domingo, 28 de octubre de 2018

Tres paradojas

En el umbral de las elecciones europeas podemos ver cómo la asimetría que ha instalado la crisis, con unos estados que han salido victoriosos y otros que han resultado perdedores, se ha trasladado también a la izquierda política en Europa. A falta de una estrategia conjunta, la izquierda permanece hoy dividida y comparte poco más que la laxitud en el análisis y el perfil bajo en la propuesta. Se trata de la primera paradoja que quisiéramos situar en esta breve reflexión: Aquella que muestra cómo una crisis financiera, y por tanto de carácter capitalista, en vez de unir a la izquierda y de cohesionarla frente a un problema común, ha conseguido dividirla y constreñirla al ámbito nacional, debilitándola en una de sus principales señas de identidad, el internacionalismo y la solidaridad.

En el lado opuesto ha ocurrido exactamente lo contrario. La extrema derecha sí ha construido una estrategia conjunta que apunta tres arietes. En primer lugar la ofensiva contra una Europa que se presenta como artificiosa y burocrática y que, en el marco de la crisis, quiere mutualizar la deuda y hacer pagar a justos por pecadores. Luego está el buque insignia de todo fascismo, la lucha contra el ‘otro’, en este caso los inmigrantes, presentados como parásitos que vienen a hacerse con los restos del estado del bienestar. Y, finalmente, está la denuncia de un sistema financiero corrupto y de un capitalismo depredador, en el marco de un socialismo de reclamo, postizo y utilitarista, que pretende defender los derechos de la clase trabajadora, pero que lo hace sembrando el conflicto entre trabajadores/as y negándoles por tanto la identidad.

Supone esto una segunda paradoja: La extrema derecha construye su identidad en negativo (contra Europa, contra la migración, contra el sistema), y de aquí saca su fuerza. Es paradójico que un eurófobo como Nigel Farage viva de las instituciones europeas, como lo es también que una propuesta antieuropea sea tan uniforme en Europa, hasta el punto de amenazar con cooptar sus instituciones. En este sentido la puesta en escena de Salvini, y su lucha por la soberanía nacional frente a Europa, comporta riesgos evidentes. A diferencia de la izquierda, que ya luchó esta batalla con Tsipras y la perdió al dejarlo solo, Salvini, al frente de uno de los grandes estados europeos, puede servirse, en el umbral de las elecciones de mayo, de este conflicto para cohesionar aún más la extrema derecha europea, y situarse a su vanguardia.

Que todo esto ocurra cuando estamos celebrando los 200 años del nacimiento de Marx no supone una paradoja pero sí una relevante anécdota. Parece evidente que los estados han perdido cintura ideológica a costa de reducir su papel al de gestores, frente a la lógica ‘natural’ de los mercados. Se han visto así abocados a un cortoplacismo, que no es otro que el de la renuncia estratégica, y la supeditación a una hegemonía que redistribuye mecánicamente los beneficios en función de la posición de poder de cada cual. Es este un campo abonado para el populismo más visceral y así lo estamos viendo en Europa. Lo que tiene carácter paradójico, y sería esta la tercera, es que la izquierda transformadora sea incapaz de reaccionar en un marco en transformación permanente, y de plantar cara con una propuesta social común sólida.

En una conferencia reciente en Berlín, el sindicalista metalúrgico Hans Jürgen Urban recordaba los peligros que comporta el auge electoral de la extrema derecha alemana, dirigida por una ‘élite organizada y profesionalizada’, que al acceder a las instituciones, multiplica además sus recursos políticos. Frente a ello parece inaplazable el converger en el marco de un ‘nuevo socialismo’ de carácter integrador, que extienda sus alianzas y complicidades (políticas, sindicales, civiles, sociales), tanto en la construcción de un marco teórico común, como en el de la acción política transversal. Esta ha de desvelar el carácter falsario de las propuestas de la extrema derecha y construirse en positivo frente al fracaso de las políticas neoliberales y el carácter autodestructivo del capitalismo financiero. Para hacerlo ha de sumar victorias en ciudades y comunas, pero ofrecer también, con carácter de urgencia, una visión socialmente integradora para el proyecto común.

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