen la perspectiva en un juego matemático y racionalista que busca la proporción perfecta, ya sea en la arquitectura o en el cuerpo humano. Y no es un tema que nos debiera coger de lejos, y no tan sólo por la flagelación, tan actual en lo político, sino por la falta de proporción, de belleza y de magia que caracteriza la actualidad parlamentaria. Encerrados como el hámster en su rueda, perdidos en el bucle de la marmota, la realidad se hace desesperanzada, áspera, alienada. Cuando la democracia se vuelve extraparlamentaria, el consenso se presenta como una rendición, o las alianzas parecen bodas de sangre, se pierde la perspectiva y, sin esta, la política se convierte en un callejón sin salida.

Romper la tendencia, tumbar las paredes del laberinto, airear una democracia irrespirable por momentos, reclama que dejemos de lado los tótems y tabús, y que hablemos con claridad de tres cuestiones: El qué, el cuándo y el cómo. La primera es el elefante en el hemiciclo y trata de los fundamentos democráticos entre los cuales está el derecho a la autodeterminación. La segunda se refiere a los tiempos, en los que la lógica exigiría una hoja de ruta que ningún interlocutor, todos ellos imbuidos de razones absolutas, está dispuesto a negociar. Y, finalmente, está el cómo, eso es, la proporción, en la que tampoco hay disposición a concretar porque unos y otros la dan por evidente, la que defienden ellos, claro. ¿Cuál sería el porcentaje necesario para justificar un cambio estructural en términos de soberanía que supusiera un punto de no retorno y por tanto habría de reclamar una mayoría amplia? Parece razonable que fuera algún punto entre el 50% que parece quedarse algo corto, y la mayoría de dos tercios que se establece para los grandes cambios, como por ejemplo en los fundamentos constitucionales. Entre uno y otro no hay punto intermedio, pero sí existe la divina proporción.

Hagámoslo a modo de ejercicio lúdico. Si se pusiera el número áureo como referente para dar por aprobado o no un referéndum, tendríamos que, en cualquier caso, la proporción entre los que votasen por la opción con menos apoyo, y los que habrían votado por la ganadora, no sería nunca superior a la que existiría entre la opción más votada y la suma de las dos. El 61% no es por tanto una mayoría abrumadora, pero si una mayoría ‘razonable’. Si hubiera un consenso para situar este porcentaje que no hace sino aportar una proporción ‘ideal’, y también para establecer una hoja de ruta que situase el referéndum en el horizonte, previsiblemente se podría desatascar la situación actual y volver a recuperar un cierto grado de cohesión dentro de la mayoría de progreso que existe en Catalunya.

Mientras no haya la voluntad de sentarse a hablar, los unos den por imposible el derecho de autodeterminación y los otros pretendan rascar décimas o sacarle punta a la Ley de Hont, la cosa difícilmente tendrá solución y seguiremos estando vendidos al dictado de la hormona política. Por eso, mejor soñar con el Renacimiento. Disfrutar de la sonrisa de la Gioconda, apreciar la placidez del encaje geométrico de la santa cena o concentrarse no en el propio, sino en el ombligo del hombre de Vitrubio que, mira por dónde, marca la sección aurea y con ella la divina proporción.

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