lunes, 22 de febrero de 2021

Els sheriff de Nottngham

Los mandos policiales están cabreados. A pesar de ser, como nos recuerdan, una de las instituciones más valoradas por la ciudadanía, los excesos recientes los dejan en mala posición. Que encima se les confronte ahora con un lavado de manos herodiano por parte de JxCat, como si no fuera con ellos y el conseller Samper hubiese aparecido por generación espontánea, es pasarse de la raya. Se puede entender que JxCat se quiera mostrar cercana a los rebeldes, y a la revolución si hace falta, cuando de lo que se trata es de seducir a la CUP, pero habiendo nombrado los últimos 6 responsables de interior, lo de poner en duda el modelo policial es como para hacérselo mirar. Así ni cortos ni perezosos en un tweet más cargado de indignación que una plaza mayor el 15M, algunos mandos respondieron al cuestionamiento con el que se les confrontaba, con una pregunta desapacible: ¿Qué valoración de los políticos hace la ciudadanía?

Que cuando una multitud de jóvenes cuestiona abiertamente ciertas políticas, la policía, después de zurrarlos, se quiera sumar, no deja de sorprender. Traslada una reacción corporativa, a la defensiva, impropia de quien ostenta una responsabilidad pública. Parece así que no falla tan sólo la lealtad y credibilidad de un partido político que rehúye su responsabilidad por intereses contingentes, sino también la honorabilidad de unos mandos, y la actitud de algunos policías antidisturbios por un lado, y de algunos manifestantes crispados por el otro. Porque en política, a la larga es contraproducente situar las culpas en el puño que da el golpe, y no en el brazo o en la mente que lo lanza. Una de las claves las esbozó con inusitada firmeza y añorada autoridad moral la televisión pública catalana en un breve reportaje en el que diseccionaba la estrategia policía, que al parecer se inspira en las malas artes del Sheriff de Nottingham.

La comparación entre las huestes contestatarias y la mesnada de Robin Hood se la debemos a David Pique, comisario general de coordinación territorial de los mossos, que, en el año 2009, le dedicó una tesis corta de máster. Mucho se ha hablado de este texto que tiene por subtítulo ‘El síndrome de Sherwood’. Sin embargo lo que choca más no es tanto lo que es, sino lo que representa. Que una estrategia policial se inspire en la historia bélica es de lamentar, porque conceptualmente identifica al ciudadano como enemigo y le toma sus derechos en base a un supuesto interés general. También lo es que su hilo conductor sea la manipulación de pruebas, la provocación de manifestantes o el ejercicio arbitrario de la fuerza. Pero tal vez lo más inquietante es que un ejercicio tan pueril como jugar con soldaditos de plomo, haya ayudado a promocionar a su autor, se haya tomado como referente en el ámbito institucional y haya inspirado y continúe inspirando el trabajo policial.

El texto de Piqué recupera cuatro modelos militares correspondientes a Julio César, von Klausewitz, Sun Tzu i el inefable Miyamoto Mushasi. De cada uno toma algo para ofrecer una receta en cinco fases para acabar con el movimiento ‘okupa’, que para él resulta imposible de integrar en el juego democrático. Los ingredientes van de detenciones injustificadas, trato expresamente humillante para provocar, manipulación de los medios, tolerancia táctica con el vandalismo para justificar una intervención mayor, a una gestión de la ‘victoria’ que incluye “la detención selectiva de los líderes para imputarles delitos comunes”, lo que viene a ser la institucionalización de la denuncia falsa. Y no sorprende tanto la imaginación alevosa de un mando policial, como la falta de moral pública de aquellos y aquellas que han permitido convertir estas quimeras en política. Que además sean supuestos paladines de la salud democrática resulta ciertamente estrambótico.

En el tratamiento informativo de la revuelta por la prisión injustificada de Pablo Hasél ha faltado en todo momento un análisis contrastado de sus causas socioeconómicas, culturales y políticas. Se ha pasado por alto la degradación de la imagen de la política por la impunidad ante la corrupción o la criminalización permanente de libertades fundamentales como las de expresión o manifestación. No se ha entrado en lo que es violencia estructural contra las personas jóvenes, porque se les niega derechos básicos como el acceso a una vivienda o un trabajo que les permita emanciparse. De todo esto se prescinde porque de lo que se trata es de centrar el foco en el fuego y la rabia, en la épica y la belicosidad. Que el paro juvenil haya aumentado en un 45% o que tan solo una de cada cinco personas jóvenes pueda vivir por su cuenta, acaba siendo del todo ajeno a un ambiente de confrontación, que, como los métodos policiales, parece haber aparecido por generación espontánea.

Sabemos que la pobreza, la precariedad y la injusticia son el caldo de cultivo del fascismo y esta ha sido también una de las claves de las últimas elecciones. El partido con más votos por parte de las rentas más bajas ha sido Vox, y previsiblemente será quien más provecho saque al conflicto actual. Para evitarlo hace falta que no nos quedemos en generalidades y traslademos las culpas en bloque, sino que analicemos en detalle qué ha pasado en la sociedad catalana los últimos 10 años. Veremos cómo no tan sólo ha fallado la estrategia policial, sino que la crisis y la falta de una respuesta efectiva, ha generado, en un marco de políticas autocomplacientes y neoliberales, no más que injusticia y precariedad. Ante este panorama que cada uno escoja si quiere ponerse del lado de Robin Hood, o del lado del Sheriff de Nottingham, porque los de Vox hace tiempo que han escogido bando.

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