domingo, 14 de mayo de 2017

¡Hamon ibérico!

El resultado de las elecciones francesas ha profundizado la crisis de identidad de la socialdemocracia en Europa. Si la primera vuelta de las presidenciales cuarteaba el panorama electoral francés en 4 opciones con menos de 1 millón y medio de votos de diferencia entre ellas, la segunda vuelta elevaba a la presidencia al hijo pródigo de Valls y Hollande, un tránsfuga en toda regla, que tiene como referente la versión más cruda del liberalismo social. La victoria de Macron, con el apoyo del 43,6% de los votantes, es el resultado del todo o nada frente al extremismo de Le Pen. De haber habido una coalición electoral entre Mélenchon y el socialista Hamon, esta habría sumado 9 millones 350.000 votos, 700.000 más que el becario banquero, y habría permitido, tal vez, que el debate de la segunda vuelta se articulara en torno al modelo económico que realmente desea la ciudadanía francesa.

Si el líder de Francia Insumisa llevaba en el programa la refundación democrática de la 5ª república, Macron también pretende transformar el país, pero no en términos institucionales, sino en una intervención social y económica que apunta a la liberalización del mercado de trabajo y de todo aquello que pueda considerarse ‘público’. La impopularidad de la reforma laboral que el retoño Rothschild pretende recrudecer a lo largo de los próximos meses, y que el año pasado suscitaba el rechazo de 7 de cada 10 franceses, no hace sino replicar el mandato de la gobernanza económica de la Eurozona, que ha dejado desfondada la socialdemocracia europea y ha puesto viento en las velas de la extrema derecha. Este es el panorama en el que hay que situar las elecciones al Bundestag alemán, el próximo septiembre, y cómo no, el debate por las primarias en el PSOE, que se resolverán el próximo domingo, 21 de mayo.

En lo relativo al partido socialista francés, la victoria de Hamon, en enero, con un 58% de los votos, no comportó la necesaria cohesión ante las presidenciales. Como en el caso de Jeremy Corbyn, la revuelta más o menos velada del aparato, dejó aislado al candidato. El exponente más claro del mal perder es con toda seguridad Manuel Valls, que, cuatro meses después de declarar que “Benoît Hamon es el candidato de nuestra familia política y ahora es el encargado de llevar a cabo la misión de la reunificación”, ha corrido a buscar refugio en el regazo de Emmanuel Macron, dando por muerto el partido que le confió, en marzo de 2014, la jefatura de estado. Con familiares así, más le vale a uno declararse huérfano. Mientras Macron busca entre la sociedad civil sus 428 candidatos/as para las legislativas en junio, en el partido de Mitterrand y Jospin no faltan los oportunistas que se las ven y se las desean para dar el salto.

Susana Díaz expuso su análisis de la debacle socialista en Francia con una sentencia que da mucho que pensar: “Cuando uno pretende copiar a la extrema izquierda y ser lo que no es, al final los ciudadanos eligen el original, no la copia”. Se entiende que la presidenta andaluza se ve a sí misma como el original, y ese no puede ser otro que Macron, porque a pesar de lo que Ian Gibson definía como ‘maternalismo enfático’, su respeto por el candidato socialista francés, no da como para digerir una derrota. El papel de Hamon en versión ibérica se lo adjudicará, con toda seguridad, a Pedro Sánchez, anticipando así la falta de apoyo por parte de la estructura del partido, si este gana las primarias socialistas. La ‘copia’ sería, en este caso, el intento de recuperar, desde el PSOE, la vocación por unos valores socialdemócratas que, hoy por hoy, enarbola con mayor entereza la nueva izquierda, a la que Díaz tacha de ‘extrema’.

El grado de personalismo y el encarnizamiento del debate es tal, que resulta del todo ingenuo pensar que acabe imponiéndose el sentido ‘común’. Este nos dice que la cohesión, tan importante para ganar la confianza del electorado, es inabordable sin la necesaria coherencia. En el caso del PSOE esta precisa de una revisión crítica que no puede liderar una gestora, ni resolverse tampoco en el marco de unas primarias, porque precisa de un congreso en toda regla. El debate pendiente en el socialismo español y europeo, es el de la superación de la tercera vía. No para saltar a una cuarta que, como en el caso de Macron o de Rivera, no lleva más que a la plena subordinación al capital financiero, sino para recuperar el pulso de aquella democracia social que construyó el bienestar y la prosperidad en Europa a lo largo de más de treinta años. Para ello hace falta un proyecto político, complicidad social y liderazgo, algo que Díaz, por serle completamente ajeno, tilda de ‘populista’, mientras remueve los macarrones. Hay que decir que, ante tal berenjenal, lo suyo es tirar de ‘jamón ibérico’.

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