lunes, 9 de enero de 2017

Deuda galáctica

El mundo está en deuda. Nos lo dice el Instituto Internacional de Finanzas. No se sabe con quién, pero al parecer la urgencia es notoria porque la deuda global hoy ya equivale a algo más de 200 billones de euros, más de tres veces la riqueza mundial. Lo que sorprende de la noticia es que la deuda sea presentada como ‘global’. Por el carácter finito del mundo y lo improbable de que la deuda sea de carácter galáctico o universal, hemos de suponer que al otro lado de la ventanilla, frente al nutrido corro de deudores, existirá también la figura del acreedor global. En su balance, la deuda del mundo figurará como un activo, pero que nadie se llame a engaño: el titular “El superávit mundial supera ya los 200 billones de euros” vulneraría el principio inamovible de la física financiera universal, que nos dice que es posible mundializar la deuda, pero no así los activos. Estos, al parecer, se concentran cual agujeros negros, entre los ácaros que anidan en las moquetas de algunos consejos de administración.

También resulta sorprendente que la deuda afecte al parecer a todos. La deuda de los así llamados países desarrollados aumentó de enero a septiembre en un 6%, pero también la de los emergentes. Incluso el sector financiero estadounidense llegó a su máximo histórico, hasta deber el 85% del PIB, lo que hace suponer que algunos agujeros negros andan algo embozados y corren el peligro de ser absorbidos ellos mismos por otros más ávidos, a pesar de las cortesías que con toda seguridad distinguen al consejo rector del Instituto Internacional. También crece la deuda de los gobiernos, que en Europa ya supone el 110% del PIB, o lo que es lo mismo, la nada despreciable cantidad de 14 billones de Euros. Esta parte resulta especialmente emotiva para un lego en economía financiera, porque a pesar del detalle no poco relevante de que son los gobiernos los que, a través de sus bancos centrales, producen el dinero, al parecer han decidido sumarse generosamente al trend global de la morosidad.

Se nos dice que esta lacra mundial que transmuta en un rojo chillón los balances contables de todos y cada uno de los actores conocidos, ya sean hogares, gobiernos, bancos o empresas, se ha ensañado especialmente con Europa. Aquí debemos ya 4 veces más que la riqueza que producimos, lo cual, teniendo en cuenta que somos el centro neurálgico de la fe ciega en la austeridad, no deja de ser paradójico. Pero no nos habría de preocupar. Si en el resto del orbe la localización de la deuda no siempre coincide con la disposición geopolítica de los agujeros negros, habiendo sitios que tienen más pobreza que moquetas, Europa es sin duda una excepción. Junto a las orillas del Támesis, del Sena y del Meno, donde baña sus pies el BCE, en algunos de esos gélidos edificios de cristal que llegan a vampirizar hasta el aire que los envuelve, se concentra la masa monetaria; dorada, refulgente y verde, hasta alcanzar proporciones infinitas, y eso, concentrado en un espacio pequeño, no puede ser sino el indicio de la existencia de un agujero negro.

Es realmente una lástima que nada podamos saber de quién se oculta detrás de este fenómeno astrofísico y financiero. Ya se sabe que los agujeros negros absorben toda la materia que se les acerca, ya sea la de un ojo curioso, de un periodista o de algún incómodo auditor internacional. Hay quien dice que no son agujeros negros, sino lo que se conoce como agujeros de gusano, y estos conectarían, en otro extremo de la galaxia, con un planeta inverso a la tierra en el que se acumularía toda la riqueza. Este Jauja interestelar vendría a ser entonces nuestro acreedor galáctico, la razón de ser de nuestra deuda global. Pero todo esto no pueden ser más que especulaciones propias de la teoría de la relatividad. Lo que parece evidente es que si no ponemos remedio pronto seguiremos habitando un mundo deficitario, un mundo condenado a la ruina. Aunque bien pensado, nos debería preocupar menos el balance contable y mucho más el balance ecológico, el de las migraciones, o el de la violencia y de la explotación. Tal vez estos no tengan el atractivo sideral de la física cuántica, tal vez sean para algunos demasiado mecánicos y primitivos, pero expresan de manera mucha más cruda la pobreza real.

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