miércoles, 3 de agosto de 2016

Economía sin escala

La publicación hace unos meses de la comunicación ‘Comercio para Todos’, insinuaba un interesante cambio en la estrategia comercial de la Comisión Europea. Hacía patente una emergente sensibilidad hacia la percepción de la ciudadanía europea, y confirmaba que la resistencia frente al TTIP sigue dando sus frutos. El debate abierto en Europa por los/las que desmentimos la necesidad, la legitimidad y la urgencia del acuerdo con los EEUU, se traslada al documento cuando este describe cómo la ciudadanía se cuestiona cada vez más si el comercio sirve a las empresas o a las personas, o cuando cree distinguir una ‘politización’ de la ciudadanía frente a la política comercial, si bien esta distinción no es sino retórica: No es que la población se haya ‘politizado’, sino que tras el Tratado de Lisboa, la política comercial europea con sus TTIPs, CETAs i TISAs, ha sido identificada como un tour de forcé o golpe de mano, que no persigue sino la desregulación, subvirtiendo todo control o legitimidad democráticos.

Hace ya cinco años, antes siquiera de firmarse el mandato de negociación para el tratado transatlántico, un estudio conjunto realizado por la Comisión y la OIT sobre la relación entre comercio y crecimiento, y publicado bajo el título ‘De los mitos a los hechos’, recordaba que son muchos los/as que consideran el comercio como algo que no es políticamente neutral, y que si bien la mayoría desea el crecimiento, no lo desea a cualquier precio. Le dolerá a la trilateral, pero a pesar del permanente rodillo cultural, el trinomio comercio = crecimiento = empleo, no convence a una población que ve que el comercio beneficia a unos/as mientras empobrece a otros, y que el crecimiento del PIB no excluye la precarización del empleo. Así es de agradecer que la nueva comunicación varíe la perspectiva y apueste por una política comercial más responsable, efectiva, transparente y pensada para proyectar globalmente no tan sólo los intereses, sino también los valores de Europa.

Si tenemos en cuenta que sumados el volumen de la exportación y el de la importación, la Unión Europea es el mayor actor ‘comercial’ del mundo, la palabra ‘responsabilidad’ no es cualquier cosa. Así con el ‘Todos’ del título, la Comisión no restringe el ámbito e impacto del comercio a los trabajadores, ciudadanos y consumidores, sino también a los más expuestos en los países en vías de desarrollo y a lo que denomina ‘perdedores de la globalización’. Este enfoque comprometido se reafirma cuando la comunicación pone el énfasis en la relación entre política comercial y cuestiones tan críticas como el desarrollo sostenible, la evasión fiscal o los derechos humanos. A pesar de la insistencia de la UE en los últimos años en forzar draconianos acuerdos bilaterales (EPAs), también con países extremadamente vulnerables, el reciente texto de la Comisión profesa una sorprendente fe en la multilateralidad y en el papel de la OMC, y llega a establecer con rotundidad que “el comercio no es un fin en sí mismo”.

La Comisión no deja de producir con cierta frecuencia textos interesantes, como por ejemplo el de Laszlo Andor sobre el refuerzo de la dimensión social de la Unión Económica y Monetaria, en 2013. El problema con ‘Comercio para Todos’ será que, al igual que en el caso del de Andor, a menudo las palabras de la Comisión se las lleva el Consejo, cuando no es la propia Comisión la que varía el rumbo. Este sería el caso de las recientes maniobras de Juncker para hurtarle al público el debate y la aprobación del CETA, un nuevo tour de force en abierta contradicción con el fondo y forma de esta comunicación. En cualquier caso el texto supone un primer paso en la buena dirección, si bien debería recoger otras dos cuestiones relevantes. En primer lugar si la realización económica y social de un país, ha de depender en primer lugar de su balanza comercial. Parece evidente que a nivel global no es posible que todos tengamos un superávit, y exportemos más de lo que importemos. Así habría de valorarse si no sería más coherente que se buscara la ‘neutralidad’ comercial, con un equilibrio justo entre demanda y oferta.

En segundo lugar si el comercio no es un fin en sí mismo, no tan sólo habrá que cuestionar el superávit comercial como estrategia de dominación económica, sino preguntarse si el volumen del comercio en sí mismo ha de ser forzado artificialmente. El arraigo de la economía en el territorio, la transparencia fiscal o la calidad del empleo no parecen encajar con la cultura de la franquicia global, en la que se trasladan y deslocalizan permanentemente segmentos de la cadena de valor, de uno a otro país para maximizar beneficios. La economía de escala, como eterno argumento, no hace sino promover el monopolio, la concentración de la riqueza y el expolio y explotación de las personas, de los recursos y del medio ambiente. Es esta locura que importa manzanas de Nueva Zelanda y pasea camisetas por todo el globo, una economía sin escala humana, que externaliza el riesgo y el coste real (humano, ecológico…) para generar más acumulación de riqueza para unos pocos. Frente a ello no cabe sino repensar el comercio para convertirlo en una herramienta global que puede y debe promover el desarrollo y la justicia social.

'La bombeta' vuelve el próximo 4 de septiembre.

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