lunes, 1 de octubre de 2018

Comando Valls

Harían bien las candidatas y candidatos a la alcaldía de Barcelona, en leer la crónica del desembarco electoral de Manuel Valls en Evry, una pequeña ciudad de la periferia parisina. El relato que realizan los autores Jacques Hennen y Gilles Verdez en ‘Manuel Valls, los secretos de un destino’, permite adivinar cuáles serán o han sido ya los pasos previos, y cuáles serán probablemente los platos fuertes de la campaña que pretende llevar al ex primer ministro francés a la alcaldía barcelonesa. La historia arranca hace poco menos de veinte años cuando al asesor de comunicación del primer ministro Lionel Jospin, le fue confiada una misión de alto riesgo. El municipio de Evry, situado en el extrarradio de la capital, y con poco más de 50.000 habitantes, corría peligro de caer electoralmente en manos de la derecha, y ante la alarma, en el PSF se decidió lanzar sobre ella a un joven político que despuntaba por su carácter resolutivo y por un talento natural para la comunicación.

El primero de los rasgos que destaca en el proceder del paracaidista Valls, al lanzarse sobre su destino, es que en la confección de su estrategia aplica la meticulosidad propia de un comando militar que va a introducirse en un territorio que le es completamente desconocido. Estudia el escenario con todo detalle, tiende cabezas de puente en cada barrio y con cada colectivo, trabaja con un equipo cerrado, de su absoluta confianza, hasta conseguir que en 6 meses, parezca que lleve viviendo en Evry más de diez años. El punto fuerte de quien, entre otros, habrá de desbancar al propio candidato natural del PSF en la ciudad, es sin duda el de la asertividad y la construcción del discurso entorno a un solo tema. Este no es otro que aquel que ha dado alas a la demagogia desde la prehistoria política, el del miedo y la inseguridad. Así si el mensaje de la campaña es ‘tolerancia cero’, este será el lema de quien es descrito por un testigo como “Valls, el seductor, Valls el táctico, Valls el brutal”.

Al poco de ganar las elecciones, el futuro primer ministro francés demostrará que no se anda con rodeos tampoco en la gestión municipal. Si en el apartado social la clase trabajadora de Evry no verá mejora alguna en 10 años de gestión, en la seguridad ciudadana la introducción de videovigilancia, pistolas eléctricas, perros policía, y un aumento exponencial del número de policías, triplicando el número inicial, permite reducir en un 40% la tasa de criminalidad. Valls el comando, Valls el gendarme y, cómo no, pasada la etapa de Evry, Valls ministro del interior y finalmente Valls, primer ministro con Hollande. El récord de expulsiones en un año, con 10.000 personas, entre ellas Leonarda Dibrani, una joven gitana detenida en plena excursión escolar, confirma la mano dura de este oportunista profesional que llega a defender la privación de nacionalidad, que no duda en precarizar las relaciones laborales (Ley ‘El Khomri’) o en devaluar las libertades públicas como supuesta estrategia para prevenir la amenaza del terrorismo.

Veinte años después de Evry, Valls se quiere lanzar ahora sobre Barcelona. Viene urgido por una contundente derrota política, marcado por la traición a su propio partido, con un halo de ilusionista desenmascarado que viene a la ciudad de los prodigios a coger su último tren. Ha olido presa y sabe que la división y la falta de liderazgo en el unionismo comportan una oportunidad única, que por el lado de los tibios, su mejor baza puede ser la de ser percibido como un tecnócrata ajeno las luchas intestinas. Ante la ciudadanía Valls se presentará como un gestor eficiente, implacable con la inseguridad. Ante los poderes fácticos, que no han dudado en financiarle, se ha ofrecido ya como cabeza de puente para recuperar, desde Francia, el control social y económico sobre Cataluña. Lo que nadie dice, pero todas y todos deberíamos tener meridianamente claro, es que Barcelona no necesita ni un comando ni un gendarme y mucho menos un oportunista irredento, sino una opción fuerte de consenso.

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