martes, 19 de octubre de 2021
Patriota sin estado
España está quebrada. Lo dice con una sonrisa en los labios. Como si no fuera con él. El problema, dice, es la deuda. Y es cierto. El riesgo va asociado a la deuda. Cuando vencen los plazos y hay que acudir al crédito, este, si no viene del banco central, se ha de pedir a los mercados, que imponen sus condiciones y con ellos su ideología. Convertidos en árbitros, legitiman decisiones que se sitúan al margen de la democracia, y que se corresponden con los intereses espurios de los grandes actores financieros y económicos. El PP sabe mucho de eso, porque trasladó el coste de la burbuja financiera e inmobiliaria que desató con sus reformas, a la ciudadanía, cuyos intereses decía y dice defender. La deuda, que se incrementó por medio del rescate a la banca, justificó reformas que empobrecieron aún más a los más vulnerables y enriquecieron a los que habían sacado pingües beneficios de una economía desbocada. Ahora Pablo Casado plantea que la solución pasa por volver a la casilla de salida. Liberalizar el suelo, como en 1998, y reducir aún más el estado, cercenando ingresos fiscales y aventando la economía con la especulación. “Esta gente no sabe nada de economía”, dice, pero lo que sugiere es que es la gente la que no sabe nada de economía, porque da por supuesto que no tiene memoria ni educación. Y apela a la responsabilidad, mientras sonríe sin sonrojarse.
Cuando Sánchez formó gobierno en junio de 2018, la deuda pública estaba cerca del 100%, volumen que alcanzó, ya en 2014, fruto de la burbuja inmobiliaria que, gracias a liberalizar el suelo, triplicó el precio de la vivienda. Pero ahora, según el líder del PP, una nueva liberalización del suelo reducirá los precios de la vivienda por deshacer el nudo que supuestamente asfixia al sector de la construcción. Y eso que, hace aún dos años, un tercio de las casas sin uso en Europa se concentraba en España y, una de cada siete viviendas, estaba vacía. Por mucho que, mientras sonríe, Pablo Casado apele a la responsabilidad y al realismo, su sentido de estado es el del bombero pirómano y su visión de país la del neodesarrollismo. Un modelo que ha dinamitado las bases de un progreso social y económico que dé estabilidad, cohesión y futuro al país. Hasta qué punto sus propuestas sintonizan con las de la extrema derecha se desprende de los programas y de su reticencia a comprometerse con un cordón sanitario que aísle a Vox. Le falta propuesta. Le falta modelo socioeconómico. Le falta, por encima de todo, sentido de estado y le sobran ganas de manipular, dividir, tergiversar. Pretender ser patriota abogando por un estado menguante es una paradoja, como lo es pretender reducir la deuda reduciendo los ingresos del estado.
Tras la sonrisa de Casado se oculta previsiblemente el miedo. A perder la oportunidad de gestionar los fondos extraordinarios que vienen de Europa, al incremento de los impuestos a aquellos a quienes pagan la factura del despropósito político de PP y Vox. Pablo Casado no se queda corto cuando denuncia que se dediquen 60.000 millones en gasto ‘improductivo’ mientras se pretende subir en 80.000 millones la factura fiscal. Como supuesto experto en economía no estaría de más que explicara cuál es para él el límite de producción que separa lo productivo de lo improductivo. Convertir un recurso natural como el suelo, en recurso económico, es, como estrategia, un tiro en el pie, porque, como vimos en la burbuja anterior, no hace sino pronunciar la desigualdad y la inestabilidad. Lo que omite el líder de la oposición es que, mientras el precio del suelo se inflaba como un globo de feria, se redujo el poder adquisitivo del trabajo, también el más precario, ligado a un SMI que se fue devaluando a medida que se alimentaba la inflación. Pero el desprecio al trabajo, y especialmente al trabajo organizado, es una marca de fábrica de la derecha extrema. Nos lo muestra el reciente asalto a la sede de la CGIL, el principal sindicato italiano, por parte de escuadrones fascistas.
El sindicalismo es un enemigo de clase, sí. De esa clase o elite cuyos intereses defiende como perro de presa la extrema derecha. Es este un colectivo pequeño. En 2015, los 62 individuos más ricos del planeta acumulaban la misma riqueza que el 50% más pobre de la población mundial. Esta es la clase que protege quien se esconde tras una sonrisa. Escribe Mariana Mazzucato en ‘El valor de las cosas’ que bajo su punto de vista, “de la misma manera y en el mismo momento en que las finanzas se volvieron productivas, el sector público fue presentado como improductivo.” Por eso dice Casado que hay que reducir el estado, porque el modelo que defiende el PP interioriza esa lógica. La burbuja inmobiliaria habría sido imposible sin la burbuja financiera que hizo a los bancos demasiado grandes para caer, bancos que no han pagado la factura que pagamos todos, y que siguen sin pagar lo que les corresponde. Estos son los intereses que defienden los ‘expertos’ economistas que asesoran a Pablo Casado. Un hombre de estado que se oculta tras una sonrisa porque no sabe qué cara poner. Un hombre sin estado, un político que quiere que todos paguemos la factura de unos pocos, pero un patriota al fin.
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