miércoles, 20 de junio de 2018

El increible estado menguante

Que nadie lo dude. Este es un país diferente. Y si no, piénsese por un momento en la traca final del Partido Popular y su donde dije digo, digo enmiendo, modificando en el Senado las cuentas que aprobó y consensuó en el Congreso. Lo ha hecho, y ha aprovechado la situación para tildar al PSOE de ‘esperpento’, por no defender unos presupuestos con los que este transige, muy a pesar suyo, para dar cuerpo a la legislatura y sacar al país de su infinito sopor. Se anuncia así el postmarianismo como una nueva etapa, en la que en la derecha cambiará todo, con tal de que nada cambie, mientras en la izquierda se conjura la ilusión en un proyecto que es un gran castillo de naipes, que no se sujeta sino en la esperanza de un cambio, en la promesa, y en las ganas de hacer.

El principal reto del brioso equipo de Sánchez será recuperar el estado, y hacerlo con las cartas marcadas, con una mayoría exigua que precisará de un consenso amplio, y que habrá de buscar, en cada nueva propuesta, la complicidad forzada de quienes dicen que quieren pasar página. Esta fase de la legislatura será, esperémoslo, la más agradecida, porque habrá de hablarse de modelos y de valores. Se abre con ella la esperanza de que pueda superarse, de una vez, el bloqueo democrático y sociopolítico que atenaza al país, y recuperar así una buena parte del diálogo y de las libertades con las que se ha ido ensañando el Partido Popular en su desastrosa e imparable huida hacia ninguna parte.

Recuperar el estado es recuperar, en primer lugar, la higiene política, la separación de poderes, el prestigio de lo público, la capacidad de articular debates que vayan más allá de las consignas monolíticas. Pero es también, desde la izquierda, articular la democracia social y construir la cohesión desde la igualdad de oportunidades, la autonomía de las partes, los necesarios equilibrios en la redistribución primera, entre trabajo y capital, y en la segunda, a través de los impuestos, las transferencias y los servicios públicos. También aquí falta estado, al ser España el cuarto país de la eurozona con menor recaudación fiscal, en 2017, un 37,9% del PIB, y ser al mismo tiempo también, de los países con menor gasto público.

Es esta una constante liberal, la de la reducción paulatina del estado, que se maneja por una doble vía, la del trabajo y la fiscal. En la primera, si comparamos con el escenario anterior a la crisis, ha menguado la parte que aportan los salarios a la renta nacional, el número de horas trabajadas y el número de trabajadores/as. Se ha hecho mediante una reforma laboral que urge modificar, porque la devaluación interna que persigue tiene un marcado acento social. La contratación, y especialmente la temporalidad, requieren hoy de una intervención en toda regla. Hay que recuperar la calidad del empleo, porque es una cuestión de dignidad, pero también económica, cuando sufrimos, de 2007 a 2014, la mayor caída de rentas en 40 años.

Redistribuir exige hoy aumentar el volumen fiscal y mejorar la progresividad. Pero si lo que hay no es suficiente, porque deja al margen las rentas más altas, por muy progresivo que sean los impuestos, poco se moverá. Y conviene que se mueva, porque hay que superar la desigualdad que se ha instalado en la sociedad, y que es el testimonio mudo de la falta de democracia y de compromiso social. Trabajo y justicia, eso son los retos permanentes de cualquier política progresista. No lo tendrá fácil Pedro Sánchez y las tentaciones serán grandes para renunciar a la laboriosa búsqueda de los consensos y para abandonarse al más manido recurso, el de gobernar para la galería. Pero es hora de dar confianza, y de alimentar la esperanza que se ponga fin a la insostenible dinámica de un estado que mengua día a día, sacrificando su capacidad de intervenir y su más íntima legitimidad.

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