martes, 26 de julio de 2022

A falta de confianza, complicidad

La diversidad es un valor, también en política. Es necesario conocer a quien piensa de manera diferente y escuchar atentamente lo que tiene que decir. La vida institucional ofrece ocasiones como los congresos, en los que uno, a veces, puede sumergirse en el relato y la vivencia de aquellos y aquellas que, en el día a día, parecería que viven en un planeta diferente. Lo hacen los políticos de la derecha cuando asisten con parsimonia a nuestros congresos, y también lo hacemos nosotros, cuando por respeto institucional y cultura democrática, asistimos a los suyos. Tiene esa experiencia casi siempre algo de chocante y surrealista. Nos confronta con la dimensión humana, palpable e inmediata, de una realidad que tan sólo percibimos a través de los medios, de las redes sociales, y de una ‘actualidad’, que recurre con demasiado facilidad a nuestros prejuicios y emociones. Por todo ello un congreso como el del PP de Barcelona puede suponer una oportunidad para recortar la distancia, para confrontarnos con los posos que deja el día a día del pulso político, y para conocer, de primera mano, el relato y la vivencia de nuestros ‘adversarios’ en lo ideológico.

Hacerlo a finales de julio, en un lugar al que hay que llegar atravesando un erial de cemento, tiene además un efecto escénico interesante. El aterrizaje en una burbuja humana, protegida por el aire acondicionado, despierta una cierta sensación de agradecimiento, que incluso se refuerza, al descubrir que el lema del congreso no es otro que la ‘confianza’. Sin embargo, hundido en una mullida butaca, mientras uno supera poco a poco el sofoco, al fijarse en lo que ocurre en el entorno inmediato, experimenta la tentación de sentirse imbuido de nuevo por algunos de esos prejuicios. Y es que lo de los mocasines sin calcetines es recurrente, como lo son también la propensión a las camisas llamativas o a los peinados retro. Pero la cosa va más allá. Si uno llega a reconocerse en lo que tiene de festivo, de espíritu de comunidad, o de vivencia colectiva cualquier congreso, con los parlamentos se encuentra con harina de otro costal. Y es que las distancias son abisales. La primera radica en la misma comprensión de esa ‘confianza’, que para la izquierda no se pide, porque no es gratuita, sino que se gana con la acción de gobierno y con sus resultados.

La confianza es una cosa y la otra es la complicidad. Esta se nutre de ese aire campechano que le ha valido a Juanma Moreno el triunfo en Andalucía, porque uno para reconocerse, prefiere la simpatía y la supuesta cercanía, a lo acerado de discursos y datos. La derecha, y el discurso conservador triunfan, en esencia, cuando saben plantear aquello de que más vale malo conocido, porque en teoría todos somos iguales, y lo que conviene es ir de cara. Así, a pesar del lema, el móvil de fondo que empieza uno a distinguir en los discursos, es el de la desconfianza. En aquellos que siendo como el común de los mortales, se creen mejores. En aquellos y aquellas que plantean una transformación de la realidad social y política que no es sino una quimera, una ilusión rayana en la propaganda. Al fin y al cabo, una persona de izquierdas es para un conservador un primo hermano, alguien que persigue el mismo fin, eso es, asumir el poder, pero que lo hace de una manera falsaria, empujado por un profundo rencor social. Y a medida que avanzan los parlamentos y llegados al punto de utilizar Feijoo la celebre cita de Unamuno, a uno se le rebela ya hasta el tuétano.

“Lo importante es convencer, no vencer”. Se trata por tanto, aparentemente, de seducir las almas, y no de doblegar los cuerpos, que es la interpretación que tal vez haga tan atractiva a la derecha la respuesta airada del rector de Salamanca a Millán Astray. Su uso recurrente por parte del PP, muestra la voluntad de poner distancia con sus antecedentes, de situarse en un cómodo centro que permita pasar página y realizar, sigilosamente, un cambio de cartas. Esta perspectiva victoriosa, que enardecen las encuestas, lleva a Feijoo al clímax, mientras a uno le resbala el sudor frío por la espalda. “La mejor manera de desjudicializar la política es no cometer delitos”. Impecable. Eso es negar la mayor por partida doble. Mientras se omite lo que tiene de antidemocrático el bloqueo del poder judicial, que se mantiene para evitar que se demuestren y castiguen los delitos cometidos, se sugiere que estos los cometen los otros, obviando que el PP ha sido juzgada como organización criminal o que tiene casos por corrupción por cada letra del alfabeto. Pero claro, como decía Ennio Flaiano, “lo que es grave es que la política no sea seria”, así una nueva cita del Presidente del PP.

Presentar al adversario, al gobierno, al presidente, como alguien a quien le faltan arrestos, le sobra rencor, y en el fondo es un diletante autoritario, viene a ser la fórmula magistral utilizada para exigir un cambio de ciclo. Y hay poco más. Las cuatro columnas del ideario que se ofrecen a quien ya está zozobrando en su butaca tampoco ofrecen mayor novedad: La cultura del esfuerzo, la centralidad de la familia, el municipio como espacio de proximidad o la moderación fiscal son propuestas, ya centenarias, de quien parece entender que no hay digitalización, ni cambio climático, ni que la desigualdad y la crispación son el código moral de un modelo socioeconómico que hace aguas por todas partes. La clave está por tanto en la confianza, y a falta de confianza, complicidad. No hay más. La ilusión que se ofrece es la de recuperar aquello que es mejor no recordar, morder de nuevo esa misma manzana que se nos ofrece en el eterno retorno a un sueño inducido del que es mejor no despertar.

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