viernes, 8 de julio de 2022

Liderazgo vacante

Mientras la reforma laboral muestra su efecto en la creación de empleo, que es además empleo de calidad, algunos actores del mercado de trabajo, especialmente los privados, ya se llevan las manos a la cabeza y denuncian la falta de trabajadores, a pesar de que hay aún 3 millones de personas registradas en el paro, que esperan su oportunidad. Así, mientras en unos chiringuitos denuncian la falta de camareros, en otros, los de las empresas de colocación y agencias de empleo, afilan sus argumentos recuperando los tópicos que han convertido nuestro mercado de trabajo en una singularidad europea. Así se arguye que a las personas trabajadoras les falta voluntad para moverse, que la normativa laboral es excesivamente rígida, las prestaciones demasiado generosas o la política migratoria demasiado restrictiva. Esta última denuncia no tiene que ver con las vallas, las concertinas o la tragedia que se masca en el sur del perímetro europeo, sino con la irritación que comporta el no poder perpetuar un modelo empresarial que prima la mano de obra de usar y tirar, al precio de ‘teñir la política migratoria de clasismo y racismo’.

Esta última cita proviene del informe ‘Análisis de las vacantes laborales en España’, publicado por el gabinete económico de CCOO que ofrece algunos datos esclarecedores. Así en España no hay un exceso de vacantes, al suponer estas un 0,9%, por un 3,1% en la eurozona, sino que el desajuste entre oferta y demanda tiene que ver con otras cuestiones. En primer lugar los puestos que cuesta cubrir son aquellos que tienen una calidad pésima, con contratación temporal y bajos salarios. La hostelería o el transporte tienen jornadas extensivas y salarios que están, en todos los casos, por debajo de la media europea. Si se tiene en cuenta que trabajar en el turismo supone además el traslado a zonas en las que, en temporada alta, el coste del alojamiento condena a la mayor parte de trabajadores/as a la infravivienda, o que el transporte y el trabajo en ruta impiden la conciliación más básica, disponer de trabajadores pasa antes por ajustar las condiciones a lo que es de sentido común, que a la teorización sobre la falta de estímulo de la fuerza de trabajo, que, a fin de cuentas, no es más que resistencia natural a la más cruda explotación.

En relación a la demanda insatisfecha de trabajadores cualificados, los datos nos sitúan la carencia del mercado de trabajo, que no es otra que la falta de visión, compromiso y coherencia por parte de un buen número de empresarios/as. El año anterior a la última encuesta, un 68% de la fuerza de trabajo no recibió ninguna formación, un 76% en el caso de los trabajadores temporales. Además, de 2015 a 2020, las empresas dejaron de utilizar 2.635 millones de euros en formación bonificada. El problema ya no radica así en el hecho del coste de la formación, que se financia mediante cuota, sino en que demasiados empresarios consideran el tiempo de formación como tiempo perdido para la productividad y, en dos de cada tres casos, prefieren contratar personal cualificado que formar a sus propias plantillas. Sin embargo, la tendencia demográfica, fruto, entre otras cuestiones, de la precarización del empleo juvenil, que ha retrasado la edad de emancipación, y con ella la posibilidad siquiera de emprender un proyecto familiar por parte de las personas jóvenes, a medio plazo puede complicar este recurso y comprometer el acceso a mano de obra cualificada.

La paulatina reducción de las cohortes más jóvenes convertirá, no ya a los cualificados, sino sencillamente a las personas jóvenes en un bien escaso. Las condiciones laborales en España nos convierten en exportadores natos de talento y, por tanto, si se reduce la oferta, en el contexto actual, es muy probable que enfrentemos un déficit significativo. Pero aún si se mantuviera la mejora introducida por la reforma laboral y la capacidad de retención de trabajadores jóvenes cualificados, en términos demográficos, el reto sigue siendo enorme. Quieran o no, aquellos empresarios que ven en la juventud un recurso productivo ingenuo y altamente manipulable, tendrán que recurrir, cada vez más, a trabajadores de mayor edad, muchos de ellos con competencias no acreditadas. La clave del mercado de trabajo, a medio y largo plazo, está por tanto en la formación permanente, en la acreditación del aprendizaje informal y de la experiencia, y en la orientación. Pero la realidad es que la inmensa mayoría de los y las trabajadoras ni tan sólo pueden ejercer el derecho a las 20 horas anuales de formación o a los Permisos Individuales de Formación (PIF).

El móvil oculto de la cerrazón a formar a los trabajadores/as por parte de algunos empresarios, es la desconfianza, el agravio anticipado de lo que supondría que, una vez formado, ese trabajador/a marchara a otra empresa. Este planteamiento, tan habitual, representa a la perfección cuál es en realidad el problema de las vacantes y de nuestro mercado de trabajo. No se trata tan sólo de la formación de las plantillas, sino también de la formación de los empresarios. Un 32,7% de estos, tiene un nivel de estudios terminados igual o inferior a los estudios primarios, cuando, en el ámbito europeo, es uno de cada seis. Este déficit comporta que tengamos, en buena parte, un empresariado que tan sólo es operativo con una bolsa enorme de desempleo y que, al reducirse esta, clama al cielo y apela a la migración porque vive al día, y es incapaz de anticipar y disponer los recursos para dar estabilidad a su negocio. Frente a esta lógica, habrá que ver si la inmigración que necesitamos es, además de la de los trabajadores/as, la de unos empresarios y empresarias que sepan liderar la generación de riqueza, y distribuirla de manera eficiente y justa.

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