lunes, 9 de agosto de 2021
Quiénes somos
Para algunos la olimpiada ya empezó con mal pie. Que el pebetero lo encendiera una japonesa aún se podía entender. Que no fuera vestida de geisha o de samurái había que encajarlo por el relativismo cultural de los tiempos que les ha tocado vivir. Pero que fuera una atleta japonesa negra la que encendiera la llama no podía ser sino un mal presagio. A los de la extrema derecha ya no les queda ni subirse por las paredes, echarse a correr o dar saltos de alegría, porque incluso en eso quedarían en mal lugar. La victoria de atletas españoles negros y rojos como el carmín en los juegos olímpicos de Tokio, es un trago amargo para quienes creen defender la esencia de una patria que parece haber quedado sepultada en algún rincón de la historia. Les confronta con el hecho de que no conocen el país que creen representar. Les aboca a la certeza de que les han retirado la alfombra bajo los pies y de que, a pesar del redoble marcial de la prensa más rancia, el ritmo ya no lo marca la monotonía del pasodoble, sino la síncopa y el contratiempo de una música que es puro mestizaje y diversidad.
Tal vez los que se quedaron junto a la pica en Flandes, vigilando los escombros de un imperio marchito o saludando con la mano alzada la bandera de la insurrección, debieran volver al pupitre para estudiar de cerca al paisanaje. Para ayudarles en tan arduo cometido les puede servir la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre opinión pública y política fiscal. Aquí descubrirán que 2 de cada 3 ciudadanos, a pesar de la contrarrevolución marxista liderada por Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, se consideran felices, o que incluso son mayoría los que creen que se puede confiar en la gente. Un país en el que cuatro de cada cinco personas creen que ser buen ciudadano comporta ser solidario con los que están peor, o en el que, para 9 de cada 10, eso implica respetar las opiniones de los demás, no es campo abonado para la bronca y la división permanentes. Cuando para el 96,3%, ser una persona responsable y honesta es lo fundamental, lo del vivir del cuento y de proclamar máximas desde el chiringuito tendría los días contados, si no fuera por quienes fabrican con febril denuedo la actualidad.
Lamentablemente el CIS no pregunta por la percepción que se tiene de algunos medios y del papel que estos ejercen. Porque hay algo que no encaja entre la imagen que nos tratan de dar y aquello que piensa la población. Cuando dos de cada tres personas sitúan la justicia como el peor de los servicios públicos, la prensa y la televisión debieran tratar la cuestión, y confrontar al poder judicial con su responsabilidad que, más allá de guardar las esencias patrias, es la de garantizar que el ejercicio del derecho sea el pilar central de la sociedad. Si un 70% cree que se dedican muy pocos recursos a la sanidad, un 67,1% se siente desamparada por las políticas públicas de vivienda, o uno de cada dos piensa que no se dedica lo suficiente a la protección por el desempleo, la letanía del mercado eficiente y aquello de que cada palo aguante su vela, deberían contrastarse con algo de rigor. Ya dicho Mariano Rajoy que somos muy españoles y mucho españoles, pero lo que realmente le interesa a la mayor parte de la población pasa desapercibido o se aboca directamente al agujero del desagüe.
Y luego está el tema de los impuestos. Un 74,1% piensa que son necesarios para poder prestar servicios públicos o para redistribuir mejor la riqueza, mientras la cantinela extasiada de los creadores de opinión que se despeinan en el fragor retórico de las tertulias pretende hacernos creer que son la punta de lanza de satanás. Y si son mayoría (58,6%) los que piensan que la sociedad se beneficia poco o nada de lo que se paga en impuestos, o viven en el engaño de pensar que pagamos más que en Europa, es porque cinco de cada seis coinciden en que se hace poco o muy poco por explicar el destino de estos. Menos cultura financiera y más cultura de lo público. Ese debería ser el lema cuando se pretende avanzar en la senda de la reforma fiscal y superar los 6 puntos de recaudación que nos separan de la Unión Europea. Cuando el 65,2% de la población está por recaudar más, gravando con impuestos directos (renta, riqueza), y el 81,4% no cree que la imposición se realice con justicia, pagando quien más tiene, o el 91,4% piensa que existe bastante o mucho fraude fiscal, la orientación parece evidente.
Si el medallero sitúa con meridiana claridad quienes ponen el esfuerzo y sientan ejemplo, la estadística nos muestra cuál es el país que desea la mayor parte de la población. No es el que desdibuja a diario una parte de la prensa, ni tampoco el que inspira las soflamas de los nostálgicos de una ruina institucional y democrática por suerte ya superada. Tiene, a pesar de la bullanga del despropósito, un pulso propio que merece ser escuchado. Con más razón cuando enfrentamos la oportunidad histórica de un cambio no tan sólo del modelo productivo, sino también de nuestro modelo fiscal, social y democrático. Es cuestión de que algunos se sacudan ya la cera de las orejas y empiecen a construir sobre las bases que dan solidez a la pretensión de un futuro mejor. Que el dinero que malgastan venga de bolsillos agradecidos y lo reparta quien tiene por único objetivo ‘hacerse oír’, no puede distraer del hecho de que les falta legitimidad y que son poco más que una rémora de un tiempo pasado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario