martes, 17 de enero de 2017

Gabinete de millonarios

Este viernes, 20 de enero, Donald Trump será investido como el presidente número 45 de los EEUU. Para el país en cuyo patrimonio cultural hay que incluir los impresionantes decorados de Hollywood o la belleza desconchada de falsos paraísos como Las Vegas, no resulta tal vez tan disparatado ceder el mando a un personaje estrambótico, excéntrico y pueril como este magnate inmobiliario. El resto del mundo mantiene sin embargo la respiración, a la espera de que sus bravuconadas y tropelías den paso a un mandato pragmático que demuestre que tanto ruido y desfachatez no fueron sino extravagancias reservadas a la campaña electoral.

En cualquier caso lo que sabemos con certeza es que la carrera presidencial del candidato republicano ha roto moldes. En primer lugar hay que hablar de una nueva cota en la ‘profesionalización’ de la política, por otro lado ya habitual en EEUU. Desde las 315 oficinas de campaña de Trump, cubiertas no con voluntarios, sino con profesionales, se visitaron 24 millones de hogares y se llamaron a 26 millones de norteamericanos, en el marco de una gigantesca campaña de marketing. Al mismo tiempo se forzó el desprestigio de la candidata demócrata mediante una intrincada trama de espionaje con tintes geopolíticos.

Que Trump asegurara su victoria gracias al apoyo táctico del espionaje ruso, y al precio de entregar a Rusia la anexionada Crimea, está por demostrar, aunque las sanciones del gobierno Obama parecen dar credibilidad a un escenario de evidentes interferencias. El informe filtrado recientemente por un espía británico, y que tiene por ingredientes una explosiva mezcla de negocios, políticas y chantaje sexual, podría introducir en este sentido una vertiente dramática inesperada y de aires notoriamente chabacanos, en la que Trump se habría expuesto hasta el límite y podría estar cogido, cual cazador en la red, por sus muy presidenciales gónadas.

En cualquier caso el mandato que inicia este empresario de 70 años, que llega al cargo sin ninguna experiencia política previa, comienza, según Gallup, con el nivel de popularidad más bajo de los últimos 25 años. Si en algo sí ha destacado Donald Trump, ha sido en dos ámbitos en los que no tiene al parecer parangón. El primero es el de su manejo de la provocación como técnica integral, no tan sólo para captar la atención del distinguido público, sino para distraer esta de cuestiones que sí son relevantes. Pero ha demostrado poseer además una inveterada capacidad para decir, no lo que va a hacer, sino lo que la audiencia quiere escuchar.

Que esta habilidad comporte necesariamente el incurrir una y otra vez en estrepitosas contradicciones parece no molestarle en absoluto. Si su discurso contra el establishment se ha ido derrumbando a medida que integraba en su gabinete, en las comisiones y departamentos, a personajes muy bien situados, hasta configurar el equipo más adinerado de la historia política de los EEUU, sumando este una fortuna de 14.000 millones de dólares, tampoco sus promesas sobre la reducción de la presión fiscal, o su tan cacareado proteccionismo, que tanta admiración ha causado en la extrema derecha europea, tiene visos de correr mejor suerte.

La torre Trump ha sido comparada por algunos medios internacionales con una feria de empleo para multimillonarios, a la que han ido a rendir pleitesía desde el Presidente de Exxon Mobil, que ocupará la cartera de secretario de estado, hasta su secretario de tesoro, Steven Mnuchin, su asesor principal Stephen Bannon, o Willbur Ross, futuro secretario de comercio, que hicieron todos ellos fortuna en el banco de inversión Goldman Sachs. En el caso de este último la contradicción es doble, puesto que como ex banquero e inversor es establishment puro, pero ha demostrado además una clara vocación por deslocalizar capital y empresas.

Sin duda la mayor falacia del discurso de Trump es la del proteccionismo, y la de su supuesta sintonía con el trabajador medio. La elección de Andrew F. Puzder, dueño de una cadena de hamburgueserías y firme defensor de la desregulación, como ministro de trabajo, no puede ser entendida sino como una declaración de guerra a los sindicatos norteamericanos. Tras la fachada no quedan pues más que los titulares, las mentiras y toda una constelación de oscuros personajes dispuestos a hacer de cortesanos a cambio de aumentar su cuota de riqueza y de poder. Esta es, nos tememos, la seña de identidad de la era Trump, que arranca este 20 de enero.

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