lunes, 2 de noviembre de 2020

Optimismo temerario

Es un misterio la razón por la cual se pone uno u otro nombre a los huracanes, pero lo de las operaciones policiales tampoco se queda corto. Después de probarse con el alemán (Gürtel), y el inglés (Kitchen), la guardia civil ha pasado directamente al ruso en una operación que ha bautizada como ‘Volhov’. El nombre respondería a la batalla con la que se estrenó la División Azul, un 12 de octubre de 1941, y habría aireado una truculenta conspiración en la que Putin habría ofrecido 10.000 guardias rojos y una legión de bots, con tal de facilitar la revolución de octubre (catalana) y promover de paso el colapso de Europa. El golpe al ‘estado mayor de Puigdemont’, que, a estas horas, sigue refugiado en Waterloo, demuestra una fecundidad imaginativa que para sí quisiera un guionista de Star Trek. Pero la cosa va a más. Ante la sospecha de que la referencia bélica podría comportar un cierto e inoportuno ensalzamiento del fascismo, el ministerio ha demostrado en su aclaración, una cintura portentosa. Así, todo respondería a un gazapo, por el que se habría confundido el nombre de la ofensiva nazi, con el del dios eslavo de la fertilidad (Voloh), lo que sugiere la tensión del momento psicoanalítico que atraviesa también la benemérita, con Eros y Tanatos, viviendo a puerta de rellano.

Si consideramos el momento escogido para la operación policial, éste podría tener menos que ver con la geopolítica o la historia bélica, que con la guerra de las galaxias, o como mínimo, con la astrofísica. Y es que la operación Volhov se iniciaba al día siguiente de que el consejo ejecutivo de la Generalitat aprobara impulsar la creación de la agencia espacial catalana, con la amenaza inminente de lanzar al espacio satélites enanos. Es de sobras conocida la propensión del conseller Puigneró a buscar dimensiones alternativas en las que desplegar nuestra emancipación política. Así las razones de su proyecto parecen evidentes, más aún, cuando el responsable de nuestras Administraciones Públicas recordaba a los medios de comunicación, que las competencias del estado se limitan a la atmósfera terrestre y que “el espacio es como las aguas internacionales”. El espacio interestelar no sería así sino un universo paralelo y complementario a la república digital catalana, por el cual podremos alcanzar aquello que nos niega el perverso influjo del binomio gravedad/realidad y que no es el funcionamiento óptimo del estado del bienestar, sino la independencia ya sea en formato offline, o extraplanetario.

No hay nada que objetar al principio de ‘evasión o victoria’, ni al recurso a la imaginación por parte de nuestros cuerpos policiales o gobernantes, siempre y cuando no comprometan la capacidad de respuesta a los retos inmediatos. Así, si Puigneró proclamaba hace poco que los medios digitales facilitan hoy a cada persona más poder que nunca antes, conviene introducir algunos matices a su entusiasmo. En primer lugar, ese poder se concentra en unos pocos. Mientras Jeff Bezos aglutina una riqueza y poderío que se acerca ya al PIB catalán, el confinamiento ha puesto en evidencia hasta qué punto la digitalización no hace sino aumentar la brecha de la desigualdad. Si la preocupación del conseller fuese la de facilitar un ordenador a cada persona (escolar o trabajadora), unas conexiones dignas, o la formación necesaria para acceder a todos los servicios de la administración pública, se entendería su optimismo. Pero en las condiciones actuales la disrupción que comporta la digitalización en lo social, es tan sólo comparable a la que introduce la precarización del mercado de trabajo, el cambio climático, o la que es propia de una pandemia que muestra ya más fases que un cohete Saturno.

Escribía hace poco un redactor de ‘Infolibre’ al comentar unas declaraciones de Fernando Simón sobre una cierta estabilización de la curva, que este lo hacía “sin llegar nunca a la temeridad del optimismo”. Algo se removería en las entrañas del cementerio de los ingleses en Roma, donde yacen los restos de Antonio Gramsci, a pesar de lo comprensible del lapsus del periodista, cuando las expectativas son todas tan descorazonadoras. Si algo nos sobra hoy son evasivas, divisas y estrechez de miras, y si algo nos falta son precisamente compromiso, justicia y optimismo. Este no se alimenta del poder de la imaginación, sino de algo tan básico para la legitimidad de nuestro sistema social y político, como lo es la confianza. Recuperarla y extenderla es hoy la mejor garantía para hacer frente al ansia de manipulación que tanto inspira a oportunistas y carroñeros. Para ello lo que importa es mostrar aplomo y firmeza, capacidad de distinguir lo prioritario, y un compromiso incondicional con los más vulnerables. A quien le pueda el sentimentalismo histórico o se le desborde la fantasía, que mejor se haga a un lado. Hoy lo que necesitamos, con mucha urgencia, es proximidad, vocación pública y la capacidad de generar confianza en el futuro inmediato.

No hay comentarios:

Publicar un comentario