domingo, 4 de marzo de 2018

Igualdad efectiva

El reciente informe ‘La calidad del sistema jurídico como clave del crecimiento económico y del progreso social” del Círculo de Empresarios pretende ser un aviso para navegantes, especialmente para aquellas y aquellos que surcan las procelosas aguas del derecho. Denuncia a aquellos/as jueces que no respetan el ‘espíritu y letra’ de las reformas, en clara referencia a las laborales, y estigmatiza así como ‘ideológico’ el celo a la hora de velar por la coherencia jurídica de la sentencia. El ‘activismo judicial’, manipulador y díscolo según los empresarios, enmendaría la plana al legislador, vulnerando así, de manera injustificable, la separación de poderes.

El mensaje resulta atrevido, sino provocador, cuando quien apela a la neutralidad, es quien se constituye en juez y parte, y, si lo miramos con rigor, precisamente en aquella que defiende y promulga que las leyes se han de adaptar a la economía, con la laxitud y flexibilidad que son tan consustanciales a la actual hegemonía del capital, pero no a los valores y derechos que son el fundamento del ‘sentido de la justicia’ que deviene esencial para la cohesión en una sociedad. Resulta desalentador e irresponsable que esta nueva ofensiva coincida con una fuerte crisis institucional, social y política, y no hace sino confirmar hasta qué punto, para algunos, es vital que cunda la resignación.

Porque eso es lo que queda cuando no hay tutela ni anclaje, cuando no existe garantía ni fundamento, cuando entramos en el reino de los relativismos jurídicos, que es el de los intereses creados, aquellos que se benefician de la indolencia, del ‘es lo que hay’, que se pronuncia poco antes de bajar la cabeza, y de ceder el paso a quién no detenta más poder que la fuerza mayor. Por eso resulta esclarecedor que el derecho que centre hoy la atención del capital, no sea otro que el derecho a la huelga. Por ser el que se pronuncia de manera más clara contra la fatalidad. Por ser el que convierte la conciencia crítica y el sentido de la justicia en principio y motor del progreso social.

El informe del Círculo de Empresarios resulta así enervante desde su mismo título, al hacer coincidir ‘justicia’, ‘crecimiento económico’ y ‘progreso social’. Precisamente cuando el crecimiento y la recuperación se consolidan en los balances de las empresas, pero no llegan ni se distribuyen en la sociedad, es cuando algo necesita la justicia, porque no es capaz de garantizar los derechos más básicos, como el de tener un trabajo, una pensión o una vivienda dignas, o el más fundamental de todos, el derecho a la igualdad. Consagrado en el Artículo 14 de la constitución, es tal vez el derecho más obvio, pero sin duda el más obviado por el relato que hace el capital.

Los y las españolas no tan sólo son iguales ante la ley, sino que los poderes públicos han de promover las condiciones para que lo sean (Art. 9.2), pero, nada más lejos de la realidad, lo que realmente crece a nivel económico son las desigualdades y, con ellas, las discriminaciones; entre ricos y pobres, entre grandes y chicos, entre mujeres y hombres. Algo le falta a la justicia, cuando la brecha salarial llega al 24%, y aumenta, mes a mes, la que separa el trabajo del capital. La igualdad, de condiciones y oportunidades, en nuestra vida personal, en nuestro trabajo, es la pared maestra en la que se sostiene la arquitectura de cualquier proyecto social. Por ella conviene militar y movilizarse.

Hace algo más de cien años Rosa Luxemburgo abogaba por un mundo “donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Por la igualdad, como fundamento de la diversidad, y de la libertad, como fundamento de toda emancipación, nos plantamos este 8 de marzo. Porque la igualdad es eficiente, siempre y cuando la hagamos efectiva.

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