domingo, 4 de septiembre de 2016

Temerarios

Tras su éxito editorial ‘Postdemocracia’, Colin Crouch desarrolló lo expuesto en un nuevo libro: ‘La sorprendente supervivencia del neoliberalismo’. En él analiza la corriente ideológica hegemónica de este principio de siglo y reflexiona sobre su evolución tras la gran recesión iniciada en 2008, especialmente con respecto a la tensión central que recorre su estructura argumentativa, la cuestión de qué ha de ser más determinante para la economía, si el mercado o las multinacionales. El texto de Crouch explora con agudeza las contradicciones inherentes al neoliberalismo, recupera algunas sabrosas citas, como aquella del ex economista jefe del FMI Simon Johnson, sorprendiéndose de que el control ejercido por el sector financiero sobre el gobierno de los EEUU parezca el de un país en vías de desarrollo, y plantea algunas preguntas singulares como esta: ¿Cómo hemos de solucionar los problemas morales que se derivan del hecho de que el estado reconozca la irresponsabilidad económica como un bien público?

La cuestión de los bancos y empresas demasiado grandes para caer es, parece evidente, tan relevante como la de la concentración imparable de la riqueza, la de una democracia exhausta o la de una política que, llevada al límite, ya no da sino para el esperpento y el cinismo. Uno de los ejemplos más flagrantes de la decadencia política actual es, sin duda, la toma del poder, parlamentaria, que no democrática, en Brasil. Tras nueve meses de desasosegante gestación, la recusación de Dilma Roussef ha alumbrado una de esas dictaduras de nuevo corte, que anuncian malos tiempos para la democracia en el planeta. La presidenta brasileña ha sido condenada por no aceptar el chantaje del corrupto ex presidente del congreso Eduardo Cunha, por un confuso delito de maquillaje de las cuentas públicas, pero sobre todo por la situación económica, por la pérdida de popularidad y por la asertividad de los mercados financieros.

Conviene recordar que el coro ditirámbico de esta tragedia política ha sido sin duda el poder financiero, que ha acompañado cada nuevo avance en el grotesco proceso, con una sonora aclamación por parte de bolsas y mercados, hasta aupar a Michel Temer al poder, sin el paso preceptivo por las urnas y con el desprecio explícito de la población. Parece evidente que su desconexión con la ciudadanía no supone ningún problema para un hombre que se entiende como un ‘mesías’ para la economía. Aun así las políticas que ha impuesto hasta ahora, tienen bien poco de ‘divinas’ y son más bien un calco del programa neoliberal clásico: ajuste fiscal, precarización del empleo y privatización de los recursos públicos. Tampoco el plan de gobierno refrendado no por el pueblo brasileño, sino por los mercados, se aleja del patrón. La ‘Travesía Social’ que anuncia será con toda probabilidad un naufragio social, que no un viaje iniciático.

El documento de la Fundación del PMDB propone que se ‘privatice todo lo que sea posible’, para poner límite a los ‘intereses especiales’ y a ‘la transgresión y lo ilícito’, que vendría a ser el interés público. Pero por si estas patrañas dejaran lugar a dudas, el flamante Presidente, consumado el golpe parlamentario, no perdió tiempo en tomar el avión hacia China con tal de participar en el G20 y empezar a mercadear de inmediato con aeropuertos, puertos, y ferrocarriles. La captación de inversores extranjeros de bien seguro que no se detendrá ni tan siquiera en la petrolera Petrobras, cuyos ‘privilegios’ como operadora única de los ricos yacimientos del país, tienen los días contados. El cultivo de la reciprocidad en la política comercial, la vocación por la iniciativa pública y la orientación en la demanda interna del gobierno del PT, son así definitivamente ajusticiados por parte de los mercados financieros.

Recuerda Colin Crouch que el poder de las multinacionales se basa en dos hechos: en la incapacidad de los gobiernos nacionales de influir la economía global, y en el ‘regime shopping’, eso es, la inversión estratégica del capital en aquellos países que ofrezcan un marco regulatorio y fiscal propicio. Que muchas veces esta estrategia prefiera hacerse con un país entero que no orientar la inversión a uno u otro, no es nada nuevo, máxime cuando hay materias primas por en medio y/o fuerte capital público. Frente a mercado y multinacionales, Crouch sitúa al Estado y a la sociedad civil como aquellos actores que pueden contrarrestar la ofensiva del capital. Para ello sin embargo es necesario que, entre ciudadanía y poder, medien los partidos y los medios de comunicación social. Cuando estos caen también bajo el control del poder financiero, la sociedad queda a merced de la mediocridad y de la insalubre codicia de los ‘temerarios’.

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