domingo, 11 de febrero de 2018

Demasiado dinero

El informe de Oxfam Intermon ‘Premiar el trabajo, no la riqueza’ resulta demoledor en su análisis y en los datos que recopila, pero especialmente en un gráfico que lleva por título ‘Lo que piensa la ciudadanía sobre las retribuciones de los directores generales’ en la que se nos presenta una comparativa muy sugerente. En ella se confronta la proporción que pensamos existe entre el salario más alto y el salario medio en una empresa, la ratio que creemos sería la adecuada, y, finalmente, la que existe realmente. Así en el estado español, pensamos que los altos directivos cobran 4 veces el salario medio de sus trabajadores, y creemos que tan sólo deberían cobrar 2 veces más, eso es, el doble. Pero la verdad es que cobran 172 veces más.

Que la desigualdad real sea 43 veces superior a la percepción que tenemos de ella, resulta alarmante. Cómo habrá de intervenirse en el relato de la actualidad, para distraernos con tanto éxito de la injusticia en la que vivimos sumidos. Cuántos falsos conflictos, cuántos fuegos de artificio y cuántos placebos no habrán de inventarse día a día, para mantenernos entretenidos. Cual no será el peso de la fatalidad y de la resignación que se nos induce para que en la encuesta realizada por Oxfam, dos terceras partes de la población española crea que les resultará difícil o imposible aumentar sus ahorros por mucho que se esfuercen, como si la precariedad y la incertidumbre fueran premisas necesarias de la economía de mercado.

La desigualdad que se ha instalado a nivel global, y que define el origen, el impacto y la gestión de la crisis económica, que cumple ahora 10 años, tiene carácter endémico y es principio y fin de la ideología neoliberal que se nos impone desde hace 3 décadas, mediante argumento de autoridad y ‘fuerza mayor’. Así asumimos que más del 80% de la riqueza mundial vaya a parar a los bolsillos del 1% más rico, mientras la mitad de la población no experimenta ningún aumento, tal vez porque pensamos o queremos creer que se corresponde con el mérito o la capacidad, pero está demostrado que dos terceras partes de la riqueza de los milmillonarios proviene de herencias, monopolios o relaciones de nepotismo y connivencia.

Se ha comparado hasta la saturación la crisis de 2008 con la de 1929, pero entre las dos hay una gran diferencia. Si el crack de Wall Street y la gran depresión comportaron una serie de medidas destinadas a evitar que se pudiera repetir, la gran recesión que experimentamos, hace ahora diez años, y que tanta precariedad ha producido, no ha conllevado, más allá de los aspavientos iniciales, ninguna medida para corregir y evitar que se pueda volver a repetir. Es más, cuando vemos cómo el sistema financiero se tambalea de nuevo como un ganso con el hígado hipertrofiado, se siguen alimentando sus excesos, mientras se perpetúan aquellas medidas que, como las reformas laborales, le dan un carácter estructural a la desigualdad.

Es hora de mirar más allá del relato hegemónico, de los tótems neoliberales y de superar falsas premisas como que globalización y desregulación son indisociables. Hay que salvar al sistema de sí mismo y eso no puede pasar sino por poner el sector financiero al servicio de la economía real, situando en el centro de la sociedad y del crecimiento el trabajo, como principal factor de redistribución y de sostenibilidad. Cuando se cumplen 6 años de la reforma laboral, se hace evidente que este es el principal obstáculo para una recuperación equitativa. Esta pasa por eliminar las trabas a la organización de la fuerza de trabajo y a su poder de negociación. No hay otra vía para eliminar el riesgo y la farsa que son endémicas de la hegemonía neoliberal.

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