domingo, 11 de septiembre de 2016

Camino a Soria

No sabemos si el tópico del gallego, del que nunca se sabe si sube o baja la escalera tiene algún fundamento, pero, en el caso de Mariano, hay que reconocer que cuando se le ve pasear raudo por bosques y caminos, no puede distinguirse si persigue algún objetivo concreto, o si simplemente huye de sí mismo. Así, al volver la semana pasada del G20 en Huangzhou, los periodistas, invitados generosamente a procurarle alguna atención a Rajoy en su periplo internacional, se sorprendieron de sus nerviosos vaivenes por el pasillo del avión presidencial. En este caso, sin lugar a dudas, no se trataba de un ejercicio de ofensiva política, sino del efecto dinámico de las últimas meteduras de pata del PP, y muy especialmente de las relativas a Soria. Si la ciudad del Duero evoca, para la mayor parte de nosotros el universo machadiano con sus murallas roídas y sus doradas alamedas, para la naturaleza más prosaica de este presidente sin camino, por mucho que no haga más que caminar, las cinco letras mágicas no podían tranportarle sino hacia su muy pedestre realidad.

El viaje a China de Rajoy no fue sino una nueva huida hacia delante tras el vodevil de una investidura, en la que el PP traicionaba su pacto con Ciudadanos al momento de proceder a la votación. La designación del panamísimo José Manuel Soria para el Banco Mundial, había dejado de nuevo a Albert Rivera compuesto y sin novia en el altar congresual, en lo que para cualquier partido ‘normal’ se entendría como una hipoteca definitiva y monumental para cualquier alianza futura. Al mismo tiempo, y no obstante su socorrido mutis por el foro, el nombramiento introducía un insospechado cisma en el PP, cuyos ‘críticos’, a pesar de 5 sumarios abiertos, 1.700.000 de euros en fianzas y 31 casos investigados, le recriminaban a Mariano falta de decoro y de sentido de la oportunidad. Sin embargo, superado el bache y apeado Soria de su carrera a la élite financiera, el PP se volcaba en las elecciones gallegas y vascas con la esperanza de que si la mancha de la mora con otra verde se quita, tal vez una nueva victoria electoral desatascara la parálisis parlamentaria.

Resulta chocante ver hasta qué punto los partidos políticos se han convertido en verdaderos yonquis de las elecciones. Las encuestas alimentan una dependencia que se sacía en largas noches electorales, pero vuelve a devolverlos al mono y a la realidad, cuando, a la mañana siguiente, los dedos de la mano confirman que no queda otra que negociar. El bipartidismo ha apuntillado al parecer la cultura del compromiso y del diálogo político, la capacidad de centrarse en los programas y dejar de lado la pura lógica de la política como lucha de poder. Tampoco la concupiscencia de Ciudadanos, con dos bodas y un funeral (UPD) en menos de un año, ha mejorado las cosas. Su papel parece ser el de reforzar la lógica de siempre, ya sea como partido bisagra, ya como partido viagra, sin otra misión que la de mantener en alto los picados estandartes de los dos baluartes históricos de nuestra eterna restauración.

Escribía Inés Arrimada un emotivo artículo sobre ‘La Catalunya en la que elegí vivir’, un título que no puede resultar sino chocante para todos aquellos que somos conscientes de que no vivimos en el país que elegimos, porque pese a la corrupción y la gangrena democrática, Ciudadanos no permite pasar página. La aritmética parlamentaria da para eso y para un cambio en profundidad que comience por poner fin a la impunidad y sitúe los fundamentos de una nueva cultura institucional. Se entiende que es más fácil soñar con un matrimonio feliz y con un lugar en el que el tiempo pase cadencioso sin pensar y en el que el dolor sea fugaz. Esa es la utopía de la política española que, sin embargo, requiere de compromisos profundos, reales e inmediatos. Antes que intentar un nuevo cambio de pareja, más le valdría a Rivera recordar que, como decía la canción de Gabinete Caligari… ‘El olvido del amor se cura en soledad, se cura en soledad’.

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