viernes, 22 de julio de 2022

De vuelta al bucle

Conviene decirlo con claridad. Los Bancos Centrales no son independientes, pero no porque dependan de los gobiernos, sino porque son instrumentos de los mercados. Como estos no son, sino el reflejo de la política de las grandes corporaciones y actores financieros y tecnológicos, los Bancos Centrales defienden intereses ilegítimos desde el punto de vista democrático, y espurios desde el punto de vista público, desde el momento que renunciaron, hace ya algunos años, a ejercer de manera exclusiva la potestad sobre la creación de moneda. La Gran Recesión y el debate sobre el incremento de la tasa de interés, nos demuestran que los Bancos Centrales son, además, entidades con un profundo lastre ideológico. Lejos de aprender de su propia experiencia y de asumir la responsabilidad sobre las decisiones equivocadas que se tomaron en la Gran Recesión y que comportaron un mayor impacto y duración de esta, ha bastado un repunte de la inflación para que la poca prudencia acumulada en estos diez años se desvanezca en el aire y se vuelvan a encender como antorchas los discursos sobre las virtudes de la contracción fiscal.

Conviene decirlo con claridad. Los Bancos Centrales son falibles. Y conviene decirlo con firmeza. Nuestros Bancos Centrales, incluyendo el Banco Central Europeo, se están volviendo a equivocar. Lo explica en detalle Joseph Stiglitz en un artículo reciente. La inflación puede deberse a un exceso de la demanda que, al constreñir la oferta, empuja los precios al alza, o a una limitación en la oferta que tiene el mismo efecto, pero un origen que es diferente y requiere de políticas y medidas que no pueden ser las mismas. La práctica instalada en los años setenta de reducir la inflación ahogando la demanda mediante un incremento del precio del dinero, podía funcionar en ese contexto, pero no funcionará ahora. Si bien el problema es estructural, porque, a diferencia de la Reserva Federal, el Banco Central Europeo no ha de velar por el empleo sino tan sólo garantizar la estabilidad de los precios, los próceres reunidos en el Consejo del BCE, saben perfectamente que el incremento de la tasa de interés puede bajar la inflación, pero que, si lo hace, será al precio de la desaceleración económica y de la destrucción de empleo.

Conviene decirlo con claridad. Los Bancos Centrales son irresponsables, porque no rinden cuentas ante nadie más que ante la figura espuria de los mercados. Son prestos cuando quiebra la banca privada por sobreendeudamiento, pero se lavan las manos cuando sus políticas aumentan la desigualdad y la pobreza, y no se les ve ni se les escucha cuando siembran la discordia y socavan la estabilidad del proyecto europeo. Y a pesar de todo, siguen tomando decisiones que se mostrarán como equivocadas, imponiendo una ideología sin mandato democrático ni social. Alguien dirá que, por un 0,50 de incremento del precio del dinero, estamos echando demasiada leña al fuego, pero conviene recordar que lo que se ha hecho es abrir la veda. La habilitación de un ajuste mensual y el anuncio de un nuevo incremento para septiembre, demuestran que los halcones corporativos que anidan en el Consejo de Gobierno del BCE, han decidido que nos encontramos ante un cambio de ciclo, y que por si no lo fuera, lo van a inducir. Se trata de aprovechar la nueva crisis para sentar cátedra y sentenciar económicamente una nueva redistribución de la riqueza.

Explica Stiglitz cómo la inflación actual se alimenta de diversos factores como el efecto de la gran reclusión en China, la falta de semiconductores o la limitación de la oferta en gas, grano, aceite o fertilizantes. Pero hay otro que conviene destacar y que estamos viviendo intensamente los que dependemos de una prestación, subsidio o salario. Un contexto de restricción de oferta aumenta la posición de poder de mercado de las grandes corporaciones y les facilita el incremento de sus beneficios. Es lo que hemos visto en el sector energético, pero también en la alimentación o en otros donde hemos consentido la constitución de auténticos oligopolios que, a mayor inflación, más aumentan su margen en la cuenta de resultados. Una inflación originada en la oferta reclama de medidas para luchar contra la concentración de ese poder de mercado, para garantizar la competitividad entre empresas, de inversiones públicas en la generación eléctrica, del control de precios, tal y como reconoce la Constitución en su artículo 149, y de la protección de las prestaciones y de los salarios.

Pero eso es precisamente lo que le conviene evitar a un consejero de un Banco Central, no fuera que escupa en la mano que le da de comer. El representante del Banco Central Alemán en el BCE, el Sr. Nagel, defendía hace poco, que “los Estados miembros tienen ahora la tarea de reforzar la confianza en sus futuras políticas presupuestarias” y “que lo que se traslada es la impresión de que las reglas fiscales ya no serán realmente vinculantes en el futuro”, que por esta razón le sorprende que se hayan ampliado las cláusulas de escape que permiten desviarse de las reglas fiscales hasta el año 2023. Da por sobreentendido que no hay posibilidad de cambiar las reglas fiscales, superando los errores del pasado, y garantizando una redistribución de la riqueza más eficiente y justa. Es lo que comporta la servidumbre a los mercados y la vocación por alimentar el bucle recesivo que impone una ortodoxia que no tiene otro fundamento que la de concentrar el poder y extender la pobreza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario