martes, 11 de enero de 2022

La gran dimisión

Cuando uno lee la prensa con detenimiento le asalta, con fervor creciente, una cierta sensación de incomodidad, como si el caos se estuviera adueñando de la realidad. Junto a un titular efectista como “las economías avanzadas no encuentran trabajadores e inician una guerra mundial por los inmigrantes”, encontramos otro que destaca los 200 migrantes que murieron las dos últimas semanas de 2021 en el Mediterráneo, o los dos mil que esperaban en Navidad, hacinados en barcos de salvamento, a que les permitieran desembarcar. Escribe Benjamín Labatut que nos hemos convertido en “una deidad trágica que ostenta el poder absoluto pero que carece de comprensión”. Y no va desencaminado. Mientras se nos aterroriza con la expectativa demográfica, que haría inviable el sistema de pensiones, el relevo generacional que no conseguimos conjurar mediante nuestras inexistentes políticas familiares, se nos muere ahogado en el mar. Mientras las estadísticas nos describen un escenario de precariedad y de pobreza laboral, la prensa nos habla de la ‘Gran Dimisión’, el fenómeno de una clase trabajadora más selectiva que estaría vaciando fábricas y oficinas.

Si el mundo estuviera en orden, si existiera esa comprensión cuya falta Labatut denuncia, el encaje de las piezas sería sencillo. A falta de trabajadores y trabajadoras, más inmigración, eso es, rutas seguras, formación y cualificación en los países de origen, medidas para facilitar la adaptación sociocultural, etc… Y si las personas trabajadoras dimiten porque el desempeño de su trabajo tan sólo les genera estrés y frustración, se mejorarían las condiciones, eso es, los salarios, la formación, las medidas de conciliación, las perspectivas profesionales. Pero no es así, evidentemente. El caos que plasman los medios nace de la estridencia que se le exige a un ‘buen’ titular para que sea noticia, pero se corresponde también con una agenda política hecha trizas y sin fundamento ideológico o programa a medio o largo plazo, al margen de la lucha por salvar el clima, cuyo horizonte de posibilidad queda recogido de manera elocuente en la cáustica película ‘No mires arriba’. Pero volvamos a la ‘Gran Dimisión’, esos 10 millones de trabajadores que faltan en EEUU, los 400.000 inmigrantes que Alemania quiere ‘importar’ al año, o la contrición tardía del Reino Unido por haber cerrado a cal y canto sus fronteras.

En nuestro caso, con un paro estructural del 15%, en el que la temporalidad campa a sus anchas, en el que la parcialidad es, en uno de cada dos casos, involuntaria, y en el que, en uno de cada seis, el trabajo no da para vivir, lo de dimitir para vivir mejor es, por desgracia, harto improbable. Aunque no fuera así en Australia, Alemania o Canadá, el fenómeno descrito bajo el epígrafe ‘Gran Dimisión’, supondría la negación del excedente de mano de obra anunciado por los agoreros de la revolución digital, o supondría una sacudida en toda regla de las premisas más sagradas del liberalismo. La explicación es probablemente mucho más sencilla y tiene que ver con el desencaje entre demanda y oferta que se ha hecho evidente en componentes y mercancías y que se traslada también al mundo del trabajo, a lo que se sumaría la extenuación por los dos años de Covid y la crudeza de unas condiciones laborales que, demasiadas veces, hace preferible la penuria de no tener trabajo, a la miseria de tener uno en condiciones infrahumanas. En cualquier caso esta situación desconocida hasta ahora da para pensar e incluso alimenta el sueño de un mundo donde la iniciativa la tenga el trabajo.

En este escenario utópico (la distopía en este caso sería la realidad) las empresas pugnarían por los trabajadores subiendo salarios y mejorando condiciones aún al coste de renunciar a sus beneficios. El diálogo en las empresas, la negociación con el trabajo organizado, sería clave de cohesión y de estabilidad de las compañías, el dinero amortajado en los paraísos fiscales habría de buscar el camino de vuelta para al fin ser invertido. Pero por si alguien fuera a soñar en exceso, o tal vez por no contrariar a esa deidad trágica de la que hablábamos al principio, Funcas ya ha avisado que la peor solución al problema actual pasa por subir salarios para atraer o retener trabajadores, porque no haría sino incrementar la inflación. Una nueva vuelta de tuerca al pamfletismo económico que también anima a una parte del gobierno cuando asume que sean los salarios los que carguen con el muerto de la inflación, cuando lo sensato sería gravar beneficios y favorecer la inversión productiva en cuestiones tan básicas y permanentemente ignoradas como la formación o la innovación.

La ideología extractiva que identifica al capital al uso afrontará la escasez de trabajo con más contrataciones en origen, dando pábulo al titular efectista de la guerra mundial por los inmigrantes, expoliando los recursos materiales y humanos de los países en vías de desarrollo, promoviendo por omisión la migración irregular, silenciando la tragedia que se vive en ese mar al que llamamos ‘nuestro’, o la miseria con la que conviven tantos y tantas trabajadoras en ‘sus’ empresas. A los ilusionados con que con la pandemia fuera posible un giro copernicano que revertiera los fundamentos más tóxicos de ‘nuestro’ modelo pseudoeconómico, siempre nos quedarán los ‘ilusionistas’ que tejen la actualidad a base de titulares y nos invitan a soñar con que es posible abandonar o dimitir del capitalismo, sin la necesidad de articular antes un cambio substancial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario