domingo, 19 de diciembre de 2021

Neandertales

La resistencia de lo que antes llamábamos poderes fácticos, a las iniciativas legislativas del gobierno de progreso, se está haciendo evidente. La prensa patriotera y las fundaciones de corte neoliberal, siempre fieles a sus intereses y obediencias corporativas, afilan el discurso para poner presión sobre el gabinete ministerial, recurriendo en su empeño a algunos de los tópicos más manidos del anticomunismo visceral. Les hacen eco así a políticos de medio pelo como Isabel Díaz Ayuso que, en la Sesión de control del Pleno de la Asamblea de Madrid, dejó para la posteridad otra de sus socorridas metáforas en la que equiparaba el conocimiento económico de un comunista con las habilidades informáticas de los neandertales. Tal vez la simpatía de la Presidenta Madrileña por los cromañones, que programarían en Python incluso antes de descubrir la escritura, la invite a obviar que el teléfono y el ordenador que utiliza han sido fabricados en un país gobernado por un partido supuestamente comunista, o que lo de tildar de antidemocrática a la izquierda, cuando viene de suscribir un proyecto presupuestario con Vox, es, a todas luces, execrable.

La Santa Patrona de los Bares, así la revista Político, sería en este momento una de las 28 personas más influyentes en Europa y estaría consolidando sus opciones a sustituir a Casado en el liderazgo del frente amplio que pretende aglutinar, bajo la enseña del trumpismo castizo, el populismo en España. Con estas credenciales se comprende el ascendente que tiene Ayuso sobre algunos tanques de pensamiento que tienen más de tanque que de pensamiento, y también sobre algunos medios de comunicación, que no persiguen más que la derrota del gobierno de progreso al precio que sea. El horizonte de que éste, tras aprobar los presupuestos, la reforma de las pensiones y la reforma laboral, pueda agotar el mandato y ampliar su base electoral, corroe las entrañas y quema hasta la brasa la imaginación de algunos columnistas. Entre estos destacaba la semana pasada la opinión de Mariano Guindal, que, en el ámbito de la Vanguardia, habría decidido hacer de contrapeso a Enric Juliana, para poner a la izquierda laborista y a los sindicatos en el lugar en el que cree que merecen estar.

El título del libelo avanza en buena parte su contenido. Así ‘CCOO se tira al monte’ juega por un lado con el famoso dicho de la cabra, y por el otro parece pretender identificar a la mayor central sindical del país con una guerrilla, imprimiéndole un claro sesgo antidemocrático, que es a lo que apunta la columna en cuestión. Sin embargo al trazar Guindao, en lenguaje algo cuartelero, sus ideas sobre la vocación ‘autoritaria’ de CCOO, la falta de autonomía por parte de la ministra de trabajo, o el supuesto seguidismo de la UGT, lo que pone en evidencia es que la ideología le confunde el criterio. Plantear que la reforma laboral del PP es la clave de la recuperación del empleo a lo largo de este año, es, en clave socioeconómica, tan desacertado como obviar el papel central del sindicalismo de clase en la lucha contra el franquismo y en la conquista de la democracia en nuestro país. La dualidad en la contratación laboral y la precarización del empleo no tan sólo no fueron superadas por la reforma del 2012, sino que esta lo que hizo fue darles carta de naturaleza a costa del bienestar de las clases trabajadoras.

Guindao por conveniencia omite el cariz autoritario de la reforma laboral, firmada sin ningún consenso, e impuesta en un ejercicio de subordinación política de nefastas consecuencias para la economía y la cohesión social, que atizó además la llama del populismo y del extremismo en toda Europa. Pero donde el columnista se cubre realmente de gloria es cuando escribe que “el sindicato fundado por Marcelino Camacho siempre buscó preservar el paternalismo de la dictadura y las libertades conquistadas durante la democracia. Es decir, soplar y sorber al mismo tiempo”. Soslayar la persecución, tortura y asesinato de los sindicalistas y abogados laboralistas de CCOO, sugiriendo una supuesta querencia de la organización por el autoritarismo, por el sólo hecho de defender el estado de derecho y el liderazgo y responsabilidad del gobierno sobre las políticas económicas y el marco de relaciones laborales, no es sorber ni soplar, sino tergiversar interesadamente la realidad histórica con tal de generar un estado de opinión, lo que viene a ser impropio del periodismo ya no crítico, sino digno.

Convendría que Mariano Guindal recordara la relación del periódico en el que escribe con la dictadura, y reflexionara un poco sobre quien se benefició del paternalismo y de las prebendas del régimen fascista que gobernó España por cuarenta años. No hacerlo no es situarse a la altura del hombre de cromañón ni tampoco del neandertal, sino en el lado oscuro del populismo, del negacionismo histórico y de la crispación permanente como únicas estrategias para mantener a toda costa los privilegios adquiridos por una pequeña élite durante el franquismo, a costa de empobrecer y entorpecer el progreso social y económico de nuestro país. Si la calidad democrática tiene que ver con el criterio y buen hacer del periodismo, habrá de reconocerse que voces como la de Guindal no hacen hoy sino servir al emergente autoritarismo y despropósito político.

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