lunes, 27 de febrero de 2017

Vista cansada

La caja mágica, así el complejo en las estribaciones del Manzanares en la que se organizó, hace tres semanas, el congreso del PP, fue sin duda una interpretación exquisita de los problemas contables que ha atravesado el partido en el gobierno, y fue también toda una declaración de intenciones, fiel al ilusionismo político que caracteriza a la derecha en nuestro país. A unos pocos kilómetros, en el Palacio de Vistalegre, escenario del congreso de Podemos, la ilusión también jugó un papel central, más por la voluntad de reeditar el entusiasmo de los días de juventud frente a la presión oceánica de algunos medios de comunicación, que por el ánimo presente. Sin embargo, frente al monolitismo deslustrado de la derecha, la democracia desbordada y desbordante con la que se puso en escena la lucha programática en el seno del partido que aspira a aglutinar la nueva izquierda, supuso un aliciente necesario, más si cabe ante la interminable crisis de identidad que experimenta la socialdemocracia europea.

La presbicia política es un problema que, en el 90% de los casos, va asociado a la madurez. La vista cansada comporta, por regla general, una disminución en la agudeza visual que tiene que ver con la pérdida de elasticidad del cristalino que, como es sabido, se sitúa entre la cortinilla del iris y el humor vítreo. Este fenómeno es también endémico de la vida y del desarrollo fisiológico de las organizaciones políticas, y especialmente de la izquierda. Si en el caso de la derecha el problema recurrente es el de la miopía crónica, y por tanto el de la distorsión de la realidad, en la izquierda es la rigidez interna la que acaba por estropear la lectura que se hace de las prioridades de la acción sociopolítica. Que en el caso de Podemos, el Palacio de Vistalegre nos haya ahorrado un nuevo caso de presbicia prematura, es por eso de saludar. Ni la pureza de los argumentos ni la cultura del liderazgo, ni tampoco su educación sentimental, son excusa suficiente para demorarse en construir una alternativa de progreso.

Es por eso de esperar que la nueva dirección liderada por Pablo Iglesias tenga la capacidad de aglutinar las diferentes sensibilidades, considerando no tan sólo la decisión de la militancia, sino también la sensibilidad de quienes votan a Podemos. En este sentido, la reciente encuesta de GESOP es una referencia interesante, no por ceder a la influencia de la demoscopia, que ha demostrado demasiadas veces su parcialidad, sino para estar a la altura de las expectativas depositadas desde la nueva izquierda en un proyecto de gobernabilidad. Para ello, por la muy dilatada agenda de la gestora del PSOE, habrá que atender qué rumbo se decide en su congreso de junio. La opción de la ‘nueva socialdemocracia’ de Sánchez parece la opción más atractiva, frente a la de Susana Díaz que, tal y como se apreció en el foro del pasado sábado, en el que se presentó el programa económico ‘El futuro comienza con una economía sostenible y social’, se reafirma en su vocación por un bipartidismo ya superado.

La renuncia a denunciar explícitamente la reforma laboral del PP, y la desafortunada propuesta de dar el “gran salto” en el modelo económico, pasando del “yo lo hago más barato” de la reforma de PP a “yo lo hago mejor y a buen precio” hacen temer lo peor. Si del 39 congreso sale un proyecto que recupere la vocación clásica de la socialdemocracia, no de adaptarse al mercado, sino de regularlo desde la coherencia política, se podría abrir la posibilidad a una confluencia real que permita una alternativa a la portuguesa. Si el resultado es la reedición del social liberalismo por parte del PSOE, cuyo espacio ya ocupa Ciudadanos, Podemos deberá ampliar su espectro político para representar a la mayoría social que está por la reforma y la transformación social. Si parece evidente que no es posible estar a merced de las encuestas, ni tampoco de los congresos ajenos, el potencial hoy está en dejar de lado rigidez y humor vítreo para poner más atención en la solidez del proyecto. La confluencia social, con los sindicatos, con los movimientos sociales, es la mejor manera de mantener clara y nítida la visión, entiendo la izquierda como un proyecto que está más allá de las siglas y de las personas, porque apela y precisa de una amplia mayoría social.

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