domingo, 2 de diciembre de 2018

La 'fiesta' de la cosecha

El 11 de noviembre de 1620, tras un accidentado viaje, los 102 peregrinos que se habían embarcado en el Mayflower, llegaban a las costas de Massachusets, al sur de Boston. Tras un crudo invierno, al año siguiente, los 53 puritanos y puritanas supervivientes celebraban, junto a 90 nativos americanos, la fiesta de la cosecha, que habían sembrado y recogido gracias al saber y ayuda de los indígenas. Con ello se situaba el prólogo de la que es hoy una de las principales fiestas del calendario en los EEUU, el día de acción de gracias, que se celebra, desde 1789, el cuarto jueves de noviembre, y que da paso, al día siguiente, al viernes negro, convertido ya en hito comercial globalizado. Vale la pena retener que, en el origen de esta efeméride, tienen especial significación dos elementos; la celebración de la cosecha, pero también, la arribada de los peregrinos ingleses al que se daría a conocer como ‘nuevo mundo’.

El ‘negro’ del ‘black Friday’ tiene un origen más moderno. Se sitúa en la densidad del tráfico que se daba después del día de acción de gracias, pero también en que era el momento del año en el que la contabilidad de los comercios pasaba del rojo al negro. De una u otra manera lo que es sorprendente es cómo, en relación a lo que sucedió en Plymouth Plantation hace ya casi 400 años, los términos de la ecuación se han invertido. Hoy el último viernes de noviembre ya no es el día de la resaca de la celebración de la cosecha, sino el chupinazo mercadotécnico que anuncia la incipiente cosecha del gran comercio, que se prolonga desde la semana negra hasta las rebajas de enero. En este sentido hay que destacar que en muchas de estas empresas, el 40% de la facturación se concentra en este periodo, y que la contratación en el sector, aumenta, en relación al resto del año, en cerca de un 75%.

No supone ninguna novedad mercantilizar la celebración de días señalados para la población, y de hecho, esta estrategia comercial no difiere de la utilizada por la iglesia católica cuando incorporó a su calendario fiestas paganas como los solsticios. Lo que sí parece innovador es la concentración en un período cada vez más intenso, de una campaña comercial que incrementa ventas y empleo en la lógica de una economía de escala que optimiza ingresos y gastos, a costa de la estabilidad de los contratos y de las capacidades del pequeño comercio. Así tan sólo los contratos de puesta a disposición gestionados por empresas de trabajo temporal supondrán esta campaña casi un 30% de los firmados en todo el 2017. La fiesta de la cosecha se traduce para muchas multinacionales, en el negocio del año, mientras que para muchas personas se convierte en trabajo, aunque, casi siempre, en trabajo precario, intensivo y mal pagado.

La calidad del empleo se ha deteriorado cada vez más por la vocación por concentrar la fuerza de trabajo en momentos o partes de la cadena de valor que permitan una rápida maximización de los beneficios. Es el viejo sueño de los contratos a disposición, cuya temporalidad y estacionalidad responde a la voluntad de dimensionar de manera dinámica la amplitud de las plantillas en función de la evolución de la cuenta de resultados. Así, el año pasado, uno de cada tres contratos temporales (el 87% del total) firmados en Catalunya era igual o inferior a 7 días, y, de estos, el 85% se correspondía con trabajos en el sector servicios. Tal y como muestra el informe anual del comercio detallista, elaborado por el Observatorio del Mercado de Trabajo catalán, dos de cada tres de estos empleos en el comercio eran ocupados en 2017, por mujeres y, de 2016 a 2017, el empleo de los menores de 30 años aumentó en un 15,6%.

El año pasado, por primera vez desde 2014, se redujo la evolución de las ventas del comercio, probablemente por la ralentización económica que comporta la incertidumbre promovida por el gobierno de los EEUU (cuna por cierto de las estrategias agresivas de venta), pero también por el impacto evidente que tienen los salarios menguantes sobre la capacidad de nuestra demanda interna. La compra impulsada y compulsiva no tan sólo comporta en este sentido unas condiciones insoportables para los profesionales del comercio, como denuncia la federación de servicios de CCOO, sino que no dota de la necesaria estabilidad al empleo y a la estructura de la demanda interna. Por mucho que el marketing venda esta economía de saldos como un chollo, tras los eslóganes y la parafernalia no se oculta sino una estrategia parecida a la de la agricultura intensiva, que se centra exclusivamente en la cosecha, olvidándose de la calidad del suelo.

Escribe Slavoj Zizek en una publicación reciente que “Puesto que en nuestra sociedad la libre elección se eleva a valor supremo, el control y dominación social ya no pueden aparecer como algo que coarta la libertad de cada uno: tienen que presentarse (y preservarse) como la mismísima experiencia de los individuos en cuanto que seres libres”. Hoy la libertad de los que cobran poco es la de comprar barato. Algo que impulsa el puritanismo del mercado cuyos efluvios retornan hoy planeando por encima del Océano Atlántico y que nos amenaza con que no se nos quede cara de indio a 3 o 4, sino que acabemos siendo indios e indias, todas y todos.

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