domingo, 2 de abril de 2017

Gente pequeña

A las puertas del XI congreso de CCOO de Catalunya y después de haber finalizado el balance de mandato y el plan de trabajo, toca reflexionar sobre los retos que se nos han presentado y en cómo les hemos hecho frente. Es también la hora de agradecer a los y las compañeras su confianza y compromiso con el trabajo del día a día, que es el que se acaba viendo, y muy especialmente a aquellos que por edad, circunstancia o voluntad propia pasan a un segundo plano. Hemos de incluir aquí al que aún es nuestro Secretario General y que ha llevado el peso de la responsabilidad de la organización durante estos últimos 8 años, un periodo que ha sido probablemente uno de los más complejos en la historia reciente del sindicalismo catalán.

Quién lo conoce, sabe que Joan Carles es muy poco amigo de los sentimentalismos y que los agradecimientos, especialmente si son demasiado efusivos e intentan tocar vena, lo ponen nervioso. Para un sindicalista de inspiración ‘estajanovista’, y que ha demostrado, desde responsabilidades muy diversas su compromiso con la organización, la dedicación plena y los dolores de cabeza forman parte de la factura que pasa la militancia. Así en vez de lanzarle flores, y de torturar al amigo Gallego con una hagiografía con galería de adjetivos, hitos, conquistas y victorias más o menos pírricas, le quiero brindar una reflexión breve entorno a una de las citas a las que ha recorrido con mayor asiduidad y que debemos a Eduardo Galeano.

“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo”. Esta frase recoge, de manera sencilla y clara, el que es el valor que comporta un proyecto humano cohesionado, y cómo los cambios reales se deben siempre a iniciativas colectivas que dejan a un lado el individualismo, para construir algo en el que es más el todo que la suma de las partes. La lucha por la democracia es un buen ejemplo, como también lo es la lucha obrera y la conciencia de clase a la que debemos este estado del bienestar que hoy se ve tan amenazado. Porque hoy el individualismo es nuestro peor enemigo, y es, en la misma medida, la principal oportunidad del capital; ideológica tecnológica y cultural, para imponer un brutal cambio de paradigma.

Pero vayamos por partes. A menudo las cosas se explican mejor por lo que no se ve, que por aquello que se nos presenta. El silencio monstruoso que el año pasado tapó el 500 aniversario de la Utopía de Tomás Moro, es un buen ejemplo. Y eso a pesar de que más allá de textos sagrados, de imperios góticos e incluso de revoluciones como la ilustración, la principal seña de identidad de Europa no es otra que la voluntad de superación y la fuerza creativa que inspiraron este magnífico relato. El valor y el significado de la Utopía pasaron así de puntillas. Por lo que tiene de proyección colectiva, de hito común, de sueño compartido, algo que es justo lo contrario de los que nos quieren vender: los roles, efectos y luces de una virtualidad, que es pura dimensión ‘individual’.

Hoy algunos sueños son realidad. Se dibujan en las pantallas de los móviles y de los ordenadores. Dominamos mundos infernales, somos héroes de silicio y proyectamos nuestro carisma personal en redes sociales y chats. Pero a esta proyección le falta siempre lo fundamental, una dimensión colectiva. Le falta también a la política, en la que dominan demasiado a menudo las personalidades y la vocación por la gestión, en vez de una visión colectiva que quiera transformar la realidad. En el otro sentido, y si miramos hacia atrás, la memoria colectiva, como espacio de dignidad y de conciencia social, es devaluada constantemente ante la centralidad emergente de la ‘historia’ individual, almacenada en discos duros, fotos, perfiles, notas, mensajes y nubes que nunca volverán a pasar.

Pero tal vez donde se hace más evidente la ofensiva contra cualquier forma de dimensión ‘colectiva’ es en la estigmatización de la ‘solidaridad’ como expresión de inteligencia colectiva. Por esto el sindicalismo de clase es probablemente tan perseguido. Porque va más allá de la competitividad como dimensión ‘individual’ de la lucha por el presente, y porque ofrece la cooperación y la organización como alternativa ‘colectiva’. Esto es lo que he aprendido de compañeros como Joana o Joan Carles.

El animal favorito de este último es una criatura mediterránea, la lagartija. Tal vez porque sube paredes, es capaz de comerse algunos de los insectos más molestos, porque es ágil y rápida, y porque sabe reconstruirse cuando le han cercenado una parte del cuerpo. Todo una receta de éxito, que sin duda ha inspirado también a las CCOO de Catalunya a lo largo de dos mandatos muy complicados en los que hemos podido disfrutar de un liderazgo fuerte y generoso, que hoy nos toca agradecer y celebrar.

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