jueves, 14 de julio de 2022

Crisis ¿Qué Crisis?

A mediados de los años setenta Supertramp publicaba el álbum ‘Crisis, ¿Qué Crisis?’ que, entre otros, contiene el tema con el que arrancó, durante muchos años, el ‘Informe Semanal’ de TVE. El título del álbum fue utilizado por parte del infame rotativo ‘The Sun’ para ponerlo en boca del Primer Ministro Calaghan, con tal de denunciar su actitud distante respecto a la crisis social y económica que atravesaba el Reino Unido en 1978. La estrategia de ‘fake news’, tan propia del amarillismo no nos es ajena, ni lo es tampoco la pregunta que encabeza el cuarto LP del grupo británico. Mientras la economía crece y la situación del empleo mejora, la sensación que se ha instalado es sin embargo la de una crisis sin precedentes. Por otra parte, la pregunta podría tener también el sentido de ‘Crisis ¿Cuál de ellas?’, porque hoy, ante la degradación ecológica, la tensión internacional, la crispación política en el plano doméstico, la situación sanitaria o la desigualdad que se ha instalado en nuestra sociedad, la respuesta es compleja. O bien la ‘crisis’ se ha convertido en el principal proyecto para conciliar neoliberalismo y democracia, o es la expresión de una degradación del sistema que empieza a manifestarse con la contundencia de un fallo multiorgánico.

En el caso de Calaghan y de la Inglaterra de finales de los setenta, la crisis en cuestión era la de la inflación, que es, tal vez, la tipología más emblemática de crisis que persiste en el imaginario europeo, como mínimo desde la república de Weimar, en la que, en sus inicios, y a raíz de las reparaciones de guerra, se llegaron a emitir billetes de cien billones de marcos. Sin embargo el fenómeno de la hiperinflación tiene muy poco que ver con el contexto al que se enfrentaba el gobierno laborista al final de los setenta, con un incremento de precios del 12%, cifra que, en nuestro caso, no es de descartar, al menos si consideramos el IPC de junio. En el caso británico, el conocido como ‘invierno del descontento’, con fuertes movilizaciones sindicales, fue la respuesta al intento, por parte del gobierno laborista, de indexar los salarios en un 5%, con tal de evitar los tan actuales ‘efectos de segunda ronda’. La respuesta del trabajo organizado fue contundente y favoreció un distanciamiento, entre laborismo y movimiento obrero, que tendría nefastas consecuencias, cinco años después, con la victoria del proyecto neoliberal de la que sería conocida como dama de hierro, Margaret Thatcher.

En clave de actualidad, el anuncio por parte del Presidente del Gobierno de medidas fiscales que pongan coto a los beneficios y márgenes desorbitados de las grandes empresas energéticas y financieras, es de saludar. Por tres motivos. En primer lugar porque puede incidir en la contención de los precios en una escalada que parece fuera de control. En segundo, por ser políticas que pueden ayudar a compensar el balance fiscal, más allá del remanente extra que aporta a los ingresos del estado la mejora del mercado de trabajo y de la propia inflación. Si el escudo social va a cuenta de la deuda pública, el riesgo es que ésta, tarde o temprano, acabe siendo el argumento que los países centroeuropeos, con Alemania a la cabeza, utilicen para intervenir la economía mediante las ya conocidas reformas ‘estructurales’. Y, en tercer lugar, está la cuestión del liderazgo y de la credibilidad. A lo que nos enfrentamos es a una estrategia extractiva del oligopolio eléctrico, de los bancos y de algunas multinacionales, que no obedece tan sólo a la voluntad de mejorar sus ya abultados márgenes de beneficio, sino que es también una estrategia de desestabilización política en toda regla, que se complementa con la que persigue, desde hace meses, el cuarto poder.

Mostrar debilidad en política es la peor de las opciones, por mucho que haya que cuidar las formas e intentar atacar los problemas desde el pragmatismo que, a diferencia del agravio, construye consensos sólidos. Cuando el favor de los grandes medios está perdido, la factura que pasa la indecisión política es evidente, y la aritmética parlamentaria es la que es, la opción de recuperar el progreso y la justicia social como enseña del proyecto político parece acertada. Aún así hay tres cuestiones que serán claves en los próximos meses y en las que el PSOE, incluida su ministra de Economía, habrían de mostrar firmeza. En primer lugar la contención de la inflación precisará, tarde o temprano, de la necesidad de fijar los precios, tal y como habilita al gobierno el art. 149.13 de la Constitución. Por otra parte, el carácter excepcional de las medidas fiscales, omite la necesidad de una reforma en profundidad con carácter estructural, tal y como se comprometió el gobierno con Europa. Esa pelota sigue aguardando en el tejado del Ministerio de Nadia Calviño.

Finalmente, haría bien el gobierno en entender que la patronal CEOE dista mucho de querer firmar un Pacto de Rentas, y que ha optado por el conflicto. En este escenario el Gobierno puede hacer explícito su compromiso con un incremento del Salario Mínimo Interprofesional, que refuerce las rentas laborales más atenazadas por la inflación, pero ha de garantizar la autonomía de las partes con tal de que sea la propia correlación de fuerzas la que defina los incrementos salariales. La injerencia o voluntad de incidir mediante un acuerdo tripartito que disfrace una devaluación salarial, es inaceptable, también en un escenario en el que se plantee como imprescindible, con tal de evitar una victoria de la derecha. La mejor manera de anticiparla sería precisamente actuar en el sentido del ministro laborista Callaghan, intentando influir para evitar unos efectos de segunda vuelta que le hemos facilitado y tolerado al capital durante demasiados meses.

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