miércoles, 10 de abril de 2019

Mercadillo laboral

Un compañero recordaba hace poco que en la manifestación del 8 de marzo, un interminable caudal de proclamas imaginativas, de punzantes lemas y de consignas de puntería certera, una de las divisas rezaba: “Quien quiera flexibilidad que haga yoga”. Lo que es poco más que una ironía, encierra, sin embargo, una cierta carga de profundidad. Aquellos que exigen flexibilidad a los demás, a menudo deberían empezar por exigírsela a ellos mismos. Sin embargo quien reclama a los demás que trabajen por menos, con mayor incertidumbre y precariedad, habitualmente, es inflexible en lo relativo a sus propios privilegios, ya sean salarios, blindajes o ventajas fiscales. El neoliberal cultiva un discurso que no está dispuesto a aplicarse a sí mismo y cuando exige a los demás que salgan de su zona de confort, para enfrentarse al mundo ‘real’, lo hace amparado en una seguridad patrimonial que le niega al común de los mortales.

Las agrias contradicciones del relato hegemónico se hacen especialmente evidentes cuando de quien se habla es de aquellos que han quedado marginados del trabajo, relegados a la distancia higiénica que imponen las estadísticas socio-laborales. Recuperar, frente a la arrogancia de los números, la inmediatez de la voz y del testimonio personal, es la propuesta del libro ‘Parados en movimiento’, publicado recientemente por Pere Jódar y Jordi Guiu. Desde la indignación, con la voluntad de desenmascarar falsedades y perjuicios, los autores muestran a través de más de 40 protagonistas, cuál es la realidad de aquellos que han sido abocados al agujero negro de la dependencia, de la pobreza y de la precariedad, y cuáles son los mecanismos por los que se reproduce un régimen de injusticia social, que se pretende legitimar mediante la narrativa interesada de la libertad, el emprendimiento y la flexibilidad.

El primero de estos mecanismos es la estigmatización. Al trabajador o trabajadora se le responsabiliza de su situación, que se llega a confundir con su propia persona, con su disposición y capacidad. A las personas desempleadas se las pretende presentar como inestables, pasivas, inactivas, perezosas, para justificar que se encuentran en una situación que, en realidad, no responde sino al contexto socio-laboral. La clave de la estigmatización, del traslado de responsabilidad del mercado a la persona, se hace explícita en el concepto de la ‘ocupabilidad’. Si alguien no trabaja, o lo hace en condiciones lamentables, es porque no vale, porque no es suficientemente ‘empleable’. La estigmatización triunfa porque se ceba además en personas que se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad, con una reducida autonomía personal y una organización del tiempo a menudo precaria y desestructurada.

La solución que les ofrece el sistema es la de ponerse ‘en valor’, eso es venderse, para que a se les compre al precio que sea. Como denuncia una de las entrevistadas “nos maltratan como si fuéramos mercancía devaluada”, una mercancía que ha de competir con otras en la selva del mercado laboral, porque siempre “habrá alguien que querrá tu puesto”. La decadencia del planteamiento se traduce en malestar, depresión, y en el recurso frecuente al diazepam, el último remedio para un mundo en el que la máxima aspiración es un nuevo tránsito a un espejismo laboral en un desierto en el que se han borrado todos los límites, y en el que siempre se vuelve a caer de nuevo, de la precariedad laboral, en la irrelevancia social. Es lo que tiene el eufemístico ‘mercado laboral’, que, por la calidad del trabajo-mercancía que ofrece, por su nivel de informalidad, se ha convertido en poco más que un ‘mercadillo laboral’.

Y es que la obsolescencia como concepto, se ha extendido desde el ámbito de la tecnología, al de las personas, haciendo que se sientan como quincalla o muebles viejos. A fin de cuentas, se ha hecho obsolescente el propio concepto de ‘trabajo’, eso es, una relación con ciertas garantías que facilita estabilidad y emancipación personal. A cambio se nos aboca al universo de las tareas y faenas, hecho a la medida de los intereses empresariales. Lo hemos visto en las propuestas de la CEOE para el 28A que tan rápidamente han hecho suyas las derechas de este país: más incentivos fiscales, menos cotizaciones a la seguridad social, reducir los litigios tributarios, atenuar la dualidad del mercado laboral, mejorar la contratación a tiempo parcial. Ya sea mediante el sistema de protección social, incluidas las pensiones, a través de los contratos, armonizados a la baja permanentemente, o a través de la estructura de los salarios, el tótem que preside la economía es el de la flexibilidad, un espíritu que le es ajeno a los gurús y yoguis de la empresa, que hace tiempo se cambiaron de tribu, de pueblo y de comunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario