miércoles, 11 de enero de 2023

Novedad en el frente

Publicado en Nueva Revolución el 02.01.2023.

Europa parece presa del militarismo. El retorno a las esencias de una visión polarizada del mundo, en la que unos ocupan el papel de los ‘buenos’ y otros el de los ‘malos’, no se produce sin embargo exclusivamente en la extrema derecha, sino que abre también brecha en el pensamiento crítico. Las últimas semanas se han multiplicado los artículos con críticas viscerales al ‘pacifismo’ en la izquierda, algunos de ellos firmados por mentes habitualmente tan lúcidas como la de Slavoy Zizek, que no pone reparos ni tan siquiera en situar en un mismo plano a dos extremos tan antagónicos en lo geopolítico como Henry Kissinger y Noam Chomsky. El ensañamiento con este último prolifera en un buen número de artículos y marca tendencia en un giro en la orientación clásica del análisis progresista, que pasa a demonizar cualquier alternativa a un final puramente ‘militar’ del conflicto iniciado con la invasión de Ucrania. Ante esta visión que omite la centralidad de la política y la diplomacia, cualquier equidistancia se vuelve culpable y todo distanciamiento crítico de la capacidad resolutiva de las armas se interpreta como flaqueza moral.

No es imposible que haya un fin ‘militar’ a un conflicto, a pesar de que la potencia agresora sea una potencia nuclear. Al fin y al cabo EEUU perdió la guerra de Vietnam y después la de Afganistán. Pero si bien se asume la opción de una derrota de Putin, lo que se descarta, por inverosímil, es una victoria del Kremlin, que situaría a las tropas rusas en la frontera de la Unión Europea y por tanto de la OTAN. ¿Sería posible de asumir o comportaría una escalada con armamento convencional para dar paso tal vez a cualquier otra alternativa militar? La posibilidad de una derrota ucraniana queda descartada no más que por el principio moral de que no es posible aceptar el ‘chantaje’ de una ocupación territorial por mucho que el agresor disponga de armas de destrucción masiva. Y no le falta razón al argumento, pero sí le falta sensatez, porque omite la posibilidad de encontrar un consenso amplio a nivel global, encajado en las instituciones internacionales, que ponga primero paz y después justicia. Sin embargo la crítica actual al pacifismo omite cualquier lógica que no sea la puramente ‘atlántica’.

Se ceban los autores en el supuesto infantilismo del antiimperialismo de la izquierda o en lo perverso de una paz euroasiática. Mientras los unos ven la solución en una ‘europeización’ de la OTAN, gracias a la incorporación de países como Finlandia o Suecia, y al mayor protagonismo de Alemania, los otros abogan por reforzar la alianza actual y llevar el conflicto hasta sus últimas consecuencias. Ante la disyuntiva de la victoria militar de los unos o de los otros, y la aparente imposibilidad de alcanzar un acuerdo ‘político’ por vía diplomática, la opción menos trágica parece la de congelar el frente y mantener la contienda hasta que las ranas críen pelo, lo que sin duda es también la más oportuna, al menos para una reducida elite. Si se tiene en cuenta quién está sacando provecho a la guerra actual, ya sea por la venta de armamento o por los precios energéticos y la inflación, lo que tenemos, al precio de la precariedad, de la miseria y del horror de la población, es un motor económico de primer orden que genera pingües beneficios para algunos magnates y potentados, especializados en sacar rendimiento a las crisis que padecemos todos los demás.

Tal vez esta visión, que era la habitual del pacifismo de la izquierda europea, sea tachada de pueril y poco solidaria, pero es la que inspiró a Jean Jaurés, asesinado por su antimilitarismo, pero también a Erich Maria Remarque cuando escribió ‘Sin novedad en el frente’. Conviene echarle una ojeada a la reciente adaptación cinematográfica de su primera novela o recuperar alguna entrevista con el autor. En una de ellas decía, hace ahora sesenta años: “Siempre pensé que todas las personas estarían en contra de la guerra, hasta que descubrí que hay algunos que están a favor, especialmente los que nunca tienen que participar en ella”. Y es cierto que es fácil opinar sobre la guerra, pero lo es especialmente para quienes la promueven, porque resulta mucho más complejo atajar la dialéctica del enfrentamiento e intentar definir y conjurar una solución.

La guerra consume ingentes recursos, pero, como vimos en la guerra de los Balcanes, la paz, si ha de ser efectiva, consume muchos más. Situar el principio de la distensión, de la desmilitarización del territorio, de su gestión autónoma bajo supervisión internacional, y de una hoja de ruta, fruto del consenso de las partes, con plebiscitos a medio o largo plazo, parece a día de hoy una quimera. Sin embargo lo parece mucho más el prolongar y alimentar un conflicto en el que cualquier victoria no será sino pírrica, o comportará una aniquilación sin precedentes en nuestra historia reciente.

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