miércoles, 2 de enero de 2019

El mundo del estado empresa

Empezamos el año 2019 con un paisaje desolador. Su expresión más clara y contundente es, sin duda, la de un radiante Bolsonaro, dirigiéndose a su investidura como presidente del Brasil. Si nuestra principal preocupación ha sido la de coherencia entre propuesta y praxis en la izquierda, ahora nos apela con carácter de urgencia una zozobra en toda regla en la derecha política, que conjura los peores demonios del pasado. Mal nos va, cuando los que situamos como prioridad la salvaguarda de lo público, la redistribución de la riqueza y la centralidad del trabajo como garantía de justicia y cohesión social, hemos de reclamarle al conservadurismo un compromiso democrático e institucional, porque vemos cómo este se pervierte a marchas forzadas. Si en el lado del progreso sociopolítico el reto está en reeditar el contrato social, mejorando su calidad, en el de la derecha se hace evidente la urgencia por poner coto a una involución en toda regla, que se extiende como una mancha de aceite por nuestro planeta, y que llega hoy de Brasilia a Washington, y de Manila a Budapest.

La plaga del neoliberalismo y la mercantilización de la vida pública, ha dejado a su paso una sociedad paralizada ante el desprestigio permanente de la política, y vulnerable al reclamo de los mensajes más primitivos. La competitividad que se propugna en el mundo de la empresa, se corresponde, en lo geopolítico, con la lógica perversa de la lucha de las civilizaciones, en las que unos estados compiten con otros por la supremacía y el dominio hegemónico. Por ello, se nos dice, es preferible que sean empresarios como Trump o Macri los que lleven las riendas de la gestión política, porque son ellos los que saben cómo ganar la partida y deshacerse de la supuesta lacra de la burocracia y la corrección política. La lógica de la codicia, que es la única a la que se le atribuye la legitimidad en el tablero del monopoly global, precisa de personajes sin escrúpulos que, defendiendo sus propios intereses, promuevan, de paso, el interés nacional. La lógica empresarial desplaza así la política, en un mundo en el que las multinacionales escriben las reglas, y se vacía a la democracia, día a día, de su aspiración y sentido original.

Para empresas estado ‘eficientes’, eso es, que no escriban números rojos en sus balances y se ganen permanentemente la confianza de los mercados, hacen falta ciudadanos disciplinados, comprometidos y obedientes, con tal de que encajen y hagan girar los engranajes. Por eso, se nos dice, es imprescindible eliminar el ‘lastre’, ya sean funcionarios, beneficiarios de las ayudas sociales, inmigrantes, o incluso ‘políticos’, concepto bajo el cual se encasilla a todos aquellos que difieren de la política de empresa o quedan al margen de la empresa política. Esta, se anuncia prometiendo que ’primero los de casa’. Así, en la misma medida en la que aboga por cerrar las fronteras, para poner coto al ejército de reserva, ahora innecesario, promulga la necesidad de rebajar los impuestos, para que las empresas patrias, auténticos motores de la economía nacional, no se vean ‘forzadas’ a marchar. Mientras se promueve la desigualdad social a través de la reducción de ingresos y del recorte permanente de derechos, se fuerza la máquina propagandística, que hace tolerable la marginación del eslabón social más débil.

El paisaje desolador de la derecha tiene diversas estratificaciones, que se complementan todas ellas. Persiguen un mismo fin, ampliar el horizonte ‘comercial’ y afilar la mercadotecnia de la derecha, recurriendo a la vieja estrategia de la diversificación del producto. Así, en España, asistimos hoy a una singular convivencia de 3 partidos, similares en sus propuestas y proclamas, y que se diferencian tan sólo en lo formal. Son, como han sido siempre, las tres caras del capital. Por el lado de la tradición está el partido de la curia, que a pesar de estar corrompido hasta la médula, se presenta como modelo de virtud y de higiene moral. Después, con un aire chic y aroma a postmodernidad, está la versión banca, que encarna el discurso más neoliberal, y que ofrece libertad y emprendimiento, a cambio de calidad y derecho laboral. Y, finalmente, está la versión legionario, que apela a los instintos más básicos, y convierte en virtud intolerancia, fuerza bruta y simplicidad. Tres variantes para una misma política, que se alimenta de la polarización y la visceralidad de los debates, y que amaga con ello una dramática falta de propuestas. Tres versiones de una política hueca, incapaz de ofrecer ya no una alternativa de progreso, sino un mínimo compromiso de estabilidad y de paz social.

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