lunes, 6 de mayo de 2019

Desigualdad y conflicto político

Hace un año Thomas Piketty publicaba un estudio sobre desigualdad y conflicto político. En base al análisis de encuestas postelectorales realizadas, a lo largo de los últimos 70 años, en Francia, EEUU y Reino Unido, el célebre economista francés intentaba responder a una cuestión central: ¿Cómo se explica que la creciente desigualdad, que se ha instalado desde los años 80 en Europa y EEUU, no haya comportado más políticas de redistribución? La respuesta estaría para él, en la profunda transformación que ha experimentado el electorado. Si en Francia, por ejemplo, en la década de los cincuenta, se daba la ecuación de que, a menor nivel educativo, más voto a la izquierda, 50 años después sucede lo contrario. Hoy ha aumentado el número de personas con más educación, y éstas dan mayoritariamente el voto a la izquierda, pero, al mismo tiempo, el voto de los electores con menor educación, se ha diversificado.

Sugiere Piketty que para entender el populismo, es necesario comprender antes el elitismo, y este articularía hoy como élite múltiple’, con dos élites, la de los que tienen educación superior, y la tradicional, con patrimonio y altos ingresos. Al margen de este elitismo habría quedado el grupo social más numeroso, con bajos ingresos y poca educación, que, o bien habría engrosado el espectro de la abstención crónica, o se alinearía en buena medida, con el voto reactivo, característico de las propuestas populistas. Aquí el economista de la desigualdad sitúa la aparición de un nuevo factor, el eje globalización/migración, que habría canalizado, en paralelo al auge neoliberal y a la presión creciente sobre el sistema del bienestar, el desapego, malestar, y frustración de quienes han dejado de lado la identificación con su condición y clase, para alinearse con propuestas enfocadas principalmente en la identidad nacional.

La competitividad mundial, con flujos ilimitados de capitales, mercancías y personas, habría soslayado así el debate sobre la redistribución vertical para trasladarlo a la horizontalidad del enfrentamiento entre países y economías. El cambio producido comportaría, según Piketty, una translación de los polos magnéticos, de un eje centrado en la redistribución de la riqueza, a otro entre globalistas (altos ingresos, mucha educación), y nativistas (bajos ingresos, poca educación). El estudio muestre cómo no hay una coincidencia relevante entre quienes favorecen la igualdad (52%) o la migración y, de hecho, como se muestra a partir del análisis de las últimas primarias presidenciales francesas (2017), existirían cuatro opciones a analizar con evidente cautela: La de quienes favorecen igualdad y migración (Melanchon), desigualdad y migración (Macron), igualdad sin migración (Le Pen) y desigualdad sin migración (Fillon).

Ha anunciado Piketty que el análisis realizado en una primera fase, en la siguiente se ampliaría a otros países entre los que también se contaría el nuestro. Como ha mostrado el 28A, las opciones ‘populistas’, eso es, centradas no en la redistribución de la riqueza, sino en el eje globalización/migración, han quedado como mínimo disimuladas, tanto por su aparente derrota, como por pesar más la cuestión ‘nacional’ que el factor ‘migración’. De hecho, la ruptura del bipartidismo parece haberse construido aquí, en primer lugar, sobre otro elemento ajeno al estudio del equipo de Piketty, el de la corrupción, que en su momento reorganizó el mapa electoral, y no en base a los ejes de justicia social y migración, sino a los de justicia social y renovación democrática. La irrupción del discurso obsesivo de la unidad y del agravio nacional, habría comportado después, en este panorama astillado, una nueva fragmentación.

En cualquier caso vale la pena interiorizar el concepto de ‘élite múltiple’, como eje de segmentación social en nuestro país, porque si hasta hace bien poco, se había dado un proceso de ampliación permanente en el segmento de la educación superior, en los últimos años, y por obra del elitismo del partido popular, éste se ha frenado y con él el principal ascensor social que aún estaba operativo. Al mismo tiempo la notoria pobreza y precariedad laboral que se ha instalado en el mercado laboral ha comportado desarraigo ideológico y frustración política en muchas personas que ya no votan para transformar su condición, sino para castigar al sistema que los ha marginado. En este sentido, la nueva mayoría de izquierdas, que esperemos quiera poner en valor Pedro Sánchez, debería tener en la educación y la calidad del trabajo sus ejes centrales de acción política. Con tal de frenar el populismo y el oscurantismo incluso religioso que enrarece y deprime el ambiente político, pero sobre todo por avanzar en la cohesión y la justicia social que reclama la mayoría de progreso de un país en horas bajas.

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