domingo, 25 de octubre de 2020
Sangre azul
La serie de ficción ‘Revolución’ explica la historia de Joseph Ignace Guillotin desde una perspectiva estimulante, aunque algo retorcida. La crueldad de la aristocracia francesa es presentada como fruto de una extraña pandemia que se transmite, literalmente, a través de la sangre azul, y que tan sólo puede frenarse de manera tajante. Sin entrar en más detalle el símil es sugerente, porque en el contexto actual de despropósito económico uno quisiera disponer de un elemento distintivo que permitiera diferenciar de manera científica a ese 1% que nos conduce al caos social y económico, del 99% restante. Si así fuera, las flamantes prácticas de la prevención y detección precoz de virus y anticuerpos nos permitirían distinguir, por ejemplo a la entrada del hemiciclo, quién responde a los intereses de la ciudadanía, y quien a los de una exigua pero determinante e insaciable minoría. Sería especialmente oportuno ahora que entramos en la recta final de una negociación presupuestaria que situará los parámetros de la distribución de la riqueza en un país y una economía que están exangües.
Cuando las medidas extraordinarias en sanidad, prestaciones y ayudas a las empresas disparan el gasto, y los ingresos se hunden por efecto de la contracción económica, la consecuencia es evidente: el aumento exponencial de la deuda. Pero en un momento como éste las políticas fiscales adquieren además todo el protagonismo por otro motivo. Al caer el consumo y la inversión privada por efecto de la incertidumbre, la responsabilidad sobre el estímulo para reactivar la economía recae, casi de manera exclusiva, en la iniciativa pública, y eso significa incrementar aún más el gasto. Es un momento en el que el color de la ‘sangre’ se asoma a las venas, y muestra a quién se le ve azul, y sigue aplazando el ajuste en la progresividad y la eficacia de la recaudación, y quien la sigue teniendo roja y apuesta porque page más quien más tiene, descargando presión sobre la deuda y anticipando la condicionalidad que, a medio o largo plazo, se pueda aplicar en el marco de la Unión Económica y Monetaria.
En este sentido tiene especial interés leer los últimos informes del Fondo Monetario Internacional que trasladan un cambio interesante en la orientación económica. Así las ‘perspectivas’ al analizar la desigualdad heredada de la anterior crisis, sitúa ésta en el marco del aumento del poder monopsonista de las empresas en el mercado laboral debido a su creciente concentración y a la pérdida de capacidad negociadora de los y las trabajadoras, pero también a la regresividad de las políticas fiscales que han reducido márgenes en las rentas más altas y en el impuesto de sociedades. En el monitor fiscal de octubre, el FMI pone especial énfasis en la necesidad de adaptar las estrategias fiscales a las tres fases de la pandemia (confinamiento, desescalamiento, control). Para la segunda, que como estamos viendo, lamentablemente es la menos estable, propone priorizar las estrategias de contención, y acelerar las inversiones públicas intensivas en empleo. En relación a la fiscalidad recomienda incrementar eficiencia en la recaudación y más progresividad sobre los grupos menos afectados.
Cuando la organización internacional que responde por el buen funcionamiento del sistema financiero global defiende que se graven las empresas con beneficios más elevados, también aquellas que han tenido beneficios en la crisis, así como los tramos superiores de renta y patrimonio, no pueden sino sorprender las reticencias expresadas por aquellos a los que, en principio, se les presuponía la sangre roja. Que en abril el ministro Abalos apostara por una fiscalidad progresiva, y la semana pasada defendiera posponer la subida del IRPF a las rentas altas o la limitación del precio de los alquileres resulta desconcertante. La presión que ejerce en estos momentos el alquiler sobre la renta disponible de los trabajadores supone un lastre para la demanda. Renunciar a cargar a las rentas más altas por ‘no poderse encajar en este momento’ es un brindis al sol, porque visto así, nunca será el momento, tampoco en la fase de control. No se explica sino por la hipótesis de que alguien haya inoculado un encima de sangre azul en algunos miembros del gobierno. Si hay que pararle los pies a Monsieur Guillotin, será cuestión de encontrar cuanto antes una vacuna.
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