domingo, 10 de diciembre de 2017

'Botar'

En el país en el que ‘votar’ se escribe con ‘b’, existen diez opciones. ‘Botar’ es, según la RAE, arrojar, tirar, echar fuera a alguien o algo, y ese sin duda es un motivo demasiado habitual, no el votar para que salga aquel o aquella a la que nos confiamos, sino para que no salga el otro. Una segunda acepción, así la RAE, queda reservada a aquellos que triunfan, que es singularmente lo que conocemos como ‘mayoría’. Así ‘botar’ es echar al agua un buque, haciéndolo resbalar por la grada después de construido y carenado. El proyecto que se ‘bota’ y que se desliza al mar en el fragor del escrutinio, habitualmente, al poco de alejarse de la playa, transmuta en una imagen cada vez más remota, y posiblemente se pierda en el horizonte.

La tercera opción tiene una impronta algo violenta, ‘lanzar contra una superficie dura una pelota u otro cuerpo elástico para que retroceda con impulso’. Es suficientemente descriptiva, y transmite la lógica del ‘voto de castigo’. Se bota no para que salga el uno, ni tampoco para que no salga el otro, sino para castigar al primero, al que probablemente se ‘botó’ en alguna otra ocasión, habiendo habido traición programática de por en medio. La cuarta acepción es la de los esperanzados. Para ellos botar es: “echar o enderezar el timón a la parte que conviene, para encaminar la proa al rumbo que se quiere seguir. Hablamos, es evidente, del voto que es de ‘corrección’ que no es otra cosa que un eufemismo del voto pragmático.

La quinta perspectiva léxica se desdobla gracias a la RAE en dos imágenes sugerentes: ‘Botar un edificio. El árbol bota las hojas’. Por un lado, el escepticismo, ese sacrilegio democrático, puede llevar a votar la peor opción de manera repetitiva, no como castigo o corrección, sino por pura dejadez cívica. Al mismo tiempo el autor nos sugiere, tal vez con cierto ánimo moralizante, que el sujeto de tal acción tiene una gran probabilidad de ‘botarse’ a sí mismo, eso es, de quedarse seco, separarse de la rama y precipitarse entre iguales hasta confundirse en la hojarasca. Mal está la cosa cuando ‘botar’ es ‘dilapidar bienes, especialmente dinero’, pero aunque resulte paradójico, botar es, a veces, dilapidar lo que es de todos/as.

Más sentida es la séptima acepción, una que, por desgracia, pasa demasiado desapercibida. ‘Botar’ es ‘Despedir a alguien de un empleo’, y eso es lo que nos ocurre cuando votamos a quien dice ‘A’ y luego hace ‘B’, eso es, por poner un ejemplo clásico, flexibilizar el despido. En Costa Rica y en Honduras cuando ‘botan’ cortan árboles, arbustos o matorrales, y eso cuando tienen suerte, porque muchas veces no les dejan, y cuando lo hacen, demasiadas veces la victoria es de quien desbroza la riqueza, la esquilma y aplana, total, para instalar un campo de golf. Pero ‘botar’ es también ‘perder o extraviar algo’, y es este un punto melancólico, porque todos, a medida que ‘botamos’, maduramos y perdemos nuestra inocencia.

Y en décimo lugar está lo peor, la consumación del cinismo democrático, que es ‘botar’ con tal de embotar o entorpecer. Es la opción del voto de ‘castigo’, pero en versión colectiva, votar no para que salga la una, no salga el otro, gane quien corrija el rumbo o quien nos peine las canas, sino votar para que todo se hunda. Pero por suerte este no es el país en el que votar se escribe con ‘b’. Por eso hay que votar sin levantar la papeleta para buscar la brisa y con ella la demoscopia, ni tampoco arrimarla al ascua, porque se quema. Votar con ‘v’ es un privilegio y por eso vale la pena agarrar con fuerza la papeleta, y doblarla como quien se encomienda a un deseo íntimo, antes de depositarla en la urna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario