domingo, 18 de noviembre de 2018

Patria o nación

La solemnidad suele ser el refugio al que recurren algunos líderes, especialmente cuando ven menguar su popularidad. Lo vimos en las postrimerías del mandato presidencial, con François Hollande, hace ahora dos años, y lo hemos vuelto a ver con Macron, en la conmemoración del centenario del armisticio de la gran guerra. La estrategia parece clara. Cuando se pierde el apoyo de la población se intenta representar el duelo o la celebración popular en la persona del mandatario, que pretende erigirse así en representante visible de un consenso general, cuando este más le falta. Tras un descenso espectacular en las encuestas, hasta el 21%, que se ha afianzado con las movilizaciones contra su modelo fiscal regresivo y los recortes en pensiones y ayudas sociales, Macron no podía dejar pasar así la oportunidad que le brindaba la celebración del fin de la 1ª guerra mundial para intentar recuperar su maltrecha popularidad.

En loor de multitudes, y ante 70 jefes/as de estado, el presidente francés decidió servirse en su discurso de un argumento manido cuando se trata de sacar pecho y bandera, afirmando que “El patriotismo es justo lo contrario del nacionalismo. El nacionalismo lo traiciona” y situando en las antípodas dos sentimientos que, a su pesar, parecen claramente conectados. Ya lo hizo antes un presidente alemán, Johannes Rau cuando dijo que “Un patriota es alguien que ama su patria. Un nacionalista es alguien que desprecia la patria de otros”, y también se equivocó. Basta con revisar los carteles de la gran guerra, los libros de escuela de los niños que después servirían en Francia y Alemania de carne de cañón en la 2ª guerra mundial, para entender que el concepto de ‘patria’ es el combustible que queman los imperios para desatar conflictos. Lo escribía con acierto el gran escritor suizo Friedrich Dürrenmatt en la sátira teatral ‘Rómulo el grande’: “Cuando el estado se hace llamar patria es que se apresta a matar a sus hijos”.

Con 10 millones de muertos en el frente, utilizar el armisticio para reivindicar el patriotismo parece fuera de lugar. Recuerda Robert Graves que en las trincheras de la gran guerra a todo recién llegado que hablara de patriotismo al poco se le hacía callar. El vencedor de la batalla de Verdún, el mariscal Petain, que encabezó el abominable gobierno de Vichy, le puso por lema al régimen’ Trabajo, Familia y Patria’, y, a pesar de su ‘patriotismo’, entregó 149.000 franceses judíos a los nazis e hizo dictar sentencia de muerte contra 10.000 resistentes antifascistas. Lo de homologar ahora el patriotismo como contraofensiva frente al auge de la extrema derecha, no es sino otro error de ‘emulación’, que no evitará que las y los electores de Le Pen sigan prefiriendo el original ‘patriótico’ a la copia. Antes bien denota el profundo grado de confusión que se ha instalado en la política, y especialmente en la derecha, en términos de identidad.

Lo mostraba recientemente en nuestro propio país Albert Rivera, muy cercano a Macron, al hablar de combatir el nacionalismo mediante el ‘patriotismo ciudadano’ en unas conferencias cuya escenificación no es otra que la de la confrontación del nacionalismo ‘español’, con el de las ‘nacionalidades históricas’. Si la Real Academia corrigió, en su 23ª edición, la entrada correspondiente a nacionalismo, substituyendo la acepción que definía éste como ‘apego de los naturales de una nación a ella’ por la de ‘sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación’, parece claro que ¡Para fervor, Rivera! Tampoco mejora la cosa por el lado de Casado y el PP. El trato melifluo y ambiguo dado al franquismo y aquello de “Nosotros (por España) no colonizábamos, lo que hacíamos era tener una España más grande” demuestran que la cosa no se queda en nacionalismo o patriotismo, sino que alcanza el imperialismo en toda regla.

El problema es que con la hegemonía del capital financiero, lo de la construcción de la identidad se ha convertido en un auténtico rompecabezas para la derecha. Como cantaba Aute en el 76, “ser patriota no es sinónimo de idiota, pues yo la bandera, la llevo en la billetera” (Ay Suiza, patria querida), y lo de permitir que se identifique la nación o patria con los derechos de la ciudadanía se les hace a algunos muy cuesta arriba. Por eso lo suyo es el folklorismo y patriotería, que unos pintan inocuo y otros convierten en orgullo militante y premilitarizado.

El 11 de noviembre, además del armisticio, se conmemoraba también el aniversario de la ejecución de los cinco sindicalistas que conocemos como ‘mártires de Chicago’. En uno de los juicios más amañados de la historia, uno de ellos, el activista y tapicero alemán Albert Spies, dejó dicho que “El patriotismo es el único refugio de los infames”. Palabras mayores de aquellos y aquellas que nos procuraron la semana de ocho horas y que creían firmemente en la fraternidad y solidaridad entre los pueblos, porque el género humano es la internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario