domingo, 17 de septiembre de 2017

La matronal

Al reivindicar esta semana que la cuota femenina sirve para que se cuele “gente que no es tan buena” Antonio Garamendi no tan sólo cuestionaba el consenso que acompañó la aprobación de la ley de igualdad, hace ahora más de diez años, sino que consideraba óptimo el liderazgo empresarial e institucional de un país que permanece sumido en una profunda crisis social y política. Cuando el Foro Económico Mundial propone en su Informe Global sobre la Brecha de Género que, en la esfera política, la participación femenina tiene un impacto positivo en la desigualdad en el sentido social más amplio, tener una cuota en el congreso del 40%, del 25% en alcaldías y Senado, del 42,1% en el Consejo de Estado y del 16,6% en el Tribunal Constitucional, no puede ser considerado sino como un lastre perjudicial y extemporáneo.

Las instituciones, y también las empresas, son hoy el reflejo de una realidad que está imbuida del machismo indolente que exhibe con tanto desparpajo el Presidente de CEPYME. Al mismo tiempo, su preeminencia consagra una realidad laboral que es del todo ineficiente desde el punto de vista social y económico. Como muestra un informe reciente de CCOO de Catalunya, la mujer es marginada en todos los estratos del mercado de trabajo, desde la eufemística ‘inactividad’ (con un 25% que aduce responsabilidad familiar o personal, por un 3% de los hombres), pasando por el ‘paro’ (29% con estudios superiores, por 19% masculino), hasta llegar al empleo, donde se evidencia en la tasa de parcialidad (23,2%, frente al 8% en el caso de los hombres), la sobrecualificación o en una brecha salarial cercana al 25%, que llega al 30% en la jubilación.

Más de la mitad de las mujeres asalariadas en Catalunya están expuestas a un nivel de doble presencia (en el trabajo y en el hogar) que resulta pernicioso para su salud. Este fenómeno se explica por la división sexual del trabajo familiar doméstico, por las limitaciones del sistema público de bienestar y por la organización del trabajo remunerado, tres condiciones que no han hecho sino empeorar con los recortes y la precarización de las relaciones laborales. Tan sólo un 36,2% de los convenios incorporan medidas de igualdad retributiva para tareas de igual valor, y así las trabajadoras se ven condenadas hoy a trayectorias laborales no tan sólo especialmente fragmentadas, sino que comportan casi siempre recursos demasiado escasos.

Si hoy calculamos la tasa de riesgo de pobreza bajo el supuesto de autonomía y en base a la renta individual, la tasa femenina casi dobla la masculina (49,7% frente al 25,7%), pero como recordaba Ignacio Muro en nuestra escuela de verano, la ideología dominante comporta indicadores dominantes, y entre estos (PIB, tasa de paro…) no abundan los que tienen que ver con la igualdad y el bienestar. El sistema de cuentas que sirve al cálculo de la renta nacional no considera actividades productivas las que se desarrollan más allá de las transacciones en mercados, y así se nos escapa que en nuestro país las mujeres realizan el 39% de la producción de mercado, por un 67% de la producción no remunerada, y que si se suman ambas, las mujeres trabajan de media 1,1 horas más al día que sus congéneres masculinos.

Este es el estatus quo que reproduce de manera implacable el patriarcado al negar la dimensión pública de lo personal o, en palabras de Kate Millet, que “Lo personal es político”. Hasta qué punto la patronal es patriarcal lo pone en evidencia el hecho de que 9 de cada 10 consejeros del IBEX son hombres, que el 48% de las empresas de más de 250 empleados no cuentan con mujeres en la dirección, o que en la CEOE, de las 20 Comisiones y Consejos que se encargan del estudio y debate de los asuntos sectoriales y de política económica y laboral, 18 están presididos por hombres. Sería así hora de apelar a las conciencias para feminizar instituciones y empresas, aun asumiendo que, por justicia al movimiento feminista, lo de la ‘matronal’ no es, en sí mismo, más que un pueril contrasentido.

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