domingo, 24 de septiembre de 2017

Pluralismo y democracia

No nos ahogará la infamia. Por brutal que sea el envite, la esperanza no se rinde ni se pierde, cuando se sustenta en valores que compartimos todos/as. Lo enunciaba en su hermoso pregón Marina Garcés, en una frase que dedicaba a Barcelona y a su potencia política, “un nosotros sin nombre, hecho de todos los nombres”. Su defensa de la naturaleza pública, integradora y solidaria, que inspira todo aquello que se merezca llamar ‘político’, nos recuerda a otra filósofa, Hanna Arendt, que, hace 50 años, escribía: “la tiranía no es una forma de gobierno entre otras, sino que contradice la esencial condición humana de la pluralidad, el actuar y hablar juntos, que es la condición de todas las formas de organización política”.

La degradación galopante a la que asistimos hoy, pretende desterrar a la ciudadanía de la dimensión pública, inculcar el miedo y sembrar la sospecha, la polarización y el aislamiento. El autoritarismo como única estrategia, no pretende sino anular esta pluralidad, que es condición necesaria de toda vida política y principal garantía para el empoderamiento colectivo. Escribía Arendt: “El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones, sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir, sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades.”

Ni la democracia ni la política están hechas de papel ni de acero. Su naturaleza no es mecánica, no es obediencia debida a un patrón inamovible, ni la realización maquinal de un plano diseñado tiempo ha por algún/a ingeniero. La naturaleza de la democracia y de la política es orgánica, vive en cada uno de nosotros, y se constituye en la suma de nuestras voluntades y de nuestras conciencias. La burocracia la entorpece, el autoritarismo la aniquila, y la demagogia que vemos hoy, ruin e hipócrita, la avergüenza profundamente. Quien quiere apoderarse de la democracia, reservarse la exclusiva sobre los asuntos públicos, no hace sino repetir el esquema de aquellos tiranos y faraones que acabaron confundiendo política y megalomanía.

Hoy, cuando vemos como se criminaliza al/la equidistante, se intenta acallar al/la disidente, ridiculizar a quien aboga por la neutralidad y el diálogo, es necesario recordar que hay una diferencia fundamental entre lo nacional, lo social, y lo democrático. Si en los dos primeros el posicionarse es una opción personal, identitaria y/o ideológica, en la democracia no valen medias tintas, porque es el texto que escribimos entre todos/as. Así hoy, frente a la agresión a los derechos democráticos, a las libertades públicas y políticas en Catalunya, no podemos dar la espalda y buscar excusas en agravios y maquinaciones. Frente a la ofensiva del miedo y de la violencia endémica, no cabe sino la unidad, diversa y plural, del conjunto de la ciudadanía.

Decía Paul Ricoeur que “El poder persiste mientras los hombres actúan en común; desaparece cuando se dispersan”. Hoy, frente a la judicialización, manipulación e instrumentalización de la política y de la democracia en Catalunya, no podemos sino reafirmarnos en una voluntad común y colectiva. Porque más allá de ese “nosotros sin nombre, hecho de todos los nombres” no hay más que soledad y barbarie. Es aquí donde no hay equidistancia posible, y es aquí donde la neutralidad de quienes se muestran tibios ante la agresión a la democracia, el tacticismo de quienes quieren sacar rédito al conflicto, nos condena a la derrota frente a aquellos que nada han entendido y que siguen confundiendo poder y fuerza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario